viernes, 15 de agosto de 2025

Cine e Historia – Ben Hur: a tale of the Christ (Fred Niblo, 1925)


Fundación Juan March, 13 de octubre de 2017

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CINE E HISTORIA

Como cualquiera puede advertir en cuanto lo piense durante un par de minutos, todo el cine es –quiéranlo o no sus productores y autores– forzosamente histórico, porque cada película está anclada en una serie de circunstancias, medios, técnicas, creencias, modas y puntos de vista que, con mayor o menor evidencia o claridad, reflejan el momento de la historia en que fue concebida y realizada.

Ahora bien, dentro de esa condición temporal o secular, y por tanto histórica, ha habido desde los comienzos del cine un género o más bien super-género, pues es tan amplio y variado como vaporoso y de difusas fronteras, que se podría calificar de “histórico”, y que ha sido frecuentado por los más diversos cineastas, entre los que se cuentan, por cierto, varios de los más grandes o al menos de los más hábiles desde un punto de vista narrativo o espectacular, cuando no desde ambos.

Ello hace posible seleccionar un buen número –nueve en este nuevo ciclo de cine mudo que acoge la Fundación Juan March y ha elegido Romà Gubern– de obras de gran calidad, interés y variedad, sobre las cuales conviene, sin embargo, mantener un considerable grado de escepticismo acerca de su fidelidad a la Historia, tantas veces instrumentalizada, edulcorada o falsificada (cuando no simplemente inventada o soñada) por razones tanto ideológicas como comerciales.

Para estudiar la Historia y tratar de aproximarse a la (siempre relativa) verdad, mucho me temo que no es el cine el lugar más adecuado ni el más fiable. Hasta lo más estrictamente fiel a los hechos suele estar condimentado o acompañado por tantas licencias “poéticas” y ficciones que conviene contemplarlo con el mismo grado de incredulidad que la más absoluta ficción. Acuérdense de cuántas películas “basadas en hechos reales” nos advierten, en realidad, que vamos a presenciar acontecimientos inverosímiles.

Pero lo cierto es que, a pesar de las deformaciones, simplificaciones y amalgamas (o de las omisiones de personajes o hechos relevantes) cometidas por guionistas, directores, productores, decoradores, diseñadores de vestuario, peluqueros e intérpretes (sin olvidar a los siempre ávidos censores de todo pelaje), la historia ofrece suficientes (y casi inagotables) peripecias dramáticas muy variopintas, que han nutrido profusamente el acervo argumental del cine. En contrapartida, el cine ha permitido a sus espectadores viajar como en la máquina del tiempo de H.G. Wells a otras épocas y reflexionar acerca de hechos tal vez ignorados u olvidados, y veces han espoleado su curiosidad lo bastante como para repasar esa historia que estudió en su infancia o adolescencia y que tal vez ha olvidado, que ignoraba por completo o que interpretará ahora de otra manera, con otra perspectiva, que a su vez habrá de contrastar mentalmente con las propuestas por los diferentes cineastas en momentos y circunstancias muy distintos.

Las películas de este ciclo que hoy comienza, dentro del siempre oportuno (yo diría que hasta necesario, pues también para entender el cine, y no digamos para hacerlo, hay que conocer su historia) repaso del llamado cine “mudo”, y que se proyectan por orden cronológico no de su filmación ni de su estreno, sino de los acontecimientos históricos en los que cada obra se centra, comprenden películas rodadas entre 1919 y 1929, es decir, aproximadamente del decenio final del cine silencioso.

En mi opinión, que naturalmente nadie tiene que compartir ni a priori ni a posteriori, todas ellas merecen ser vistas e incluso revisadas, pues es difícil que una sola proyección agote su riqueza, y varias de ellas son mayoritariamente consideradas obras maestras, juicio con el que sorprendentemente estoy de acuerdo, con apenas un par de excepciones, que no desvelaré, que simplemente me parece muy buenas, a ratos muy emocionantes, pero que estéticamente encuentro discutible o poco apasionante. Sí querría llamar la atención, por ser menos fáciles de ver, y por ello quizá hoy menos conocidas, hacia las dos de Ernst Lubitsch y dos de las obras soviéticas, tanto La Nueva Babilonia de Kozintsev y Trauberg, sobre la Comuna de París, como El fin de San Petersburgo de Pudovkin, que es mucho menos conocida que Octubre de Eisenstein, su contemporánea celebración del décimo aniversario de la Revolución de Octubre de 1917, pero igualmente magnífica.

