Clasificado en "raros y curiosos" -etiqueta de prestigio para unos pocos, pero disuasoria para la creciente mayoría de espectadores perezosos-, el cineasta portugués Manoel de Oliveira es el decano entre los activos: cumplirá 93 años el 12 de diciembre, aunque nadie lo diría al contemplar sus películas, ni el ritmo al que se suceden, menos aún al verlo y escucharle en persona.
Pese a realizar películas cada vez más alejadas del pelotón, se ha hecho difícil seguir ignorando a un director que, contra toda expectativa, ha incrementado su creatividad con la edad: 3 largos en los 50, 60 y 70, 9 en los 80, 11 en la década que acabó con el año 2000, un largo y un corto en el 2001. La clave de esta febril actividad es la esperanza depositada aún por Manoel de Oliveira en lo que se llamó el séptimo arte y hoy tiende a considerarse una rama residual del enmarañado árbol audiovisual. Hace falta una fe en el cine que pocos de sus colegas demuestran para innovar sin desfallecer; que lo haga precisamente un hombre poco más joven que el cine mismo tiene, en el fondo, su lógica: Oliveira es el único director en ejercicio que rodó cine mudo y que tiene perspectiva histórica personal para no dejarse engañar por las modas y para tener presentes la misión y las posibilidades todavía inexploradas del invento popularizado por los hermanos Lumière.
Si Oliveira resulta "raro" es por culpa de un ambiente cada vez más adocenado y uniforme, menos exigente e inventivo, más propenso a la facilidad y la rutina. Su cine parece anómalo porque se mantiene fiel a sí mismo, con una lógica que Oliveira aplica tranquilamente, sin la menor tentación de erigirla en dogma, lo que explica que cada película sea independiente de las anteriores y se inscriba, a pesar de ello, en la continuidad de una obra coherente y amplia como pocas, siempre sorprendente e imprevisible, tan ajena a la monotonía como a la reiteración.
Si un guión de Oliveira causa asombro entre los profesionales del cine es porque sigue siendo un "amateur", lo mismo que otros "resistentes" como Godard, Straub & Huillet, Rouch, Pialat, Erice, Rohmer, Rivette, Garrel, Sokurov, Kiarostami, Guerín..., que no han renunciado al riesgo y que todavía consideran el cine como un medio de conocimiento, un instrumento de investigación y análisis, un arte en construcción y en proceso de constante evolución... como algo vivo, en suma, que no puede darse por "dado" o "sentado".
El secreto de Oliveira -gracias a la complicidad de un productor fuera de normas, Paulo Branco- reside en hacer películas que cuesten menos que lo que puedan recaudar en el mundo. Semejante regla de tres no constituye un misterio, pero es ignorada por muchos cineastas de menor edad biológica que nunca llegarán a ser tan jóvenes como algunos de sus mayores. Una cierta austeridad y modestia vital es el precio que hay que pagar por la libertad imprescindible para hacer lo que realmente se quiere. Pero hay que saber lo que se quiere, y quererlo: Oliveira no parece haber hecho nunca una película sin deseo, sin la apetencia concreta de hacer esa y no otra; no ha rodado con desgana y por compromiso ni cuando aceptaba un encargo.
Texto preparatorio para la intervención en El Séptimo Vicio, en Radio 3. Escrito el 29 de noviembre de 2001.
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