Aunque el guión sea ajeno (del gran Philip Dunne) y no se base en una obra ilustre de la literatura, tengo The Ghost and Mrs. Muir (El fantasma y la señora Muir) por la historia más hermosa que ha contado Mankiewicz. Además, el reparto de papeles fue singularmente propicio: Rex Harrison, como el malhablado, gruñón y divertido fantasma de un marino, y Gene Tierney, como la joven viuda que, por su reducido coste, alquila la casa encantada del parlanchín espectro; también sale George Sanders. Para ayudar a la encantadora viuda, el fantasma del capitán Daniel Gregg le dicta sus picarescas y apasionantes memorias. Así, en largas y misteriosas conversaciones, se van enamorando la viva y el muerto. Superada ya por la atracción entre polos opuestos la distancia inicial que les separaba, una frontera infranqueable impide su unión: la que distingue la vida de la muerte. Como en los grandes románticos, en George du Maurier (autor de Peter Ibbetson) y en los surrealistas, triunfa el deseo: Gene Tierney (o Lucy Muir) se desvive literalmente ante nuestros ojos para poder así reunirse con su impalpable amado en la tierra de nadie de las almas errantes. Esta apasionada vindicación del amor —sin el que no hay vida, con el que puede haberla hasta en la muerte— no es un melodrama, sino una emocionada comedia, prodigio de equilibrio, elegancia, fino humor y añoranza. Por parte de Mankiewicz, la lucidez de no recurrir a los efectos especiales ni a las composiciones poéticas ni a la pura fantasía: como no es René Clair, su película está siempre, como el fantasmagórico lobo de mar, entre dos mundos, en la precaria frontera, proyectada hacia el otro cada vez que gravita hacia uno de ellos (como los protagonistas). No hay superioridad en su actitud ni incredulidad alguna ante la historia. El «racional» Mankiewicz —buen conocedor de la contundente fuerza creadora de la ilusión y el deseo, como prueban All About Eve (Eva al desnudo), Suddenly, Last Summer (De repente, el último verano) o The Honey Pot (Mujeres en Venecia)— da el paso decisivo y cree —al menos durante hora y media de proyección— en los fantasmas con la misma fe con que Dreyer optó por aceptar el milagro de Ordet; Mizoguchi, la aparición de Ugetsu monogatari, o Tourneur, la existencia de casas hechizadas (quiso filmar en una, y con sonido directo).
Publicado en el nº 14 de Casablanca (febrero de 1982)
No hay comentarios:
Publicar un comentario