Conviene, creo yo, sobre todo a quienes interesen tanto el cine y su historia como la Historia con mayúscula, verlas todas, porque no hay una que no valga la pena. Una es francesa, tres soviéticas, dos alemanas y tres americanas. Sus directores son un danés, cuatro rusos, dos alemanes, dos estadounidenses, y entre ellos los hay tan célebres como Carl Theodor Dreyer, Sergeí Mikhailovich Eisenstein, Vsevolod Pudovkín, la pareja formada por Grigori Kozintsev y Leonid Trauberg, Josef von Sternberg, Ernst Lubitsch (que repite), y King Vidor ...además de Fred Niblo.

BEN-HUR: A TALE OF THE CHRIST

El menos conocido hoy día de todos esos cineastas es precisamente Fred Niblo, que fue el responsable de la actualmente menos recordada y posiblemente más “comercial” y, si se quiere, también la más convencional, de las nueve que componen el ciclo de esta temporada, es decir, la que voy a tratar de presentarles a continuación.

Se trata, como saben, de una adaptación –creo que ya la segunda– de una novela por entonces muy célebre pero sobre la que me permitirán que no opine, sino que me limite a confesar que es uno de los pocos libros que no he conseguido terminar, ni de niño, ni de adolescente, ni de adulto. Tres veces lo intenté, y las tres me di por vencido. Adivinarán que no es precisamente el argumento que narra lo que me atrae de esta película.

La novela en cuestión fue escrita por el general Lew Wallace, que si no recuerdo mal fue, entre otras cosas, gobernador de Texas en tiempos de Billy el Niño, y se convirtió en un best-seller para varias generaciones de lectores. Todavía se leerá, supongo, pero la película muda de Fred Niblo rodada en 1925 se ha hecho progresivamente menos visible, y además ha sido ocultada por la extendida suposición de que lo más reciente –sobre todo en un arte que se supone tan tributario de la técnica y sus avances como el cine– superará siempre a lo más antiguo, de modo que la versión realizada en 1959 por uno de los ayudantes de Niblo en esta versión, William Wyler (otros fueron Henry Hathaway y Jacques Tourneur), que recibió incontables óscares y entusiasmó a millones de espectadores, y debe de seguir lográndolo, pues se pasa a menudo por las televisiones, ha mantenido vivo el recuerdo de la novela y ha sepultado en el olvido a la versión muda, que a mi entender, pese a ser 34 años anterior, es muy superior a la interpretada por Charlton Heston y Stephen Boyd, no obstante ser estos actores mucho más convincentes, en estos papeles, que Ramon Novarro y Francis X. Bushman, que son, para mí, el punto más endeble de la versión muda, y conste que Novarro podía ser, en ocasiones, un actor excelente, por ejemplo, en El príncipe estudiante (1927) de Ernst Lubitsch. Si no menciono otras versiones posteriores, como una televisiva de 2010 encomendada a un tal Steve Shill y otra aún peor de 2016, perpetrada por Timur Bekmambetov, es porque no les encuentro el menor interés, y a su lado la de Wyler, a mi entender una de las menos interesantes películas de ese director, parece una obra magnífica. Mi pertinaz y ya definitiva ignorancia de la novela me impide entrar en un curioso debate reciente acerca de una supuesta relación “homoerótica” entre Messala y Ben-Hur, que algunos detectaron en la versión de Wyler y de la que aquí, desde luego, no advierto la menor insinuación.

