sábado, 8 de abril de 2023

In einem Jahr mit 13 Monden (Rainer Werner Fassbinder, 1978)


No cabe duda, Fassbinder es un caso. Además, no es probable que lo resolvamos nunca, aun suponiendo que tuviésemos paciencia suficiente para intentarlo (yo confieso que, una película sí, otra no, estoy tentado de abandonar), ya que por cada obra suya que conocemos rueda dos o tres, y sigue siendo abundante —hasta mayoritaria— la porción de su filmografía que ignoramos: a estas alturas, debe haber rodado cuatro cortometrajes y sketches (de los que he visto uno) y 40 largos y series de televisión (de los que desconozco 27). Tal hiperactividad —a la que habría que sumar guiones y obras teatrales, direcciones escénicas e interpretaciones en varios medios— en quince años revela, ciertamente, una extraordinaria capacidad de trabajo y un aliento creador casi sin precedentes, pero tiene, a mi entender, un alto precio, que pagamos los espectadores más que el propio Fassbinder: sin duda, para él son útiles —aunque sólo fuese como desahogos— hasta sus errores, y algo parece ir aprendiendo de ellos, mientras que algunas de sus películas carecen por completo de interés y están filmadas con descuido o precipitación. No es lo mismo rodar tres o cuatro películas al año contando con la sólida infraestructura industrial y técnica de los estudios del Hollywood de la gran época que trabajar por libre, a merced de subvenciones federales o de los länder, con medios escasos, y tan pronto apuntando al vasto e indiscriminado público televisivo como a los jurados de festivales internacionales de cine, al tiempo que se aspira a realizar una obra que suele ser personal hasta la impudicia y el exhibicionismo.

A Fassbinder no le falta valentía ni talento; sí, quizá, rigor y exigencia para consigo mismo. A menudo parece creer que con su desafiante sinceridad basta para alcanzar algo que propone como verdad absoluta e indiscutible de las relaciones humanas o de la vida en sociedad; a veces uno sospecha que piensa que reduciendo todo a un esquema alcanza una validez general o incluso universal, y que cuanto más carentes de personalidad sean sus protagonistas, más fácil resulta que cualquiera pueda reconocerse en ellos y comprender así las fábulas que narra. Sin embargo, la permanente revisión de películas antiguas muestra que envejecen mucho mejor las que no aspiran al internacionalismo ni presentan personajes rellenables, sino precisamente las «locales» y las que cuentan con personajes más individuales e irreductibles, por lejanos que puedan sernos a la mayor parte de sus espectadores actuales.

 


Por otra parte, Fassbinder oscila entre un elaborado esteticismo y un (no sé si deliberado o espontáneo) feísmo, saltando por encima de los muchos términos intermedios posibles, lo que hace que sus películas sean unas veces empalagosas y otras veces de una vulgaridad plástica apabullante, y que, en cualquier caso, tiendan a resultar opresivas y a provocar una especie de claustrofobia visual que, personalmente, encuentro desagradable. Un año con trece lunas (In einem Jahr mit 13 Monden) es un exabrupto, suscitado por el suicidio reciente de su amante Armin, rodado más contra que en Frankfurt, y con un equipo técnico reducido al mínimo posible (el propio Fassbinder hace casi todo); podría, pues, esperarse una obra pobretona y torpe, pero apasionada y obsesiva: lo curioso es que no hay tal, sino una frialdad y una frivolidad que quizá sean producto de una reacción autodefensiva de Fassbinder, demasiado implicado como para atreverse a hablar en primera persona, pero que hacen que, a partir de los diez minutos iniciales, me desinterese de la suerte —que se presiente triste, tristísima— de Elvira, ex Ervin, y no consiga creerme sus quejumbrosas historias. Cierto que hay algunas secuencias —como la del negro que va a suicidarse colgándose en una oficina vacía— insólitas, que me despiertan un poco del resignado letargo en que Fassbinder me ha sumido, pero encuentro significativo que todas ellas sean marginales a la «pasión» del transexual insatisfecho, y concernientes a personajes de importancia muy secundaria, encontrados casualmente y sin relación alguna con Elvira. Tal vez hubiera valido la pena que Fassbinder tuviese menos facilidades para llevar a la práctica sus proyectos y que eso le hubiese dado tiempo para elaborar un guión más coherente y reflexivo.

Publicado en el nº 7-8 de Casabalanca (julio-agosto de 1981)

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