Aunque he conocido a José Lopes, he hablado y le he escuchado tocando la guitarra en varias ocasiones a lo largo de los últimos años, no conozco lo bastante su biografía real como para atreverme a suponer, aunque lo parezca en líneas generales, que la película hecha por dos amigos suyos, que sí le conocieron bien, sea biográfica en sentido estricto, ni literal ni históricamente. A mí se me antoja, casi más bien, algo así como la historia de parte de una generación que va ya desapareciendo y que sufrió la dictadura y presenció su fin – tan deseado y tan tardío –, e incluso contribuyó en cierta medida (la de sus posibilidades) a que llegara ese suceso decisivo, y que mientras sufrió, por culpa de su edad y de la cronología, algunas de sus penosas consecuencias.
Entre ellas, para mí, como en el caso cercano de España, quizá la más vergonzosa, la de una descolonización realizada a regañadientes, a la fuerza, con desgana, deliberadamente lenta, mal hecha, incluso tratando de retrasarla todo lo posible con la fuerza de las armas y reclutando a soldados que no querían verse empujados a desempeñar ese papel, en última instancia doloroso para ellos y ridículo e inútil políticamente, porque las colonias se habían de perder irremediablemente.
Desde cerca pero fuera de Portugal, me ha llamado siempre la atención que, a través del cine, y por parte de cineastas de todas las generaciones, se haya visto estas últimas guerras coloniales como grotescas e irrazonables, además de inútiles, lo mismo por el gran Manoel de Oliveira que por otros más jóvenes como João Botelho, Pedro Costa, João Pedro Rodrigues o incluso últimamente Catarina Vasconcelos y José Oliveira & Marta Ramos. Una cuestión que, en cambio, el cine español apenas ha tocado.
No es – en ninguno de los casos – un discurso retórico o programático, ni siquiera suele abordarse el análisis ideológico (explotación, racismo), sino más bien las consecuencias humanas, y tanto para unos (los colonizados y luego mal descolonizados) como para otros (desde los colonos aclimatados hasta las tropas enviadas para frenar el proceso de liberación), y casi siempre duraderas a largo plazo, incluso a muy largo plazo (yo diría que siguen hoy). En el caso de Guerra, es una parte de la experiencia vital del protagonista, pero no se reduce a eso ni su vida ni sus actividades, bien distintas y variadas, y que le ayudaron, sin duda, a sobrevivir.
No es cuestión de analizar en detalle la película, para lo cual necesitaría saberme mejor las coordenadas políticas de Portugal a lo largo de las décadas y conocer algo más de las andanzas vitales de José Lopes, pero sí querría resaltar, por insólita en general en el cine europeo actual, la magnífica escena de la reunión en un merendero de los viejos camaradas de armas, que acaban cantando. Son esas (y algunas otras) escenas, paralelas a otras de John Ford o de Michael Cimino, sobre esos lazos de amistad que provienen del colegio, del deporte, de la cinefilia, de la clandestinidad (lo vi mucho en Jorge Semprún y sus viejos enlaces comunistas), de aventuras compartidas, de la guerra en la que tuvieron algo en común, aunque sólo fuera estar allí, a disgusto y en peligro.
Excelente asimismo el alucinatorio encuentro de José Lopes y Luis Miguel Cintra. Quizá el ejemplo más sintético del eterno peso del pasado sobre el presente, en forma de pesadillas y fantasmas.
Muy buenas las escenas con la psiquiatra (curiosamente más agobiante que calmante), con el balcón como escenario privilegiado.
Muy plausibles en general los actores, para mí desconocidos casi todos, con sólo un par de excepciones, lo que les hace parecer directamente los personajes que sin duda están representando, pero sin que yo note la interpretación, sólo la presencia.
Publicado en Facebook para los Encontros Cinematográficos 2020 de Fundão (18 de diciembre de 2020)
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