Fred Niblo es hoy, sin duda, un desconocido, total o relativamente, para la mayoría de los aficionados al cine. Aunque figure (y no sólo por Ben-Hur) en casi todas las Historias del Cine. Quizá, entre otras razones, porque después de 1932 ya no dirigió ninguna película y además falleció en 1948. Pero este cineasta, que había nacido en Nueva York en 1874 y cuyo nombre verdadero era Frederick Liedtke, y por tanto de origen germánico, aunque a veces utilizase el nombre más bien italianizante de Federico Nobile, fue durante unos años, por lo menos entre 1920 y 1927, uno de los directores más reputados, más apreciados por la industria, mejor pagados y más afamados. Dirigió a buen número de las mayores estrellas del cine mudo hollywoodense y varias de sus películas fueron taquilleras y premiadas. Llegó a dirigir (algunas sólo en parte, lo que dificulta determinar su grado de responsabilidad y definir su posible estilo) 44 películas entre 1916 y 1932, pero yo no he logrado ver más que ocho, todas ellas de las más afamadas, que no me permiten hacerme una idea ni siquiera aproximativa de su valía. Era, eso desde luego, un muy hábil artesano, a veces un poco tendente, para mi gusto, al estatismo. The Red Lily (1924) y Ben-Hur (1925) son las que encuentro mejores de las que conozco, ninguna es un desastre y todas son, en mayor o menor grado, buenas y amenas películas, sin excesivas pretensiones de originalidad. Claro que algunas fueron preparadas y empezadas por otros directores, y en otras participaron, además de él, antes, durante o después de él, otros varios, como sucede en Ben-Hur: parece segura la intervención no acreditada de Charles Brabin, Christy Cabanne, J.J. Cohn, Rex Ingram, además de, en diversas funciones, B. Reeves Eason, Alfred L. Raboch y David Smith.

Hay que decir que la fama y el éxito de casi todas las versiones cinematográficas de la novela de Lew Wallace se ha medido en función de sus dos escenas más espectaculares. De esa competición quedan como claras triunfadoras la versión de Niblo de 1925 y la de Wyler de 1959. En ambas ha destacado siempre, aún más que la batalla naval (aquí dirigida por David Smith) la carrera –o más bien el combate, en todo caso el duelo a muerte– de cuadrigas entre Ben-Hur y Messala. Es sabido que en la versión más aclamada el que dirigió esa escena no fue Wyler, sino Yakima Canutt, y que en la que veremos hoy no fue Niblo, sino B. Reeves Eason, otro de esos oscuros “directores de 2ª unidad” que apechugaban con las escenas técnica y físicamente más complicadas y duras, con la ayuda de múltiples cámaras, dobles de los actores y especialistas en escenas arriesgadas.

Sin embargo, he de decir que, con independencia de la notable competencia técnica de esas escenas, lo más meritorio de la versión de Niblo me parece su capacidad para suscitar emoción y conmover con medios muy simples, lo que echo en falta, en cambio, en la versión de Wyler, para mí excesivamente fría. Así, más que en las masas de esclavos, prisioneros, combatientes y remeros de las galeras, veo a Niblo interesado por la amada, la madre y la hermana de Ben-Hur, es decir, por la acusadamente melodramática historia que en el último cuarto de la película empareda las peripecias de los restos dispersos de la familia Ben-Hur con la crucifixión de Cristo, un poco en la línea del montaje paralelo probablemente heredado de la Intolerancia realizada en 1916 por Griffith, estructura empleada igualmente por varios otros directores, sobre todo Cecil B. DeMille en su primera versión de Los Diez Mandamientos (1923) y The Road to Yesterday (1925), entre otras, o por Michael Curtiz en El Arca de Noé (1929), con la diferencia de que aquí Niblo mezcla dos historias contemporáneas entre sí y las otras exploran paralelismos o contrastes entre historias pasadas (generalmente extraídas de la Biblia o de los Evangelios) y momentos más o menos contemporáneos al de su filmación.

Ben-Hur tuvo fama de ser la película más costosa realizada hasta la fecha, y fue rodada, además de en Hollywood, en gran parte en Italia, y con algunos colaboradores europeos –como el futuro director Camillo Mastrocinque–, tratando de reproducir la época de la acción con la mayor fidelidad. No recuerdo ya si son 9 u 11 las escenas rodadas en Technicolor de 2 bandas, que resulta un poco extraño pero no feo y sí relativamente sobrio en la cuidadosa restauración de David Gill y Kevin Brownlow.

Advierto al que lo haya podido leer en algún sitio que no se moleste en intentar identificar a ninguno de los 8 directores, 19 actores y un productor que hicieron de extras como espectadores de la carrera de cuadrigas. No lo va a conseguir y se quedará sin ver la efectista pero espectacular carrera.

Texto preparatorio para la presentación del ciclo y de la película en la Fundación Juan March (13 de octubre de 2017)

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