La condescendencia con que se tratan, por lo general, las películas de Buñuel realizadas en México y anteriores a Nazarín (1958) me parece del todo injustificada. La incomprensión que saludó a Ensayo de un Crimen (1955) se trocó en indiferencia con Él (1953) y en simple desprecio hacia Abismos de Pasión (1954), El Gran Calavera (1949) y La Hija del Engaño (1951). Tan sólo Los Olvidados (1950), por abordar un tema “social” con aparente “realismo”, y por el prestigio de que venía precedida, ha sido tratada con un cierto respeto. No se han estrenado ni Gran Casino (1947), Una Mujer sin Amor (1951), Subida al Cielo (1951), El Bruto (1952), La Ilusión viaja en Tranvía (1953), El Río y la Muerte (1954), que no conozco, ni Susana (1950), que pasa por ser “la peor película de Buñuel” —así se anunció en París— y que personalmente considero una de sus obras maestras. Robinsón Crusoe (1952) se estrenó cortada, hacia 1955, y a nadie se le ha ocurrido reponerla. De hecho, es muy improbable que nadie ose acometer tan poco prometedora empresa, ni la no menos arriesgada de importar las aún inéditas en España, a la vista de los pobres resultados que han debido dar todas las ya exhibidas pertenecientes a la etapa “comercial” de Buñuel en México. Hecho particularmente deplorable, a mi modo de ver, por cuanto —a pesar de la falta de libertad, o tal vez precisamente por ello— las que he visto revelan a un Buñuel astuto e ingenioso. Tanto El Gran Calavera como Susana, lo mismo Él que Ensayo de un Crimen —y estoy citando cuatro de las seis películas de Buñuel que más admiro— son películas que subvierten, solapadas y socarronamente, las convenciones rutinarias del cine pseudo-popular mexicano, sea melodrama o drama psicológico el género al que teóricamente pertenezcan, en manos de Buñuel se convierten todas en alucinantes e inquietantes comedias, gracias al empleo, en grandes dosis, de las tres características buñuelianas que considero más personales y atractivas, más ejemplares y profundas: un humor no siempre “negro”, lúcido e irónico, que logra invertir, corrosiva y disimuladamente, el sentido explícito del argumento; una hábil estructuración del relato, basada en la elipsis y, por consiguiente, en el encadenado sorprendente e intencionadamente significativo; una precisa, sencilla aparentemente pero muy expresiva y elaborada planificación, casi invisible, que pone de manifiesto, sin recurrir al énfasis —dejando ver, sin señalar, pero guiando la mirada—, la naturaleza grotesca y perturbada de los personajes. No sé si por autocensura prudente o por imposición de los productores, Buñuel renuncia a su caja de truenos expresionista y extremada, al simbolismo y al surrealismo explícito en los que recae, un tanto caprichosamente, cuando no tiene que rendir cuentas a nadie (al parecer ni a sí mismo, como atestigua el cariz autocomplacientemente juguetón de Le Fantôme de la liberté, 1974), o cuando se cree obligado o es incitado a “dar la campanada” (en sus películas más prestigiosas: Los Olvidados, Nazarín, Viridiana). Incluso en obras tan admirables como El Ángel Exterminador, La Voie lactée, Le Charme discret de la bourgeoisie, coherente y profundamente surrealistas, echo de menos el rigor ejemplar, la soltura clásica y la implacable objetividad afectiva hacia sus personajes que evidencian El Gran Calavera, Susana, Él y Ensayo de un Crimen y, en los últimos tiempos, The Young One (1960) y Tristana (1970).
La facilidad y simplicidad aparentes de estas seis películas de Buñuel son tan grandes que nadie parece prestar atención al hecho de que El Gran Calavera, Él, Ensayo de un Crimen y Tristana tienen una estructura mucho más compleja y misteriosa, aunque resulte perfectamente diáfana y legible, que las más aparatosamente oníricas e insólitas (El Ángel Exterminador, La Voie lactée o El discreto encanto de la burguesía, menos ricas y rigurosas, aunque también muy divertidas). Y eso que parece que, por fin, se empieza a admitir que Buñuel, aun siendo un gran cineasta —como Bergman—, no por ello es un fabricante de “admirables productos culturales” que hay que ver en un respetuoso silencio acomplejado, sino que es el autor de películas divertidísimas. Claro que las más divertidas son las modestas producciones “de serie” mexicanas, que se han estrenado tarde y en desorden y a las que nadie ha prestado atención, ni siquiera ahora, a su paso por la Filmoteca.
En "Dirigido por" nº 45, junio-julio 1977
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