Muy pronto, como si presintiera que iba a ser presa de la enfermedad hereditaria que le mantuvo durante trece años como un muerto en vida, Woody Guthrie escribió lo que suele considerarse su autobiografía, Bound for Glory (1943). Tenía tan sólo 31 años, por lo que el libro es, más bien, algo así como sus memorias de infancia y primera juventud. Narra, con una maestría comparable a la de los más grandes novelistas americanos de este siglo, la trágica historia de su familia —marcada por el fuego—, sus viajes y vagabundeos de un extremo a otro de los Estados Unidos, primero durante la fiebre del petróleo y luego durante la Gran Depresión, su tardía vocación de cantante y autor —recreador— de canciones que, cuando no eran tradicionales, han llegado a serlo en su voz, perpetuándose siempre vivas en las de sus discípulos y admiradores —Pete Seeger, Lee Hays, Odetta, Bob Dylan, Joan Baez, Phil Ochs, Arlo Guthrie y muchos otros—, hasta tal punto que hoy casi nadie sabe que Woody compuso This Land is Your Land, Pastures of Plenty, The Sinking of the Reuben James, There’s a Better World A-Comin’, So Long (Its Been Good to Know Yuh), Pretty Boy Floyd, Hard Travelin’, Vigilante Man, This Train is Bound for Glory, Curly Headed Baby, The Grand Coulee Dam, Oklahoma Hills, I Ain’t Got No Home, y tantas otras de las más típicas o humorísticas canciones folklóricas americanas.
Las reminiscencias de Guthrie constituyen un grueso volumen de más de 300 páginas; de ellas, Robert Getchell ha suprimido las primeras 190, concentrando su adaptación en el periodo de actividad que comienza en 1936, cuando Woody abandona Pampa (Texas), completamente solo, y emprende el camino hacia la nueva tierra prometida: California. De nuevo encontramos la marcha hacia el Oeste de los pioneros, sólo que ahora el viaje no se realiza en carretas o a caballo, sino en viejos Ford «T» o como polizones en los trenes de carga. Es lógico, pues, que Woody encontrase en su camino a los modelos de Tom Joad, el protagonista de la novela de John Steinbeck The Grapes of Wrath, y que la película de Ashby recuerde, sin deberle nada, la admirable versión cinematográfica que hizo John Ford en 1940.
Esto dará ya una idea de lo mucho que aprecio Bound for Glory (1976), sorpresa mayúscula de un director del que, conociendo únicamente El último deber (The Last Detail, 1973), nada esperaba. Pero resulta que Esta tierra es mi tierra —como, no del todo desafortunadamente, se ha rebautizado aquí— es un film modesto, hecho con dedicación y respeto, con simpatía y pasión, con seriedad y entusiasmo; se nota que sus autores disfrutaron haciéndolo, que sentían admiración por Guthrie, tanto por su vida como por su obra, y que para ellos el éxito comercial era secundario: les interesaba más ser fieles a la figura de Woody Guthrie —no en vano uno de los productores, Harold Leventhal, había sido su agente—, hacer una película digna y veraz, que reflejase la época que a Woody le tocó vivir, que relanzar a Guthrie, volverlo a poner de moda y lograr que sus viejas grabaciones discográficas se vendiesen más. Naturalmente, la autenticidad cuesta dinero —10 millones de dólares— , y la honestidad no rinde hoy día: la película de Ashby ha sido en todas partes un estrepitoso fracaso comercial, y hasta en Estados Unidos pasó con más pena que gloria, pese a una aceptable acogida crítica y a un lanzamiento publicitario teóricamente eficiente, aunque nada sensacionalista. Y es que Bound for Glory es una película que sabe a antigua, un producto artesanal —fruto de la conjunción de varios hombres de talento y buena voluntad— de los que ya no se hacen en Hollywood y casi nadie aprecia en ningún sitio. Una película que pretende respetar a sus personajes y al público es actualmente una película condenada al fracaso, salvo que se produzca un malentendido.
Contra eso, de nada sirve que Bound for Glory sea un film prodigioso, sencillo y sobriamente dirigido; maravillosamente interpretado por cuantos actores intervienen en él, desde el que encarna a Guthrie (David Carradine, a la altura de su padre, John) hasta el más insignificante de los secundarios; con una fotografía espléndida —de Haskell Wexler, el de America, America— que restituye el polvo, la sequía, el calor, la consistencia de los objetos, como pocas veces lo ha logrado el cine, y una ambientación —paisaje, coches, trenes, casas, vestuario— que no le va a la zaga. De nada sirve tampoco que la película tenga un tono espontáneo, coloquial, resuelto, infatigable, animoso y libre, como el de las canciones de Woody, como el de su libro de recuerdos. Ni siquiera el que Guthrie aportase su voz y sus palabras a la causa del sindicalismo parece ya tener el suficiente atractivo para el público; hubiera sido preciso presentar a Woody como un activista revolucionario, cosa que evidentemente no fue, aún a costa de olvidar sus canciones, y aun así no estoy muy seguro, cuando pienso que un film tan grotesco y falso como el Sacco e Vanzetti de Montaldo tuvo mejor acogida de crítica y público que dos películas que encuentro admirables y bastante próximas a Bound for Glory: Joe Hill (1971) de Bo Widerberg y Reed: México insurgente (1972) de Paul Leduc. Se diría que la complejidad y la auténtica épica repelen hoy a cuantos necesitan que les atruenen los oídos y les deslumbren la vista a base de «crescendos» y grúas reiterativas, de banderas rojas bien visibles y ondeando al viento, como en la mecánica y muy decepcionante Novecento (1976) de Bernardo Bertolucci, por no mentar las ridículas exhibiciones rotatorias de los coros y danzas del equivalente húngaro de la Sección Femenina o Educación y Descanso que evolucionan concéntricamente bajo un simbólico helicóptero colorado en la infame Szerelmem Elektra (1974) de Jancsó.
A los admiradores de —por ejemplo— Pío Baroja, Robert Louis Stevenson, Herman Melville, Joseph Conrad, Jack London, John Ford, Howard Hawks, el John Huston de Fat City, el Elia Kazan de Wild River, Pete Seeger, Tom Pazton, Bob Dylan y Killers Three de Bruce Kessler debería, creo yo, gustarles Bound for Glory, cuya visión, por otra parte, no exime de la lectura del libro (imprescindible); a los partidarios de Novecento en particular y Jancsó en general, Francesco Rosi, Liliana Cavani, Ken Russell o esa moneda falsa llamada, para rematar la impostura, Los restos del naufragio, no se me ocurre otra cosa que decirles, como Woody Guthrie a unos pesimistas con los que se cruza en el film de Ashby: You folks sure are depressing.
En “Dirigido por” nº 56, julio-1978
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