Como las dos anteriores películas de Leos Carax, Les Amants du Pont-Neuf (1991) es una película romántica y desesperada; de ahí que haya tardado dos años en estrenarse en España y no haya sido muy bien recibida. Boy meets girl (Chico conoce chica, 1984) nos gustó mucho a unos pocos; Mauvais Sang (Mala sangre, 1986) decepcionó —aunque, vuelta a ver, crece progresivamente—, y Les Amants no parece haber llamado la atención, salvo en Francia, donde estaban al corriente de las dificultades de su rodaje, largo y con interrupciones, y de su coste astronómico, por lo que concluyeron que el resultado no valía el esfuerzo. Yo fui a verla con temor, pero salí emocionado y conmovido como pocas veces en los últimos años, y me parece la mejor de las tres.
No es que sea perfecta, tiene defectos o tosquedades de expresión, por otra parte tan elocuentes que no renunciaría a ellas; las películas que se arriesgan no suelen ser inatacables, y si además son febriles, es fácil que se le escapen de las manos al director algunas cosas… no siempre para mal. Pero encuentro impresionantes no sólo al habitual y enigmático actor-fetiche doble de Carax, Denis Lavant, y a Juliette Binoche —eso es vivir un papel, aun poniendo en peligro su carrera—, sino al viejo terrible Klaus Michael Gruber y todos los secundarios. La mezcla de miseria y locura, felicidad y desgracias, suciedad y poesía, belleza y fealdad asemeja Les Amants du Pont-Neuf a una versión hard del resultado imprevisible de mezclar Street Angel (1928) y 7th Heaven (1927) de Frank Borzage con Quatre Nuits d'un rêveur (1971) de Bresson; aunque no hay en ella sitio para el cine, podríamos tratar de situarla diciendo que enlaza también con Lonesome (1928) y Sonnenstrahl (1933) de Paul Fejos, con The River (1928) y Man’s Castle (1933) de Borzage, con Zoo in Budapest (1933) de Rowland V. Lee y L'Atalante (1934) de Jean Vigo, mientras desaparecen las referencias más recientes de sus obras precedentes, el espíritu de la Nouvelle Vague y el fantasma de Cocteau.
No es un film feliz, pese a su última conclusión —tras el verosímil final desdichado, Carax nos da, admitiendo su improbabilidad, el happy ending que les deseamos a los protagonistas—, sino abrumador, desasosegante, angustioso, constantemente al borde de los abismos de la locura y la mendicidad, la droga y la ceguera, el abandono y el suicidio. Pocas veces han convivido en una película de modo tan inquietante el París monumental y fascinante con el submundo de los clochards, los puentes y los desaparecidos voluntarios. Como en el otro gran romántico activo del cine francés —que no llega nunca a España—, el Philippe Garrel de Les Baisers de secours o J'entends plus la guitare, el resultado es un mazazo que termina en la exaltación más frágil y transitoria que cabe imaginar: migas para ir aguantando, sueños para sobrevivir. O, como dice la canción de Kris Kristofferson que resuena en Fat City, “Help Me Make It Through the Night”.
En “Todos los estrenos. 1993”, Ediciones JC
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