Muy poco conocido, y casi siempre olvidado, rodado íntegramente en exteriores con una sencillez y una ausencia de florituras solo comparables a la seca belleza de su escenario desértico y fronterizo, lleno de humor y amor, Camino de la horca ha sido siempre, pese a su modestia, uno de los filmes de Walsh por los que más cariño siento.
Con una de las mejores actuaciones de Kirk Douglas, y las que prefiero, tanto de Virginia Mayo como de Walter Brennan, Walsh supo sacar el máximo partido en todos los terrenos —intriga, drama, aventura y comedia— de una trama convencional (sobre el papel) y (a grandes rasgos, pero nunca en detalle) previsible, demostrando las grandes posibilidades —hoy día casi desconocidas— de la narración lineal.
Camino de la horca es un filme de itinerario cuyo argumento podría resumirse en tres renglones, y que se basa, por tanto, en una dirección de actores flexible e inventiva. Es posible olvidar el orden de las escenas, pero no el paisaje, el polvo, la luz; cabe no prestar atención a los diálogos, pero es imposible que se borren las miradas; puede que, con el paso del tiempo, tan bien narrada historia se difumine y se confunda con otras semejantes, pero siempre recordaré a una Virginia Mayo testaruda y peleona; a un Walter Brennan burlón y cascarrabias, que se dedica a chinchar a Kirk Douglas con una cancioncilla y algunas insidiosas alusiones; a un Douglas que se muere de sueño y que se debate entre cumplir con su deber de agente federal y fiarse de su instinto —que le dice que el viejo Pop Keith es inocente—, y que se está enamorando de una chica que parece detestarle y no para de hacerle rabiar. Al final todo se resuelve como es debido: los personajes eran realmente inteligentes.
En “Casablanca” N.º 2, feb-1981
No hay comentarios:
Publicar un comentario