lunes, 9 de octubre de 2023

Viva l'Italia (Roberto Rossellini, 1961)

Rodada, según creo, por encargo del Gobierno italiano, para conmemorar el centenario de la independencia y unidad de Italia, Viva l'Italia (1961) constituye, antes aún que Vanina Vanini (1961), el antecedente directo del cine didáctico destinado a televisión que Rossellini empezó a realizar en 1964 con L'età del ferro, y que tiene sus cimas en La prise de pouvoir par Louis XIV (1966), Atti degli apostoli (1968), Socrate (1970), Blaise Pascal (1971), y L'età di Cosimo de Medici (1973). Visión crítica, analítica y esclarecedora de la historia que, a su vez, como confirmó Anno uno (1974), tiene sus raíces en Roma città aperta (1945), Paisà (1946), Il generale Della Rovere (1959) y Era notte a Roma (1960) en lo referente al pasado reciente (e incluso inmediato), y en Francesco giullare di Dio (1950) frente al remoto; visión que es la misma, por otra parte, que la de los hechos contemporáneos en, por ejemplo, Germania, anno zero (1947), Stromboli, terra di Dio (1949), Europa ‘51 (1952), Viaggio in Italia (1953) Die Angst (1954) o India (1958), del mismo modo que el método de filmación empleado por Rossellini desde 1960, gracias al “pancinor”, no es sino la lógica extensión de los métodos de rodaje empleados ya, con toda su fuerza antirretórica, desde La nave blanca (1941).

Es decir, que la novedad que supone Viva l'Italia en la obra de Rossellini es, fundamentalmente, una cuestión de grado. Sus virtudes son las mismas de siempre, antes o después, sólo que destacan más nítidamente precisamente por la naturaleza “conmemorativa” del proyecto cuya realización se le había encomendado: basta pensar lo que hubiera sido —lo que ha sido— en manos de otros directores la crónica del Risorgimento, centrada en la figura romántica de Garibaldi. Tema propicio a la exaltación nacionalista —o patriotera—, a los cánticos al heroísmo, al embellecimiento de la realidad histórica, a la magnificación de la figura del héroe, que Rossellini despoja de oropeles líricos y legendarios, atendiendo a los simples hechos, descubriendo lo que de turbio o equivocado tienen las conductas, ofreciendo una imagen realista —tácticamente precisa— y no carente de humor de la campaña de Sicilia, dando a la vez una visión colectiva e individualizada del desarrollo de una batalla, conteniendo la personalidad de Garibaldi dentro de sus dimensiones efectivas, constatando —en última instancia— su fracaso, revelando las maniobras del rey y logrando que la belleza de las imágenes no desemboque en el esteticismo.

En "Dirigido por" nº 45, junio-julio 1977

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