Se recuerda poco a Castellani. Unos porque no han visto ninguna de sus películas, por lo cual es literalmente imposible que hagan nada semejante; tampoco es que sean muy numerosas ni todas lo bastante distinguidas, no es una laguna evidente y de urgente cobertura. Sí, es verdad, se cita aún en los libros, supongo que en las Wilkipedias, su Romeo y Julieta, pese a que hará unos cuarenta años que permanece casi invisible, y de hecho era “una (versión) más” de la tragedia de Shakespeare; si mi difusa reminiscencia no me engaña, bonita (con lo que de bueno y de malo sugiere ese calificativo), pero académica, tímida, respetuosa, decorativa, estática; en suma, poco memorable.
Pero se olvida, o se ignora simplemente, y ni siquiera se sospecha – algún malvado le puso a Castellani y a otros, que no se le parecen nada, la etiqueta infamante de “calígrafo”, como si la buena letra estuviese reñida con algo -, que durante unos diez años (1947-57), Castellani hizo al menos cuatro películas excelentes, suficientes para que valga la pena visitarlas de vez en cuando, entre otras cosas para recordar – y poder creerlo – cuán grande fue el cine italiano entre 1945 y los primeros 60, ya más irregularmente durante otro decenio. Desde Sotto il sole di Roma (1947) y È primavera… (1949) hasta I sogni nel cassetto (1957), pues, Castellani fue provisional, sorprendente y transitoriamente grande. De ellas, la mejor es – y todas son divertidas y emocionantes, lúcidas y conmovedoras, generosas y veraces, decentes y luminosamente libres - Due soldi di speranza (1951), cristalización explosiva casi milagrosa de una posible evolución “natural” del neorrealismo hacia historias menos dramáticas (menos “socialmente relevantes”, melodramáticas o quejumbrosas) y protagonizadas (ahí está quizá la razón del cambio que suponen, y de su frescura) por jóvenes, que curiosamente anuncia (aparte de dos misteriosas e impensables y muy poco vistas películas soviéticas de Marlen Jusiev en 1956 y 1961) la insólita e irrepetida “opera prima” de Jacques Rozier, Adieu Philippine (1962).
Como suele ocurrir con este tipo de películas, de aire (aparentemente al menos) improvisado e impremeditado, poco patentemente estructuradas, muy “sueltas”, e interpretadas por aficionados desconocidos, principiantes inexpertos o "no actores", una gran parte de su atractivo y de su duradera fascinación procede del acierto mayúsculo en su elección, que en Italia no fue infrecuente, todo hay que decirlo. El “casting” de la prodigiosa Maria Fiore, que se convirtió en actriz pero nunca más brilló, que yo sepa, con tal encanto e intensidad, es quizá la clave de la película, pues la cámara queda prendada de ella y ella no sabe interponer "método" alguno para no revelarse al objetivo. Pero Due soldi di speranza destaca igualmente por su mirada afectuosamente crítica y conmovida a unos personajes que resultan ser una inocencia nada ingenua, nada bobalicona, nada prefabricada, que se sienten supervivientes y tienen ansias de vivir en un medio campesino u obrero, modesto, que no les permite elegir de acuerdo con sus deseos, sino dentro de unos límites y con ayuda de una cierta astucia picaresca.
Due soldi di speranza anuncia el espíritu de la primera Nouvelle Vague francesa (conviene no olvidar que Godard se ha mantenido fiel admirador de la película), demostración práctica de lo que quiere decir ese pasaje sublime de Histoire(s) du Cinéma, dentro del capítulo dedicado al neorrealismo, en que utiliza la canción de Riccardo Cocciante “Nostra lingua italiana”, quizá el más ardiente homenaje que Godard ha dedicado en toda su carrera a un cine ajeno, y estrictamente incomprensible si no se ha visto Due soldi di speranza, precisamente por ser menos “personal”, menos “de autor” (nada que ver con Rossellini, Visconti, Antonioni o Fellini) y más “popular” y “nacional” – en el sentido en que puede volver a sentirse una forma laica, civilizada, pacífica y no excluyente del “patriotismo” cuando el país ha recuperado la libertad perdida, secuestrada, aplastada o – como vuelve ahora a ser el caso – malvendida a los becerros de oro. De poco ha servido Il Caimano de Nanni Moretti, pero esperemos que quizá dentro de cinco años haya un joven italiano que pueda tener al menos “dos céntimos de esperanza” en lugar del deseo rabioso de emigrar a donde sea, siguiendo la sabia consigna de Nicholas Ray (Busca tu refugio se llamó en España Run for Cover, 1954), sin estar muy seguro que quede a dónde ir.
En Miradas de Cine nº 74 (mayo de 2008).
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