A los 25 años de su realización, y vista en las peores condiciones imaginables —con cortes e intrusiones publicitarias, sin Scope y en la pantalla enana de la caja tonta, en blanco y negro y mal doblada—, A star is born nos parece a muchos la obra maestra de Cukor y una de las más complejas, profundas y estremecedoras películas de todo el cine sonoro americano. Eso prueba que, como decía Rossellini, «lo importante no es ver las películas en las mejores condiciones, sino la película en sí», pues —si tiene fuerza suficiente— su valor interno sobrevive a las más brutales manipulaciones (pienso en Greed, Queen Kelly, El cuarto mandamiento, Lola Montes, La verdadera historia de Jesse James, Dos semanas en otra ciudad, Mayor Dundee y tantas otras sublimes ruinas de celuloide), pero cabe preguntarse, sobre todo ante la obra de un director para el que tanta importancia tiene el aspecto «externo» (se le ha tachado, injustamente, de formalista, esteticista, decorativo y qué sé yo), cómo será esta película contemplada como debido, cuál sería su grandeza antes de que la Warner redujese su duración de 182 a 154 minutos y se le añadiese, en cambio, un número musical —el paradójicamente célebre «Born in a Trunk»— dirigido por Charles Walters, que carece de función narrativa y actúa como un innecesario y largo «intermedio», ya que no es otra cosa que un convencional star-show, salvado únicamente por el talento de la estrella en cuestión, Judy Garland.
Actriz que, dicho sea de paso, ni con Minnelli llegó a dar tanto de si misma como en esta película… Y qué decir de ese gigantesco actor que es James Mason, cuya encarnación de Norman Maine debiera bastar para probar que Cukor no era «sólo» un director de actrices (y encima tenemos al siempre admirable Charles Bickford, a Jack Carson personificando la maldad de la estupidez, a Tommy Noonan, cada uno en un registro diferente).
Todas las escenas son inolvidables. Para mí, las más memorables serían: Primero: Mason escuchando maravillado, cómo canta Judy «The Man That Got Away; 2) Mason descubriendo a Judy lo genial que es, convenciéndola poco a poco de que tiene «ese algo especial»; 3) Judy despertando a Noonan para decirle que deja la orquesta y se queda en Hollywood a probar fortuna; 4) Mason desmaquillando a Judy para dejarla tal como realmente es; 5) Mason y Judy casándose a escondidas del estudio; 6) Judy cantándole la estupenda «It’s a New World» a Mason, abrazados, besándose, acariciándose (en un larguísimo plano); 7) Judy ensayando «Someone at Last» ante Mason: sublimación de la parodia y reflexión sobre la puesta en escena; 8) La irrupción de Mason en la ceremonia de entrega del «Oscar» a Judy; 9) Judy explicando a Bickford la situación de sus relaciones con el alcoholizado Mason; 10) Bickford visita a Mason en el sanatorio, para ofrecerle un papel secundario que éste rechaza; 11) Mason escuchando, aterrado y abrumado, la conversación entre Bickford y Judy, que le creen dormido, enterándose de que está acabado como actor y de que ella le ama tanto que está dispuesta a sacrificar todo por ayudarle a curarse; 12) Mason despidiéndose, disimuladamente, de Judy («¡Eh!» —ella se vuelve—, «Quería verte, nada más»); 13) Mientras ella canta «It’s a New World» en la cocina, Mason camina mar adentro hacia la muerte; 14) El entierro de Mason; 15) Noonan convenciendo a Judy de que, por Mason, debe salir a escena; 16) Judy, que llega cuando ya no la esperaban, toma el micrófono y dice: «Os habla la esposa de Norman Maine».
Hay otras muchas, claro; en general, destaca, una vez más, pero más que nunca, la capacidad asombrosa de Cukor para crear, a fuerza de intensidad y precisión, «espacios magnéticos» en torno a los actores, su gran inventiva gestual, su uso del decorado y los objetos (esa cerilla, sin cigarrillo, que Judy le tiende al adormilado Noonan, y que ésta apaga con una exclamación de sorpresa ante lo que ella le cuenta), su sentido del ritmo. A Star is Born es un film sin género, pues abarca coherente y armoniosamente la comedia, el melodrama, el musical y una reflexión nada cínica sobre el cine, los actores, Hollywood, el amor, la ambición y la muerte. Es, también, un film fuera de serie, y de los que, de verdad, ya no se hacen. Ni el propio Cukor —pese a que aún es capaz de dirigir una obra maestra como Love Among the Ruins (1975)— sabría hacerla.
En “Dirigido por” nº 63, abril-1979
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