lunes, 29 de septiembre de 2025

The Red Badge of Courage (John Huston, 1951)

Lillian Hellman escribió un libro sobre el difícil rodaje y las mutilaciones de montaje que sufrió esta película. Como en el caso de Mayor Dundee (1964), de Peckinpah, el espectador actual puede suplir por su cuenta lo que falta, y disfrutar plenamente de una de las mejores películas de su autor. Basada en la célebre novela escrita por Stephen Crane a los veintidós años, una de las favoritas de Hemingway, muy apreciada por F. Scott Fitzgerald y considerada un clásico de la literatura americana, presentaba graves problemas de adaptación. La obra de Crane alterna la descripción exterior de un caos (tres batallas y una larga marcha) con el análisis subjetivo de los sentimientos del soldado nordista Henry Fleming, que teme no ser un valiente. Esta historia de un bautismo de fuego ha sido llevada al cine combinando la objetividad del relato con el subjetivismo del comentario en off, que convierte en narrador a otro personaje; ignoro si la idea fue de Huston o de los montadores de la M. G. M., pero da igual: es un acierto. Reprochar a Huston o a la productora que no se perciba con claridad el paso de cobarde a héroe del protagonista supondría desconocer que para Crane la diferencia entre uno y otro radica en la dirección en que corre. Fleming (un Audie Murphy magnífico) corre sin parar; primero, espantado, huye: luego, temiendo, además, que su conducta sea descubierta, corre hacia adelante, y toma una cota insignificante, casi sin darse cuenta, lo que le consagra como un héroe. El riesgo de que tal ironía resulte un poco fácil es evitado por la mutua confesión de Fleming y su amigo Wilson, que reconocen haber pasado un miedo horrible, y por las otras secuencias que Huston ha añadido a la novela: las dos que nos aproximan —afectuosamente— a los soldados sureños (enemigo distante y terrible en el libro), que subrayan el carácter civil, intestino, de la guerra que se está librando. Película breve, densa y rápida, combina con sabiduría la amargura y el entusiasmo que caracterizan el mejor cine épico americano.


En Casablanca nº 35 (noviembre de 1983)

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