Estas notas sobre “El Halcón Maltés”, “Tener o no tener” y “El Sueño Eterno” vienen a completar la revisión que sobre el ciclo Bogart, se está haciendo en Madrid y Barcelona. Los presentes films eran los únicos que no habían sido exhibidos comercialmente a excepción de su pase en televisión.
1. EL HALCÓN MALTÉS (THE MALTESE FALCON)
El primer film dirigido por Huston es la tercera adaptación cinematográfica de la célebre novela escrita en 1930 por Dashiell Hammett. De las tres versiones, pasa por ser la mejor —cosa probable, aunque querría ver la de Dieterle— y la más fiel. Desde luego, el trabajo de Huston como guionista no fue muy difícil: está al alcance de cualquiera comprobar su fidelidad literal, casi excesiva, al texto de la novela. No es extraño, por tanto, que The Maltese Falcon sea una de las películas con más diálogo de la historia del cine (a su lado, Ma nuit chez Maud o Socrate son tan lacónicas como The Searchers), ni que esté construida como un reloj suizo.
Pese a ser la «opera prima» mejor hecha y más dominada que recuerdo, y posiblemente la película técnicamente más perfecta y «acabada» de la carrera de Huston, The Maltese Falcon me parece limitada por ser, más que una versión personal de la novela, su ilustración casi impecable. Yo digo «casi» porque, demasiado pendiente de la letra, algo perdió Huston del espíritu del libro, y no por tratar de asumirlo, sino por cometer tres errores:
1.° Elegir para encarnar a Brigid O'Shaughnessy a una actriz tan fría, antipática y carente de atractivo como Mary Astor, a cuya competencia profesional no pongo más límite que el que le impone su físico. Este fallo es el más grave dentro de un casting a priori equivocado, pero que se cuenta entre los más gloriosos de todo el cine americano de los años 40: Elisha Cook, Jr. no se parece al Wilmer Cook de Hammet, pero su memorable creación eclipsa al original; Bogart parece el actor más alejado de la descripción física de Sam Spade con que se abre la novela, pero ahora somos incapaces de disociar a Spade —o al muy diferente Philip Marlowe— del rostro y de la actitud moral de Bogart; de hecho, sólo Joel Cairo (Peter Lorre) y Casper Gutman (Sidney Greenstreet) son en la película como los imaginamos al leer el libro; los restantes personajes están interpretados —muy bien— por actores muy diferentes. Únicamente en lo que respecta a los personajes femeninos —todos, desde Brigid a la decepcionante Effie Perine de Lee Patrick— esta discrepancia resulta lamentable, porque no es sólo física, sino también de carácter.
2.° Pese al meticuloso y casi absoluto respeto al argumento y a los diálogos de Hammett, Huston se ha tomado dos libertades con la novela que me parecen particularmente graves y desafortunadas y que, para colmo, no son nada reveladoras del carácter del autor de Vidas rebeldes, sino, por el contrario, muy poco coherentes con el resto de su obra. La primera excepción a la regla de fidelidad que —no sé si por comodidad, por adhesión o por imposición de la Warner— preside su adaptación que consiste en modificar levemente en apariencia (suprimiendo algunas réplicas y explicaciones de Spade, cambiando los gestos y las miradas de Bogart y Mary Astor) la penúltima escena del libro; escena crucial, en la que Spade renuncia a Brigid, le advierte que va a entregarla a la policía, y lo hace. Tan crucial que, tal vez por su impacto y su dureza, alguien pensó que sería un buen final para la película, enturbiando así unas relaciones muy complejas que ya el error de casting comentado había desvirtuado. La segunda excepción es, si cabe, más lamentable, pues la omisión de la última escena de la novela, además de introducir un elemento de misoginia generalizada al que no es ajeno el error 1.°, suprime un importante matiz moral que Hammett daba a través de Effie Perine (cierto horror y alguna repugnancia por lo que Spade ha hecho con Brigid), con lo que Huston traiciona doble e inútilmente la novela y hace de The Maltese Falcon una película excesivamente acrítica. Y como ni la misoginia (véase cómo adaptó a Tennessee Williams en La noche de la iguana, a Arthur Miller en Vidas rebeldes) ni el conformismo se cuentan entre los defectos del autor de El tesoro de Sierra Madre, tal traición a Hammett debe ser un error.
