Jacques Tati cumplirá 70 años en 1978; en treinta de carrera no ha podido rodar más que seis largometrajes: Jour de fête (1947), Las vacaciones del señor Hulot (Les vacances de Monsieur Hulot, 1953), Mi tío (Mon oncle, 1958), Play Time (1967), Tráfico (Trafic, 1971) y el que ahora, con retraso y a escondidas, nos llega bajo el absurdo título de Zafarrancho en el circo (Parade, 1974). Casi todas sus películas han requerido años de concienzuda preparación y de costoso rodaje; el fracaso comercial de Play Time y Trafic le ha cargado de deudas y ha puesto en grave peligro la ya difícil continuidad de su carrera. No es extraño, pues, que se abalanzase sobre la oportunidad de rodar en videotape —inicialmente, creo, para la T.V. sueca—, la actuación de una compañía circense con la que para recaudar fondos, estaba prestando sus servicios de cómico.
Se ha tomado Parade por un rutinario reportaje televisivo sobre el desfile de números que componen una función circense. Mi propósito consiste en demostrar que, aunque de forma menos precisa y elaborada que de costumbre, con nuevos procedimientos, lo que ha hecho Tati es proseguir el discurso iniciado en Jour de fête y reorientado decisivamente en esa obra maestra que es Play Time, de la que Parade abandona unos recursos, perfecciona otros y agrega algunos hasta ahora inéditos en su obra.
1. Parade lleva a sus últimas consecuencias el proceso de eliminación del personaje de Hulot iniciado en Play Time y continuado en Trafic, aquí ha desaparecido por completo: sólo queda Tati, interpretando varios papeles (presentados como tales, anunciados por él mismo en el escenario): imitaciones estilizadas, pantomimas irrealistas, etc. Sólo realiza algunos de los gags de la película: comparte con otros cómicos la pantalla y es el escenario.
2. La narración, el argumento, la trama, se han desvanecido por completo: el fin es una sucesión de números independientes, incluyendo el entreacto de la función circense.
3. Tati ha desterrado de su Parade todos los elementos satírico-moralizantes acerca del mundo moderno, detectables aún, marginalmente, en las películas inmediatamente precedentes.
4. Frente a la nitidez de las imágenes de Play Time, las de Parade son más difusas y granuladas (ampliación de video 16 mm. y a 25 fotogr./seg. a 35 mm. y 24 fotogr./seg.). Esto se traduce en: a) menor profundidad de campo; b) pese a no recurrir al primer plano, predominan los planos ¾ y los de conjunto, en lugar de grandes planos generales; c) empleo de algunos leves zooms de acercamiento o distanciación, en lugar de travellings; d) menor complejidad, densidad o duración de cada plano (con cambios de ángulos, entre 2 o más cámaras de video).
5. Al estar «dado» el decorado —un escenario de circo—, el color no sirve para guiar al espectador en el interior del plano. A pesar de ello, alterna la oligocromía —casi monocromía— con la más exuberante policromía, y se sirve de ésta última para subrayar la identidad de «pinta» (vestuario, colores, peinado), entre los payasos y el grueso de los espectadores de la función.
6. Sigue utilizando la música y los ruidos (estilizados) como apoyo de ciertos gags, o incluso como fundamento de los mismos (ver el «globo musical»).
7. Por primera vez, Tati explicita totalmente las raíces de su comicidad: a) el music-hall (no otra cosa son los números de este circo); b) la participación del espectador (al tenerlo frente a sí, y poder medir sus reacciones, el artista de variétés cuenta con su público); c) un admirable sentido del ritmo y del timing; d) los efectos: de trompe l'oeil (un espectador que parece un payaso al pringarse de helado los labios; otro que se sienta en los restos de un globo; etc.); e) la observación de gestos, actitudes y posturas; f) la estilización —ligeramente caricaturizada—, con el mínimo de elementos, de las conductas observadas en la realidad. Todos estos factores, entrelazados metódicamente, constituyen la sustancia oculta de Play Time; en Parade aparecen desnudos, proclamados.
8. Si Play Time, al permitir la participación de todos los actores y exigir la del público, tendía a borrar la distinción entre elementos activos (intérpretes) y pasivos (espectadores) del espectáculo, Parade destruye por completo la función de tabique que suele desempeñar la pantalla, y la convierte, en todo caso, en un espejo: los espectadores del circo se convierten en actores, no sólo del film, sino de la misma representación circense. Así, cuando sale un mago a escena, todos los payasos y comparsas que le rodean resultan ser también prestidigitadores, y también entre el público surge alguno: todos son «magos». No se trata, simplemente, de que Tati —como Bergman en La flauta mágica, Fellini en Los clowns o De Mille en El mayor espectáculo del mundo— nos muestre a los espectadores (hecho que siempre tiene por resultado, si no por objetivo, hacer al público del film consciente de su condición de espectador), sino de que este conjunto de personas que asisten al espectáculo —niños, muchos jóvenes, algunos padres— se divierten por su cuenta, tienen vida propia y la viven, disfrutando y compartiendo la función, entrando en el juego —volviendo la cabeza de un lado a otro, mientras Tati juega al tenis, sin pelota ni raqueta ni adversario; balanceándose al son de una canción tirolesa; batiendo palmas; imitando a los payasos; compitiendo en habilidad con los «artistas» o saboteando sus números, como la niña que hace estallar el «globo musical» con un certero disparo de cerbatana—, saliendo a la pista —a tratar de montar la mula de Kossmayer, por ejemplo; o Pia Colombo, que acepta la invitación que le hace Tati—, etc., etc. De este modo, el «descanso» o «intermedio» de la función queda, lógicamente, integrado en el film: los espectadores siguen su vida; Tati hace una pantomima, entre bastidores, para los otros «artistas». Al final, mientras el circo queda vacío, el público —representado por dos niñas— substituye a los artistas y sale al escenario, mientras los payasos (que le han gozado) se retiran a descansar: la función continúa.
De este modo, Tati ha logrado realizar el sueño que confesaba en 1967 «todo el mundo participa en el gag», al hacer mentalmente posible que el espectador de la película intervenga también en el espectáculo. Tati declaró, a propósito de Play Time, que le había complacido enormemente lo que le había dicho un espectador del film: que, al cabo de un cierto tiempo, él mismo sentía ganas de entrar en el Royal Garden (escenario de la hora final de la película). Con Parade se ha acercado todo lo posible a satisfacer ese deseo.
En "Dirigido por" nº 44; mayo-1977
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