Un tipo genial resucita el entrañable sentido del humor, lo pintoresco, lo estrafalario y lo absurdo que presidió, casi siempre, las producciones Ealing de los años 40 y 50, en particular las más conseguidas, es decir, las dirigidas por Alexander Mackendrick. Algo tiene, en efecto, de The Man in the White Suit (El hombre vestido de blanco, 1951), sobre todo al principio, de The Maggie (La bella Maggie, 1954), hacia el final, y de Whisky Galore! (Whisky a gogó, 1949), en la parte central y más prolongada, pero en color (lo cual no viene mal, tratándose de Escocia) y aplicando la tradicional ironía a problemas de actualidad: la crisis energética, la degradación del medio ambiente, las multinacionales, la añoranza de la libertad de hacer lo que a uno le gusta en lugar de aquello por lo que a uno le pagan. Es decir, que no estamos ante uno de tantos casos de explotación mimética del patrimonio cinematográfico legado por los mayores, sino ante una película que, para ser auténticamente escocesa, como deseaba su autor, ha procurado echar raíces en uno de los pocos terrenos, tal vez el más fértil, batidos por un cineasta de su tierra. Creo que Bill Forsyth podría servir de modelo a muchos directores actuales, que tratan de hacer un cine verdaderamente autóctono y que creen suficiente para conseguirlo con rebuscar en la historia de su país algún episodio extraño o con hacer que todos los personajes sean originarios de esa nacionalidad o región, olvidando que es cine lo que se supone que intentan hacer, no erudición, etnografía o sociología en imágenes.
Local Hero tiene, para empezar, las virtudes que le confiere su modestia. Sólo por eso resulta ya una película simpática. No tiene, además, grandes defectos, y sí, en cambio, la sabiduría precisa para sacar partido de sus limitaciones. Así, por ejemplo, equilibra la posible falta de originalidad de su planteamiento —un tanto previsible— gracias a una mirada despierta, nueva, que sabe captar esos detalles deliciosos que caracterizaron las primeras películas de Berlanga, Tati o Fellini, con un sentido del humor que hace que nos riamos por cosas mínimas, casi imperceptibles, pero que se ven, se disfrutan y se recuerdan luego.
En Casablanca nº 34 (octubre de 1983)
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