lunes, 16 de octubre de 2023

When Willie Comes Marching Home (John Ford, 1950)

No sé si será por estar protagonizada por un actor (Dan Dailey) que a Ford le caía muy bien (véanse What Price Glory y The Wings of Eagles), pero nunca tuvo categoría estelar, y por ser clara y abiertamente una comedia, género con el que —un tan o absurdamente— no se tiende a asociar a John Ford, pero el caso es que hay pocas obras suyas del periodo posterior a la Segunda Guerra Mundial tan arrinconadas y perennemente subestimadas como When Willie Comes Marching Home.

A primera vista, se puede pensar que es una parodia de la vida militar, un poco en la estela de la magnífica Hail the Conquering Hero (1944), de Preston Sturges, pero cabe sospechar, a poco que se recuerden las circunstancias, que se trata de una historia (aunque escrita con gracia e ingenio por la pareja Mary Loos & Richard Sale y basada en un relato de Sy Gomberg) de resonancias muy personales tanto para el propio Ford como para John Wayne y algunos otros amigos suyos relacionados con el cine, que por lo general fueron considerados más útiles haciendo lo que sabían hacer que en el frente, lo que a unos les resultó frustrante y a otros enojoso o dañino para su imagen y reputación.

Es más, por lo que se ha ido sabiendo de las andanzas como “enlace” o espía (tanto aéreo como naval) de Ford durante la Guerra, se puede pensar que el episodio con la Resistencia francesa (y con Corinne Calvet) y la filmación del lanzamiento de un proyectil V-2 quizá esté cerca de alguna de sus peripecias biográficas.

Como cabe deducir de esta somera alusión al conflicto básico de la película, When Willie Comes Marching Home se inscribe (y muy brillantemente) en una rama muy minoritaria de la comedia, que yo llamaría “comedia-pesadilla”, cuyas muestras —poco numerosas— abarcan desde Good Sam (1948), de Leo McCarey, y I Was a Male War Bride (1949), de Howard Hawks, hasta The Long Long Trailer (1953) y Goodbye Charlie (1964), de Vincente Minnelli, y Hail the Conquering Hero y The Miracle of Morgan’s Creek (1942/3), de Preston Sturges, pasando por algunas obras sueltas de George Cukor, Blake Edwards, Rouben Mamoulian, Douglas Sirk, Frank Tashlin y Billy Wilder.

No es, ciertamente, el terreno más transitado habitualmente por Ford, pero es una muestra más de la equivocada tendencia a simplificar sus habilidades e intereses reduciéndole a la condición de director de westerns, que hizo muchos, y muy buenos la mayoría, pero que solo representan una parte no mayoritaria de su obra digamos “madura”, es decir, una vez superado el periodo de aprendizaje y cuando ya había llegado a la etapa sonora, que es la que, en realidad, justifica su estatura como uno de los más grandes creadores del cine de modo más pleno y regular.

Creo importante no olvidar, cuando a veces se reprocha a un cineasta de dilatada carrera e inmensa filmografía su falta de homogeneidad, que esta característica es un objetivo probablemente facilitado, si no impuesto, por la estructura industrial de la producción cinematográfica, tanto en Hollywood como en el Japón, pero al que los directores ansiosos de independencia, o al menos de variedad, tendían a agarrarse como a un clavo ardiente porque al menos, en contrapartida, constituía una oportunidad, precisamente, de evitar verse encasillados en el campo, a fin de cuentas limitado, de un solo género o incluso de un bloque multigenérico más amplio como el que englobaba la etiqueta de “cine de acción” (que, además del de aventuras y el western comprendía el bélico, el de piratas y contrabandistas, el de caballeros medievales, espadachines, espías y demás, pero aún así con ciertos rasgos comunes y con tendencia a ser “películas de hombres” y dominadas por actores masculinos). Se conocen varios directores, muy hábiles en estos terrenos, que, contra sus deseos, se vieron confinados a ese tipo de películas, cuando a lo mejor habrían preferido seguir los pasos de Frank Borzage, Frank Capra o David Lean. Algunos así lo confesaron, como Don Siegel, y de otros cabe sospecharlo.

Un detalle no ya sorprendente sino realmente asombroso, sobre todo por la escasa estima de que gozaba John Ford en esos años y teniendo en cuenta la muy generalizada reticencia frente al cine “comercial” norteamericano y la sistemática minusvaloración de la comedia, del cine cómico y en general de todo lo divertido y no solemne por la mayoría de los jurados de los festivales de cine: When Willie Comes Marching Home ganó el Grand Prix del Festival de Locarno de 1950.

En “El universo de John Ford”, ed. Notorious (2017)

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