Sin duda —con la siguiente In a Lonely Place—, una de la películas más inquietantes y misteriosas de Nicholas Ray: si su posición suele ser evidente —de una sinceridad y falta de precauciones que contrastan, cada día más, con la cuidadosa ecuanimidad de Truffaut y sus numerosos discípulos en el actual cine americano (de Benton a Redford, pasando por Mazursky)—, Ray expone los defectos, la debilidad o la imprudencia de sus jóvenes asustados o perseguidos —Farley Granger, John Derek, Ben Cooper, James Dean, Sal Mineo, Robert Wagner—; pero les comprende, está con ellos, con los que llegan a adultos —Bogart, Mitchum, Kennedy, Cagney, Mason, Plummer, Ives, Robert Taylor—; su actitud es más compleja, si se quiere más ambigua, sobre todo con Dixon Steele (Bogart), que tiene algo de autorretrato, y con el violento policía Jim Wilson (Robert Ryan), protagonista de On Dangerous Ground.
Esta película traza con emoción el encuentro de un hombre cegado por la ira y una mujer ciega. Ambos viven dando tumbos, tropezando, valiéndose más de las manos —él para agarrar y golpear; ella, para tantear y sostenerse— que de la mirada o la inteligencia. Su relación es la más conmovedoramente insegura, difícil y frágil de cuantas estudió Ray, porque no sólo Jim es un hombre violento y amargado, asqueado de ser policía e irritado por el trato que recibe, sino que tiene por misión capturar a un asesino que resulta ser el hermano menor de Mary Walden (Ida Lupino), un adolescente hipersensible y huidizo a quien la ciega considera «sus ojos» y al que persigue por su cuenta, despiadadamente, el airado padre de la víctima (Ward Bond).
En “Casablanca” nº 5, mayo-1981
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