lunes, 18 de diciembre de 2023

Lilith (Robert Rossen, 1964)

Entrega final, quizá presentida despedida del cine y de la vida por parte del enigmático y algo turbio Robert Rossen, cineasta de izquierda de brillantes comienzos como guionista y también director cuyo desarrollo decepcionó por su conducta durante la Caza de Brujas y alguna mediocridad en el terreno artístico jalonando su errático devenir. Pero quiso y logró culminar con dos obras maestras sucesivas y contundentes, tan inesperadas que pocos las reconocieron como tales desde el primer momento, El buscavidas (The Hustler, 1961) y esta inquietante Lilith, quizá la más pesimista de las inmersiones en la locura (que puede ser contagiosa) que ha osado el cine americano. Puede parecer, a primera vista, un extraño cruce de Esplendor en la yerba y Vertigo, aunque a fin de cuentas se nos antoje sorpren­dentemente cercana a Georges Franju, a ratos un anuncio imposible de parte de la futura filmografía de Philippe Garrel. Nunca sabremos qué hubo o dejó de haber entre el viejo y enfermo Robert Rossen y Jean Seberg, pero en las imágenes de ella capturadas en deslumbrante blanco y negro por Eugen Shuftan (nunca estuvo más hermosa y más perdida) nada queda de la chica confiada, de frente despejada, que nos descubrieron, Saint Joan, Buenos días, tristeza o Al final de la escapada (À bout de souffle, 1960); quizá Rossen se limitó a mirarla fijamente, sin embria­garse como los más jóvenes, y supo ver el destino trágico que se escondía en ella, la muerte tras su rostro, la locura en el fondo de su mirada. Cabe, incluso que, después de todo, no fuese una gran actriz, como creímos, sino que se limitó a ser siempre ella misma, en cada momento sucesivo de su vida, aunque eso fuera visible solo para el ojo clínico, inhumano e implacablemente penetrante de la cámara.

Hoy, Lilith no nos cuenta solamente la historia urdida por el misterioso novelista J.R. Salamanca acerca de una ninfómana seductora, ninfa acuática recluida en un psiquiátrico americano que no se da por vencida y que no renuncia a seducir; se ha convertido, sin quererlo nadie, en una suerte de indagación acerca de un ser frágil e inestable, que fascinó y atrajo a su abismo a muchos (Romain Gary, Carlos Fuentes, Philippe Garrel), y que iluminó varias películas ilustres, muy diferentes entre sí, como si cada una hubiese captado una faceta de la actriz, y sólo una, y fuera preciso verlas todas para hacerse una idea más precisa del secreto escondido, de su misterio palpable y apenas descifrable. Por ese motivo adicional, Lilith pertenece al reducido grupo de las películas más impenetra­bles del cine americano, junto con La noche del cazador, Retorno al pasado (Out of the Past, 1947), Track of the Cat, El fantasma y la señora Muir, Vertigo o Los contrabandistas de Moonfleet (Moonfleet, 1955).



En “Movie Movie : guía de películas” de Teo Calderón. 3ª edición. Madrid : Alymar, 2005.

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