lunes, 19 de mayo de 2025

Tres notas a Raoul Walsh

Gracias a TVE, hemos podido ver o revisar recientemente tres películas de este director americano. Si durante muchos años se le ha despreciado considerándole como un mero artesano, lo cual era injusto, desde hace poco se observa una tendencia a considerarle como un "autor”, lo cual me parece excesivo, a juzgar por las diecinueve películas suyas que conozco. Claro que aún me faltan por ver noventa films de Walsh, y esto puede variar las cosas, aunque no de un modo absoluto. En mi opinión, Walsh es, como muchos otros grandes del cine americano, un director con personalidad, al igual que Anthony Mann, Allan Dwan, Vincente Minnelli, Robert Aldrich, Budd Boetticher o Frank Capra, con un estilo bien definido y con algunas películas "de autor" (como Una trompeta lejana, A Distant Trumpet, 1964, o La esclava libre, Band of Angels, 1957), dentro de un conjunto de películas en general buenas, pero que deben muchos de sus valores a los actores, los géneros y la época.

Pursued (1947), inédita en España, es una de sus obras maestras: fascinante film negro envuelto en los míticos ropajes del western, nos cuenta, en una construcción bastante desusada para el lineal Walsh (a través de "vueltas atrás" que van esclareciendo poco a poco el misterio) una historia de odios y pasiones, amores casi incestuosos, venganza y sadismo, que haría palidecer de envidia a un James M. Cain. Ayudado por la espléndida fotografía de James Wong Howe (más próxima a la estética del film "negro" que a la del western) y actores de la talla de Robert Mitchum, Teresa Wright y Judith Anderson (obsérvese que el primero era uno de los pilares del thriller de los años 40, y que las dos actrices habían trabajado con Hitchcock), Walsh ha puesto en escena con singular sobriedad, claridad y eficacia el tortuoso guión de Niven Busch (autor de la novela de Duelo al sol, con la que comparte la exacerbación pasional, aunque la labor de Walsh se sitúe en un registro diametralmente opuesto al de King Vidor en este film). Típico producto Warner, magnificado por la música de Max Steiner, Pursued se presenta como un western sombrío, en ocasiones wellesiano y del cual se acordó, posiblemente, John Huston, cuando hizo Los que no perdonan (contradictoria traducción de The Unforgiven, 1959).

The Roaring Twenties (1939), también desconocido en nuestro país hasta el momento, se presenta claramente como un film "negro". Para ello, y adelantándose casi diez años a los films producidos por Louis De Rochemont, Walsh y sus guionistas (Jerry Wald, Richard Macaulay y Robert Rossen) adoptan un estilo documentalista y, de forma muy americana, trazan la historia de los años veinte en América (desde la I Guerra Mundial hasta el New Deal rooseveltiano y el fin de la Prohibición) a través del drama de unos individuos, fabulosos personajes míticos a los que el tiempo ha dotado de una aureola trágica (James Cagney, Humprey Bogart en un papel de malvado extralúcido y omnisciente, la virginal Priscilla Lane, y Gladys George, encarnando a la inolvidable "Panama Smith") . Este film, que podría llamarse "El ascenso y declive de Eddie Bartlett" en homenaje a La ley del hampa (The Rise and Fall of Legs Diamond, 1960, de Boetticher), con la que presenta numerosos paralelismos, es un film absolutamente moderno, con un final precursor, mezcla anticipada de Al final de la escapada (À bout de souffle, 1959, de Godard) y Sed de mal (Touch of Evil, 1958, de Welles), elevado al rango de tragedia por el suntuoso travelling de retroceso que nos aleja de Cagney, muerto en una escalinata durante su último tiroteo.

La película, por otra parte, es una verdadera y gloriosa antología de batallas de gangsters, atracos, contrabando de licores y otros temas clásicos, encuadrados siempre en su circunstancia histórica gracias a elipsis y fragmentos "documentales" (la Prohibición, el "crack" de 1929, con una escena en la Bolsa mucho más delirante que la de El eclipse, de Antonioni) insertados en la acción. Todo ello envuelto en la música y las canciones de la época, para acabar de completar el cuadro sociológico y testimonial de los años veinte.

Sea Devils (1953) se había estrenado ya (con el título Los gavilanes del Estrecho) y es una legendaria historia de piratas, espías, contrabandistas, revolucionarios y conspiradores, vagamente inspirada en Les Travailleurs de la mer, de Victor Hugo. El divertido guión de Borden Chase (uno de los mejores guionistas de Hollywood) da pretexto a que Walsh nos sumerja en un mundo de figones patibularios, ensenadas ocultas, posadas portuarias, acantilados inaccesibles, temibles capitanes de mala reputación, mujeres aventureras, viejos políticos, implacables prefectos napoleónicos, raptos nocturnos, travesías del Canal de la Mancha, homéricas peleas, ingeniosos trucos, traiciones y emboscadas. El humor pintoresco de Walsh, el velocísimo desarrollo de la intriga, su siempre precisa planificación, el encanto popular de los actores, los inolvidables diálogos ("Es una pena lo que te pasa, Willie: eres un buen hombre, pero no tienes corazón") y contraseña ("Sí, a una primavera lluviosa sigue siempre un verano caluroso"), se ven recubiertos ahora por una pátina que confiere cierto encanto incluso al doblaje español de los años cincuenta.

Es un film "désuet", como ya no se hacen ni se volverán a hacer, lleno de deslumbrantes ideas visuales (como la presentación de Napoleón, de espaldas, haciendo girar un globo terráqueo, los pies de Yvonne De Carlo agitándose fuera de la sábana en que Rock Hudson la rapta llevándola como si fuera un fardo), y que hace pensar en la máxima de Goethe: "Cuando algo es perfecto en su género, deja de pertenecer a ese género".

Mejor todavía que Tambores lejanos (Distant Drums, 1951) o El mundo en sus manos (The World in His Arms, 1952), esta "improvisación musical sobre la belleza de Yvonne De Carlo" (son palabras de Walsh), se convierte en una auténtica "saga" y nos revela la vertiente aventurera del polifacético septuagenario, hoy reducido al silencio, que es Raoul Walsh.

En El Noticiero Universal (4 de marzo de 1969)

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