lunes, 10 de abril de 2023

Violencia y mentira

Dark of the Sun (Jack Cardiff, 1967)

Dark of the Sun o The Mercenaries (USA-GB, 1967), pretende ser un análisis global de un problema serio y actual: los mercenarios del Congo. Así, lo primero que sorprende en Último tren a Katanga, es que no se indica ninguna fecha. He aquí la primera de las muchas y deliberadas "nebulosidades" del film: es evidente que la situación en el Congo no era la misma en 1962 que en 1967.

Los héroes, dos mercenarios, Rod Taylor (americano) y Jim Brown (congoleño), se burlan de un "casco azul" de la O.N.U. y llegan a la lujosa residencia del imaginario Presidente Ubi que, junto a un capitalista belga, les ordena organizar un tren para socorrer a la población de una zona amenazada por los simbas y, "de paso", traer los diamantes que tiene almacenados allí la Unión Minera, cuyo apoyo necesita Ubi para conservar el poder. Los dos mercenarios van después a un bar donde hay periodistas, circunstancia aprovechada para: 1) atacar demagógicamente a la Prensa ("rostros pálidos que se sientan a esperar los disturbios para hablar mal de ellos"), 2) poner en tela de juicio las informaciones del espectador sobre el tema, 3) defender a los mercenarios y acusar a los periodistas de serlo, 4) presentar a los mercenarios como "antirracistas" (Taylor defiende a su amigo: "sabe cuatro idiomas... estudió en Estados Unidos").

Se pasa luego a la gran coartada del film. Sin duda sus astutos guionistas, Quentin Werty y Adian Spies, han caído en la cuenta de que su film iba a ser acusado de fascismo, y para cubrirse han incrustado allí a un architópico nazi (Peter Carsten), al que insultar, muy "rubio y ario", que adora la disciplina y la violencia. La invalidez de la crítica que se hace de este nazi loco se pone ya de manifiesto en su esquematismo, pero se confirma al servir para concentrar en él toda la brutalidad y sadismo gratuito del lado mercenario, presentando la de los demás como justificada y sólo condenando como salvaje y cruel la de los simbas. Además, la maldad del nazi sirve para justificar que Taylor le mate al final con permiso del público. Carsten asesina fríamente y por placer a dos niños congoleños, y Taylor pierde el apetito. Brown tiene que animar su sensible y bondadoso corazón diciéndole frases como "yo no odio a los blancos, porque soy bueno", y criticando la barbarie de sus padres, con cuyas creencias identifica las del nazi (!) y proclama que "esto es el principio de la rebelión, nuestro asalto al Palacio de Invierno" (es más que dudoso el más remoto paralelismo entre la acción de unos mercenarios sometidos al capital colonial y la Revolución rusa).



Toda la película está llena de violencia, gracias a un ritmo artificialmente "angustiado" y acelerado a través de montaje rápido, encadenados efectistas, ruido, gritos, música machacona e incongruente (de Jacques Loussier, célebre por sus discos Play Bach), encuadres barrocos, subrayones movimientos de cámara e insertos, planos torcidos, etc. Esto llega a su apogeo en la pelea Carsten-Taylor (que despierta gran entusiasmo en el público). De ahí encadena, calculadamente, a un idílico plano general de un verde y plácido valle, con música suave, que hace suspirar a los espectadores.

Al llegar a su destino, el "enviado del cielo" y sus "defensores de la civilización blanca", tienen que esperar tres horas para evacuar a la población, ya que hasta entonces no se puede abrir la caja fuerte que guarda los diamantes. Como en este film no hay tiempos muertos, esto es aprovechado por el nazi para destruir un bar y por Taylor para intentar convencer a unos misioneros de que se vayan con ellos. Estos se niegan, porque "la fe no muere nunca", pero les piden un médico, lo que da lugar al enésimo plagio de La diligencia, con el doctor que supera su alcoholismo para salvar a una parturienta y recuperar su honor profesional.

