Primer film de su autor —pues también escribió el guion—, constituye una revelación para los tiempos que corren, sobre todo en el cine americano. Nos encontramos, en primer lugar, ante una película de verdad, como “las de antes”, es decir, que no parece un telefilm, que presta atención a la composición y el encuadre, la iluminación y el color, los movimientos de cámara y actores, es decir, que se sirve plenamente del espacio para contar una historia, en lugar de descuidarlo como algo residual, un mero recinto en el que, forzosamente, se desplazan los personajes y cuyas imprecisas fronteras serán borradas por la televisión.
Pero tampoco es un anacrónico “ejercicio de estilo”, porque lo que relata, lejos de ser —como tantas veces— un mero trampolín para la pirotécnica del realizador, un pretexto, parece importarle a Kloves, ya que es “lo que les pasa” a una serie de personajes —sobre todo los tres protagonistas, pero los secundarios también tienen vida y color— que, cosa rara, cobran existencia en la pantalla, y no sólo por estar muy bien encarnados, sino porque los actores tienen algo que interpretar, unos seres de carne y hueso y, al mismo tiempo, no desprovistos de una cierta aureola mítica, convencionales a primera vista pero que, en el transcurso de la película, se van revelando —y más por su conducta que por lo que dicen— distintos, con más fondo de lo que parecía. No es raro, pues, que les acompañemos con interés, sobre todo si se tiene en cuenta que uno de ellos es la seductora Michelle Pfeiffer, sin duda una de las más atractivas e interesantes actrices jóvenes americanas, que aquí demuestra ser, además, una muy aceptable cantante.
Se diría —y nada tendría de extraño— que Kloves y su cámara se quedan prendados de su actriz, por lo que resulta especialmente creíble que le ocurra lo mismo al menos cínico de los hermanos Baker, y no es nada anómalo que tal coincidencia sea perfectamente comprensible para el espectador: además, como el personaje de Michelle Pfeiffer es, con ser todos interesantes, el más complejo y misterioso, a nadie le sorprenderá que “robe” la película, pese a que ésta, por su título, prometía centrarse en las peripecias de los dos hermanos y en sus conflictivas relaciones personales y profesionales (forman algo tan raro como un dúo de piano).
Más sorpresas gratas: Kloves demuestra desde el principio que sabe no sólo elegir, sino dirigir a los actores, y ayudarles a componer los personajes que previamente ha creado, y a los que —se nota— conoce como la palma de su mano, probablemente por tener una base real; tiene sentido del humor, pero se toma en serio el drama, y no desdeña por temor a caer en lo melodramático la emoción ni el patetismo, audacia o sinceridad hoy menos frecuentes que la obsesiva tendencia a dejar claro que el director está por encima de esas cosas y que no se cree nada; aunque aún le falte dominio suficiente para que la película tenga la deseable “solidez” física en todos los planos, su puesta en escena, sin caer en la tentación del virtuosismo exhibicionista que aqueja a tantos debutantes, tiene soltura, sentido del ritmo, musicalidad, fluidez y elegancia, por lo que cabe esperar con sumo interés el próximo trabajo de este prometedor cineasta americano: no hay muchos que hayan empezado con tan buen pie.
En “Todos los estrenos. 1990”, Ediciones JC
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