martes, 19 de septiembre de 2023

Intruso (Vicente Aranda, 1993)

Agradezco a Intruso, en primer lugar, que me permita seguir su proyección con expectativas inciertas, es decir, que no tenga un desarrollo previsible ni un final cantado. Ya acabada la película, puedo elogiar que Aranda siga su camino, sin ocuparse en exceso de la galería, y que corra el riesgo que, en principio, supone esta forma de narrar. Conste que tampoco serviría de gran cosa, así en abstracto; es un enfoque que se revela eficaz sólo porque consigue que nos importe el destino de los personajes durante la proyección, y eso —dado que ninguno de los tres adultos protagonistas es muy simpático— se debe a una excelente elección y dirección de actores y a la introducción de dos testigos “inocentes”, los hijos de Victoria Abril y Antonio Valero, en el fondo mucho más maduros que sus padres y que su supuesto “tío”, encarnado por Imanol Arias.

No sé si Aranda o Álvaro del Amo serán conscientes, pero la historia que relata Intruso parece una versión actualizada de la novela de Emily Brontë Cumbres borrascosas, llevada al cine, entre otros, por William Wyler en 1939 y por Luis Buñuel en 1953 (en México, con el título Abismos de Pasión). Como en ella, asistimos a las consecuencias tardías —cuando ya ha expirado su plazo de vigencia— de un “romance infantil” triangular; la novedad estriba no tanto en la época —actual, como casi en la versión de Jacques Rivette, Hurlevent— ni el escenario —Santander, como en el insolvente Werther de Pilar Miró—, sino en la fusión del hermano y el marido —en el aburguesado y arisco Valero— frente al Heathcliff enfermo terminal que compone Imanol Arias, y que sirve para condensar más todavía la acción.

Lo más curioso de Intruso es su tensión latente, que obedece más a una vaga amenaza que no llega a materializarse y al fanatismo amoroso, con una voluntad que desprecia lo imposible, del personaje, en lo demás convencional, de Victoria Abril; pasar, en realidad, pasa muy poco. No llega a suceder nada de lo que ninguno sueña, y cuando ocurre —a menudo satisfaciendo los deseos de Valero—, lo hace de forma distinta a la esperada. En esta partida a tres, con dos testigos, la fatalidad juega a favor del orden (Valero) y en contra del pasado (Arias), y sólo se resiste a ella Luisa (Abril), que es la que, en el fondo, al querer reanudar la relación, como si no existiera el tiempo, desencadena el drama: es ella la que “captura” a su ex-marido, como fue ella quien le abandonó; ella la que se lo lleva a casa y lo convierte en “intruso”; ella la que le impide escapar, ella la que trata de recapturar la felicidad infantil, y ella la que, ante lo irremediable, hace que ya nada sea posible antes de conformarse con una derrota.

En “Todos los estrenos. 1993”, Ediciones JC

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