3.° No sé si consecuencia u origen de los otros dos —tan íntimamente relacionados entre sí—, el último error de Huston estriba en no haberse tomado en serio la novela, que, sin ser de las más grandes de Hammett, es excelente. Es una pena que el principiante Huston se viese dominado en tan trascendente ocasión por su vertiente «intelectual» (reprimiendo su lado «aventurero»), y se creyese obligado a menospreciar el género del que, a pesar de todo, su película es un brillante exponente. A consecuencia de esta actitud de superioridad tongue-in-cheek respecto a la historia que cuenta, la película tiene una frialdad que la novela no tiene, y afecta un cierto grado de ironía displicente, que frivoliza todo y que no cabe confundir con el estoico sentido del humor de que suelen hacer gala Hammett, Chandler, Ross Macdonald y sus respectivos personajes. Aunque en 1941 nadie osaba mantener la superioridad de Hammett sobre Hemingway, también es cierto que la actitud de Huston era menos comprensible entonces que la, muy parecida, de Polanski en 1974 (en Chinatown).
2. TENER Y NO TENER (TO HAVE AND HAVE NOT)
Adaptación libérrima e irreverente —a cargo de Hawks, Jules Furthman y William Faulkner, con el beneplácito del autor— de la novela de Ernest Hemingway, la película tiene más que ver con la obra maestra de Curtiz, Casablanca (1942), que con el To Have and Have Not literario, del que apenas conserva un par de situaciones y el nombre del protagonista. El Harry Morgan encarnado por Bogart tiene un notable parentesco moral con Rick Blaine, pero no posee un «café américain», sino una lancha, y no es un sentimental; como corresponde a un protagonista hawksiano, no es un héroe (ni siquiera reticente), pero sería incapaz de llorar un amor perdido abrazado a una botella de bourbon: es improbable que dejase escapar a una mujer, y menos aún dos veces; tampoco le imagino tan tolerante con el capitán Renault de Casablanca, ni siquiera en nombre de la coexistencia pacífica. Siendo el cine de Hawks un cine de personajes y de acción, To Have and Have Not acaba por no deber nada a Casablanca; mientras Curtiz acumula elementos emotivos y «crescendos», Hawks hace que los hechos, desnudos, se sucedan rápidamente, sin explotar nunca a fondo el potencial dramático de las escenas. Consecuentemente, To Have and Have Not carece de la aureola mítica y romántica que sublima el melodramático argumento de Casablanca; al igual que nunca un protagonista de Hawks ha sido un neurótico, ninguno de sus films ha coqueteado con la tragedia: hasta Only Angels Have Wings alterna la comedia con el drama. To Have and Have Not (1944) consigue ser una de las mejores y más representativas películas de Hawks y, al mismo tiempo, la que mejor refleja la personalidad cinematográfica de Bogie, pero la clave de su éxito y de su vigencia actual no es Bogart, sino haber encontrado a una mujer capaz de darle la réplica en el mismo plano: Lauren Bacall, mujer fascinante e inteligente que hizo posible que Marie Browning —más conocida como «Slim»— se convirtiera en uno de los más admirables personajes femeninos creados por el cine de todos los tiempos.
Como todo el mundo sabe y la película pone en evidencia, Bogart y Bacall se enamoraron durante el rodaje, hecho que ayudó a hacer de To Have and Have Not, además de un gran film antitotalitario y un gran film de aventuras, un gran film sobre la pareja. Que se note, como se nota —pero menos a propósito— en The Big Sleep o Cayo Largo, que Bogart y Bacall no fingían amarse por exigencia del guion, sino de la naturaleza y de la afinidades electivas, me parece una de las grandes bazas de To Have and Have Not, y prueba —al igual que la conducta de los animales en Hatari— de la rapidez de reflejos y de la sabiduría de Hawks, que siempre le han permitido permanecer abierto a lo imprevisto y a la improvisación, y que explican ciertos giros, dramática y narrativamente heterodoxos, pero coherentes con las relaciones de los personajes, que se producen al final de algunas de sus películas (The Big Sleep, Río Rojo, Eldorado, Río Lobo). Es característico del estilo de Hawks —esa sencillísima, moderna y precisa forma de ver y de narrar madurada ya en Scarface (1930, aunque no se distribuyese hasta 1932)— el someterse a la acción y no olvidar que ésta depende de los personajes.
