lunes, 2 de octubre de 2023

Jacques Rivette

Hasta hace poco, el único film de Rivette que conocía era el primero, Paris nous appartient (1958-60), uno de los mejores y más intrigantes del primer período de la “Nueva Ola”. Su rigurosa y enigmática fascinación hacen lamentar que ninguna de sus escasas películas se haya estrenado en España: La religieuse (1966) por censura, aunque tal vez ahora…; L'amour fou (1968) por su duración (4 h., 12 min., aunque existe una versión —al parecer, muy inferior— de “sólo” 2 h. 15 min.) y dudosa comercialidad; Out 1: Noli me tangere (1970-71) por su improyectabilidad (sólo existe una copia, y dura 12 h. 40 mn.); Out 1: Spectre (1970-74) por, de nuevo, su longitud (pese a ser una reducción a 4 h. 15 min. de la anterior); Céline et Julie vont en bateau (1974) por superar también las 4 h. de duración; Duelle (1976) y Noroît (1976), por último, tienen un metraje normal, pero carecen de atractivos comerciales y, en buena parte, del interés presumible en las anteriores que no conozco.

La Filmoteca ha permitido este curso, además de revisar Paris nous appartient, tomar contacto con el último Rivette: primero Duelle y Noroît, luego Out 1: Spectre. El resultado me parece descorazonador o, cuando menos, inquietante. Duelle es un film excesivamente esotérico y heterogéneo, algo así como una trama mitológica en la línea del Orfeo de Cocteau abordada desde los más diferentes estilos: cada escena es independiente de las demás, y si una parece un pastiche de Les Dames du Bois de Boulogne (Bresson), la siguiente trata de recrear el clima de Cat People (Tourneur), una tercera remite a The Big Sleep (Hawks), la posterior a Ojos sin rostro (Franju), otra a La dama de Shanghai (Welles), algunas a Feuillade, otras a Retorno al pasado (Tourneur de nuevo)… y así sucesivamente. Todo ello resulta muy artificioso, aunque a veces tenga cierto atractivo para el cinéfilo de gustos convergentes, y está precariamente ligado por una narración que parece tender al Lang de los Mabuse y se queda en Cocteau por falta de rigor. Rivette fracasa en el intento de erigir un mundo cercano al de Borges, Bioy Casares y Kafka, tan logrado en su primera obra, y a veces recuerda peligrosamente los aspectos más arbitrarios y caprichosos de Las margaritas de Vera Chytilová. Noroît, en principio más prometedora, resulta verdaderamente deprimente, hundiéndose en un esteticismo pringoso y snob, jugando con los anacronismos de forma aún más explícita y pretendidamente “lúdica”, y logra ser lo que uno jamás podía haber esperado del inteligente y exigente autor de Génie de Howard Hawks o Lettre sur Rossellini: un film absolutamente estúpido, sin gracia ni misterio, abrumadoramente vacuo y aburrido, pedante y afectado, sin más compensación que —al inicio— unos planos del mar y la costa rocosa dignos del Moonfleet de Lang.

Out 1: Spectre es, afortunadamente, otra cosa; hasta cierto punto, incluso excelente, si bien no deja de ser ligeramente preocupante la falta de inspiración que revela, al confirmarse como un remake más largo y más pobre de Paris nous appartient, y al contener, todavía en estado embrionario, casi todos los defectos de Duelle y Noroît, también deudoras de los temas y las maquinaciones que presidían su primera obra (aunque de forma menos clara, o más interferida por los “guiños de ojo” y la petulancia). Vagamente —todo es vago en Rivette, salvo en su primer film— inspirada en Histoire des Treize de Balzac, Out 1: Spectre nos presenta una confabulación fantasmagórica, en parte imaginada, como la de Paris nous appartient; como en Paris…, el auténtico protagonista del film es el lado misterioso e insólito de esta ciudad, que Rivette ha sabido, tras Feuillade, Franju, Renoir (en El testamento del Doctor Cordelier) y Godard, redescubrir como nadie, revelándonos cuanto de fantástico oculta lo más cotidiano. Como en Paris…, la investigación y las indagaciones de un joven —aquí dos— acerca del misterioso grupo subversivo-conspiratorio se ven enriquecidas —aquí más bien desviadas— por ensayos de teatro —allí Pericles, aquí dos obras a cargo de dos compañías, Los siete contra Tebas y Prometeo; en L'Amour fou era Andromaque—; de todas formas, subsiste el espectro de una intriga que, aunque no se llega a esclarecer, sirve para mantener el interés y relanzar periódicamente la atención y la curiosidad del espectador, cargando el film de la tensión que pierde transitoriamente; el carácter fantasmal de la propia intriga hace eco al carácter residual y fantasmagórico del grupo y de sus pretéritas actividades. Además, aquí el propio investigador es quien pone en marcha la investigación, enviándose a sí mismo pistas que tratará de recomponer, lo cual, aunque tiende a convertir todo el film en un juego, ligeramente frívolo, justifica en buena parte sus peculiaridades. Lo más interesante —junto a la sensación de misterio y de amenaza que planea sobre los personajes continuamente, algunos divertidos intermedios casi cómicos, y el tratamiento de París— de la película radica precisamente en su desmedida duración y en su causa directa, el método de dirección de actores —aprendido de Rouch, sin duda— y la concepción de cada escena, que producen la sensación de asistir a la proyección de un azaroso e incompleto documental sobre las idas y venidas de unos enigmáticos personajes de ficción, envueltos en una intriga totalmente irreal y casi onírica.

En "Dirigido por" nº 45, junio-julio 1977

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