Y llegan los simbas, negros salvajes y anónimos, pintarrajeados y emplumados, chillones y andando a cuatro patas, que en gran barullo y llenos de alegría atacan, matan, roban, torturan y violan (según mis informes, el ejército simba era bastante disciplinado, y además sus supersticiones les prohibían robar a los blancos e incluso tocar a una mujer blanca, y nunca operaron en la región minera, Kasai del Sur, durante la rebelión de 1964). Todo esto es mostrado de forma vaga e imprecisa (por ejemplo, cadáveres de mujeres con las faldas levantadas para sugerir que han sido violadas), entre incendios y orgías, mientras se nos dice que están "llenos de whisky y hashish", aunque no se nos explica qué quieren, por qué luchan ni contra quién, reduciéndolos a "los malos" o "los salvajes".

Para recuperar los diamantes, los dos jefes mercenarios atacan llenos de alegría. En esta escena destaca un incalificable plano en que, en acelerado, caen simbas como pelotas de "pim pam pum" (compárese con aquel plano de Casco de acero, brillante como cine, pero moralmente molesto —por irresponsable—, en que caían norcoreanos, y se comprenderá que Fuller, a fin de cuentas, si disfruta dirigiendo escenas de violencia, lo hace condenando esa violencia que tan genialmente muestra, y no, como aquí, exaltándola).

Poco después asistimos a uno más de los detalles en que, por vaguedad, ambigüedad o "echar a todos en el mismo saco", este film odioso elude cualquier compromiso: en medio de cadáveres, Taylor recoge del suelo un rifle y exclama: "Un fusil chino, pagado por los rusos, fabricado con acero alemán por una empresa con capital francés y traído por una línea aérea africana subvencionada por los Estados Unidos".



La absoluta invalidez política, histórica o informativa del film se pone de manifiesto en su rentable nivel externo "de aventuras", al ser los diamantes el único móvil de todo el final. Por ellos el nazi mata a Brown y huye. Cuando Taylor ve el cadáver de su amigo (hay que hacer notar que esta "amistad interracial" se ve enturbiada por fuertes tonos homosexuales), llora, cae de rodillas y mata, tras partirle un brazo, riéndose, al nazi. Entonces llega Kataki, subjefe congoleño (no se sabe de qué, pues se asimilan los mercenarios al ejército nacional congoleño), y le echa un falsísimo sermón metafísico-moralizante: "tragedia, oscuridad, venimos de la oscuridad, no volvamos a ella, yo no iré con usted, iré por otro camino", tras decirle que "se ha ensuciado las manos de sangre" (¿es que las tenía limpias?). Eso, el recuerdo de su amigo y la mirada de Yvette Mimieux (necesaria a la rentabilidad del film, y destinada a acabar en los brazos de Taylor), le hacen tomar conciencia: se hace detener y desarmar, y dice a Kataki que ya no tiene que saludarle, a lo que éste contesta, claro, "ya lo sé, señor" y le saluda (música lírica para un fin lapidario, tipo Un hombre para la eternidad), mientras el espectador (que le animó a matar a Carsten), puede irse, saciado y tranquilo, tras dar su total beneplácito a Taylor, que se ha colocado moralmente por encima de todos.

Esta apología de los mercenarios, "vigilantes de la paz y el orden", incide deliberada y cobardemente en un repugnante confusionismo, donde hasta las insinceras críticas (el final), glorifican e idealizan a los mercenarios (cfr. Vivir para vivir), hasta el punto de eludir cualquier referencia a sus antecedentes, motivaciones o sueldo, y no criticar su acción, sino justificarla y minimizarla. Todo ello unido a enormes dosis de violencia degradante para el espectador, absolutamente indefinida y gratuita (probablemente dictada por intereses comerciales, como en los westerns italianos). Compárese esta violencia "eufórica" con la de Les CarabiniersLa huelga o, por ejemplo, la de El soñador rebelde (1965), dirigida por Jack Cardiff. En este film la violencia era explícitamente condenada, mostrada claramente, sin complacencia, y producía el efecto de un escalofrío, mientras que aquí es efectista y machacona. Claro que El soñador rebelde era en realidad "un film de John Ford", mientras que en Último tren a Katanga, Cardiff es un mercenario al servicio de George Englud, director de Su excelencia el embajador y productor astuto, al que el éxito de The Mercenaries animará a hacer uno igual sobre la guerra de Vietnam.

Publicado en El Noticiero Universal (16 de enero de 1969)

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