Es sabido que la estatuilla con la que materializa sus premios anuales la Academia de Hollywood ejerce una fascinación sólo comparable a la codicia que despierta por sus favorables efectos económicos. Lo segundo puede no necesitarse, aunque es un “empujoncito” que nunca viene mal: no sé de nadie, por agobiado que esté por el dinero que tiene, que no desee todavía más. Lo primero puede no entenderse —como me sucede a mí—, pero lo cierto es que son pocas las personas relacionadas con el cine a las que no les produce un cierto cosquilleo de placer la mera posibilidad de recibir un Oscar.
Cumpliendo lo que por entonces se consideraba una obligación del cargo que ocupaba, estuve en Hollywood en la primavera de 1989 para la entrega de los Oscares cuando Pedro Almodóvar estaba nominado para el de Película de Habla No Inglesa por Mujeres al borde de un ataque de nervios. Lo mismo que ahora por Todo sobre mi madre. También en aquella primera oportunidad Almodóvar parecía el favorito entre los aspirantes (entonces eran, si no recuerdo mal, cuatro; hoy son cinco). Creo que el propio Pedro estaba convencido de su triunfo; yo, por naturaleza optimista pero por estrategia escéptico, no lo veía tan claro. Es notorio que con los premios de la Academia los pronósticos resultan muy arriesgados; en el caso de las películas no habladas en inglés, el azar se convierte en el verdadero protagonista, porque la decisión depende de un número nunca divulgado de votantes que se admite suele ser muy reducido, ya que se requiere —con buen criterio— que para opinar cuál es la mejor se demuestre haber visto todas las películas nominadas en dicho apartado. De modo que no basta con conseguir que los académicos vean la “tuya”, sino que hay que procurar que tus partidarios vean también las otras (y rezar por que no les guste más otra), como, al final, son pocos los que cumplen este requisito, los electores son siempre una exigua minoría, y uno o dos votos pueden decidir el ganador.
Y Almodóvar tiene un elemento en su contra: los más cumplidores, y los menos ocupados, de los académicos son siempre los de edad más avanzada, que no parecen precisamente los que pueden sentir mayor afinidad o incluso tolerancia hacia su cine, su estilo, sus ideas e incluso su persona. Yo observaba con disimulo y preocupación creciente las reacciones de algunos de estos veteranos, siempre de smoking en toda ocasión, y de sus encopetadas esposas, durante las presentaciones, conferencias de prensa y cócteles diversos en los que intervenía Almodóvar, y notaba que, aunque se hubieran reído con Mujeres al borde de un ataque de nervios —la película “tolerada para menores” de Pedro, la más optimista y brillante, y para mí mucho mejor que sus contrincantes de 1989—, miraban a Almodóvar con una mezcla de estupor y reprobación, diciéndose para sus adentros que era un “alien” o al menos, decididamente, no “uno de los nuestros”, y que parecían sentirse más a gusto con los otros directores, más modestos y modositos, menos llamativos, más discretos y agradecidos, nada desafiantes.
Si tenemos en cuenta que Todo sobre mi madre es una película mucho más audaz y atrevida, más sincera y brutal, y mucho más dramática, y que aquí mismo ha cosechado no pocos rechazos, me temo que, aunque a mí me parezca la cumbre provisional del cine de Almodóvar —superando incluso La ley del deseo y ¿Qué he hecho yo para merecer esto!— sus posibilidades sean menores que en aquella ocasión, a menos que haya cambiado mucho en estos once años el perfil de los votantes.
Así que conviene, creo yo, no echar las campanas al vuelo prematuramente, y no dar por ganado un Oscar que está todavía en el alero. Que Todo sobre mi madre no haya parado de recibir premios y menciones carece de influencia en el voto de los académicos de Hollywood: no les van a sugestionar a su favor, sobre todo si proceden de la crítica, y hasta pueden convencerles de que Almodóvar no los necesita. Sin olvidar que siempre cabe que su propio academicismo les lleve a preferir sinceramente una película mucho más “académica” que las de Almodóvar como la del francés Regis Wargnier. Hay que desearle a Almodóvar suerte, que falta le hará, y recordar luego, si lo gana, que es él quien obtiene el Oscar, no España ni el cine español en su conjunto.
En "El Cultural", 19/03/2000
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