The Honey Pot (Joseph L. Mankiewicz, 1967)
Sutileza, inteligencia, elegancia, son palabras que, con acierto, se aplican siempre a las obras de Joseph L. Mankiewicz, desde su primera película, Dragonwyck (1946), hasta la espléndida y «maldita» Cleopatra (1963). Pero nunca, sin duda, ha hecho Mankiewicz un film tan «secreto» y sutil, tan poco presuntuoso y tan revelador como este The Honey Pot (1967) que nos llega bajo el título de Mujeres en Venecia.
En principio, este film puede parecer «menor», un simple «divertimento» o un mero producto comercial «de serie». Es la obra típica para que el público y la crítica salgan diciendo «es distraída, pero no vale nada», suerte reservada a casi todas las comedias y los westerns o films de aventuras (de Hatari! a El Dorado pasando por Su juego favorito). Sin embargo, como ocurre con esa obra maestra que es La condesa de Hong Kong, un examen detenido del film (esto es, varias visiones) descubrirá una película rica y profunda bajo la brillante capa de sus imágenes. Es más, Mujeres en Venecia es la quintaesencia de su autor, el film de Mankiewicz por excelencia, su antología, algo así como lo que es Con la muerte en los talones en la obra de Hitchcock.
Mankiewicz siempre ha sido un gran guionista, y sus diálogos son inconfundibles. Para escribir Mujeres en Venecia se ha basado en dos obras teatrales, una de Ben Johnson (Volpone) y otra de Frederick Knott, y en una novela, de Thomas Sterling, a partir de las cuales ha elaborado uno de los guiones más complejos (y lubitschianos) que conozco. Hasta tal punto es complejo en sus interferencias entre la vida y el teatro, entre el Volpone de B. Johnson y el de Mr. Fox, entre lo que creen los personajes, lo que cree el espectador y lo que está ocurriendo, que es difícil apreciar los valores esenciales de la obra hasta la segunda visión. Además, este film, que empieza como una comedia, se convierte de pronto en un drama policíaco, ruptura de tono (y no es la única) que ya despista, pero es que además resulta que a Mankiewicz no le interesa crear suspense, sino estudiar las relaciones entre los personajes, y el perfecto mecanismo de la «ratonera» de Mr. Fox. Y esto también desconcierta, y más todavía si a esto se añade que el film tiene un ritmo majestuosamente lento (no lo digo como reproche) y que, como es frecuente en Mankiewicz, hay abundante (y original) uso de la voz en off, que no sólo sirve para desmontar el mecanismo del «juego», privándolo así de tensión, sino para cambiar de punto de vista, pasando del de un personaje al de otro hasta darnos cada una de las múltiples «facetas» de ese diamante que es The Honey Pot. Este procedimiento es clásico en Mankiewicz, y suele hacerlo en forma de flashbacks (extrañamente ausentes aquí), como en Eva al desnudo (All About Eve, 1950) o en Carta a tres esposas (A Letter to Three Wives, 1949), pero que aquí se realiza con más sencillez y de forma más sutil, menos «llamativa». The Honey Pot es el film más virtuoso con el mínimo de «virtuosismo», al revés de lo que ocurre con los últimos films de Donen, Penn o Losey (incluso cuando son buenos). Y es que Mankiewicz, que cree, muy erróneamente en mi opinión, que Cleopatra es un mal film, y poco personal, ha querido recuperarse. Como decía a fines de 1963 a Cahiers du Cinéma, al preguntarle cuáles eran sus proyectos: «Recuperar — o, al menos, redefinir — mis criterios y recobrar mi sentido del humor. Lo primero es más fácil; porque, en fin, no debo abandonar la esperanza de recuperarme simplemente por haber sido incapaz de mantenerme a mi nivel. En cuanto a las condiciones en que trabajaría — cuando vuelva al trabajo — estoy seguro de una cosa: que, en los límites de mi poder, esas condiciones serán, por una vez, las mías». Dejando aparte el que en mi opinión Cleopatra es una de sus mejores películas y que, artísticamente, no tenía de qué recuperarse, pues se había mantenido a su nivel, que es sin duda altísimo (conozco sus primeros films, y los que tienen peor fama, y oscilan entre lo admirable y lo genial), resulta que Mankiewicz ha logrado un film que es una de las máximas pruebas de la validez de la «política de los autores»: si alguien me preguntase quién y cómo es Mankiewicz no le contaría su biografía ni le leería su filmografía, sino que le mandaría a ver Mujeres en Venecia, donde siete actores admirablemente dirigidos (Rex Harrison, Maggie Smith, Cliff Robertson, Capucine, Edie Adams, Susan Hayward y Adolfo Celi) representan un intrincado drama en una Venecia invernal que se ve poco, pero cuya presencia «colateral» (como en Senso) impregna todo con sus melancólicos colores. Hay que mirar este film con ironía, gozando y con un poco de amargura, como mira la vida Mr. Fox (Rex Harrison), para comprenderlo y disfrutarlo: nuestra mirada coincidirá con la de Mankiewicz, que nos ofrece, a cada uno de nosotros, aunque estemos rodeados de personas, una «representación» privada, como la que abre el film, logrando así algo muy difícil y muy estimable: una película que, sin ser minoritaria, es hasta tal punto digna y contraria a facilidades, «ganchos» y concesiones, que va dirigida no al público como masa uniforme sino a cada uno de los individuos que lo componen.
Publicado en El Noticiero Universal (12 de agosto de 1968)
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