Tal claridad resulta elocuente por sí misma, y no precisa de comentarios. Advertir que en Hawks no existe el pasado, que todo es presente, que sus relatos son siempre lineales, era necesario cuando, por modestas, por poco llamativas, sus películas era unánimemente menospreciadas, y ya lo hizo, magistralmente, Jacques Rivette, hace muchos años, en un artículo de Cahiers que se titulaba Génie de Howard Hawks. Pero ahora, cuando ya casi todo el mundo se ha rendido a la evidencia, cuando To Have and Have Not conserva intactas su vitalidad y su perfección resulta, por contraste, más indiscutible, parece ocioso hablar de esta película. Y para homenajearla más vale ir a verla, volver a verla: ahí está, con 43 años de vida, más próxima y más nueva que casi todas las películas de la cartelera.
3. EL SUEÑO ETERNO (THE BIG SLEEP)
Sin ser una de las mejores novelas de Raymond Chandler, The Big Sleep (1939), adaptada por Hawks, Leigh Brackett y Faulkner, ha dado lugar a una de las grandes obras maestras del cine negro. Aunque no llegue a la altura de Retorno al pasado (Out of the Past, 1947) de Jacques Tourneur, The Big Sleep (rodada en 1944, estrenada dos años después) es el film negro por excelencia, el arquetipo del género, y como tal funciona a la perfección, mucho mejor que si se considera como un film de Hawks, a cuya visión del mundo resulta muy ajeno, salvo en la adopción de una objetividad estilístico-narrativa infrecuente en las películas de investigación: al contrario que el elemental Robert Montgomery de La dama del lago (1946), Hawks no ha secundado el punto de vista subjetivo de Chandler, ni mediante el uso de la «voz interior» de Philip Marlowe ni a través de la planificación.
Hawks no nos identifica con el detective; nos hace asistir a sus pesquisas desde fuera. Tan desde fuera que, al suprimir su interioridad, nos presenta a Marlowe como un tipo, no como un personaje. Lo que separa a The Big Sleep de To Have and Have Not es el abismo que existe entre la silueta estilizada y la persona que proyecta esa sombra. Al no haber personajes, los protagonistas se hacen desacostumbradamente pasivos; en lugar de determinar la acción, se ven arrastrados por ella, lo mismo que los espectadores del film, fascinados por su pura eficacia «narrativa», nos dejamos llevar, como sonámbulos, por la enmarañada trama de una intriga realmente incomprensible. No se trata de que quede algún cabo suelto sino de que Hawks no parece haberse interesado por anudar ninguno; sería interesante, a la salida del cine desafiar al público a contar la película en una cuartilla: no creo que nadie fuese capaz de lograrlo, y menos aún de aclarar quién mata a quién, cuándo, cómo y, sobre todo, por qué o para qué (por lo visto, ni Hawks, ni sus guionistas fueron capaces de desentrañar el misterio; recurrieron a Chandler, que admitió su perplejidad).
Lo que ocurre con The Big Sleep es muy curioso: como cada plano resulta lógico y legible, como los actores, dicen y hacen cosas comprensibles, como se pasa de una escena a otra a una velocidad endiablada, uno cree estar siguiendo una intriga; como el protagonista está tratando de descifrar un enigma, posponemos una y otra vez la necesidad de entender qué está pasando realmente: si algo nos resulta oscuro, lo atribuimos a la intrincada trama del misterio, confiando en que Marlowe nos lo aclarará todo el final; la misma inercia narrativa impide que nos planteemos, salvo muy pasajeramente, qué pistas o qué deducciones permiten al detective seguir investigando. Al final, una vez encendidas las luces, surgen los interrogantes, pero, como ya no tenemos delante de nuestros ojos la película, acallamos nuestras dudas atribuyéndoselas a la complicada historia que nos han contado, cuando lo que ocurre es que, en el fondo, The Big Sleep no cuenta una historia, carece de argumento; ni siquiera es un film narrativo, aunque —más sutilmente que El discreto encanto de la burguesía— aparente serlo. En el fondo, The Big Sleep consiguió, hace 33 años, sin pedantería y con amenidad, lo que Rivette parece tratar de hacer, cada vez con menos éxito, en Duelle y Noroit (1976): narrar un film sin argumento.
En "Dirigido por" nº 40, enero-1977