Ha llegado por fin a Madrid, más de un año después de su estreno en Barcelona, y desgraciadamente doblada, una película de Roberto Farias, titulada en España, melodramática y estúpidamente Fieras humanas. Por si fuera poco, se ha estrenado en un cine especializado en programas dobles de ínfima calidad —mientras en Arte y Ensayo se exhiben vergonzosos productos comerciales con excesiva frecuencia—, sin la menor publicidad y ante la ignorancia e indiferencia de la crítica de periódicos. Por este motivo, muchos serán los aficionados que no hayan podido —o no se les haya ocurrido siquiera— asistir ir a una de las películas brasileñas más importantes que se han visto en Madrid (ya que ni Los fusiles, Os Fuzis, 1964 de Ruy Guerra ni Matraga, A Hora e Vez de Augusto Matraga, 1966 de Roberto Santos, estrenadas hace mucho en Barcelona han llegado todavía.
En el panorama del actual e importantísimo cine brasileño, Roberto Farias ocupa una posición curiosa y marginal, no formando parte del Cinema Nôvo propiamente dicho. Poco se sabe de él, y esto es contradictorio. En su indispensable libro Revisión crítica del cine brasilero (publicado en español por el I.C.A.I.C. de Cuba, Glauber Rocha le apellida “Faria” mientras que en otras fuentes y en los títulos de crédito de la película que comentamos se llama “Farias". Del libro de Rocha se deduce que nació en 1930 mientras que en el número 113 de Cinéma 67 se dice que nació en Rio de Janeiro en 1935. Comenzó como director de “chanchadas” (comedias musicales pseudo populares de baja calidad y grandes éxitos de taquilla), hasta que decidió hacer algo más personal, Cidade Ameaçada, que Rocha data en 1960 y la revista francesa en 1958 (parece de mayor confianza, en este caso, la información de Rocha). Tras el fracaso de esta película sobre la delincuencia juvenil, vuelve a la “chanchada”, pero consigue realizar O Assalto ao Trem Pagador (1962), película policiaca-social que obtiene un inmenso éxito de taquilla, lo que, tras el de Os Cafajestes (1962) de Guerra, facilita la consolidación del C.N. Al parecer, es una película muy bien hecha, en la que, según Rocha, “toma siempre partido por los fuera de la ley frente a la máquina policiaca brasileña —institución tan agresiva como el sindicato del crimen”— pero es “confusa: el director tiene valor personal pero no tiene formación ideológica sólida. Acusa pero no profundiza.” Rocha reconoce sin embargo que el guión de Selva Trágica (1964) “anuncia un Roberto Farias evolucionado”.
Las previsiones de Rocha se han visto cumplidas, hasta tal punto que Selva Trágica puede englobarse ya en el C.N. Nos encontramos ante una película técnicamente excelente, que plantea con madurez y admirable sobriedad uno de los máximos casos de explotación que ha mostrado el cine. La acción transcurre en el Mato Grosso, donde una pandilla de “changaís”(?) se dedica a robar mate a una compañía latifundista que monopoliza esta planta. Son capturados por uno de los capataces, Casimiro (Mauricio de Valle, interpretando un personaje muy semejante al de Antonio das Mortes que encarnaba en Dios y el diablo en la tierra del Sol, 1964, de Rocha). Los supervivientes, Paulo (Reginaldo Farias), su amante Flora (Rejana Medeiros) y un viejo, son capturados y condenados por el propietario a la esclavitud laboral (los dos hombres) o sexual (la mujer). A través de una historia muy lineal, muy clara, se describen las situaciones de violencia y explotación a que da lugar el planteamiento inicial.
Para narrar esta terrible historia y su desesperado final, Farias ha rehuido toda concesión: el fin es lento, aplastante, sin el menor efectismo, evitando incluso el lirismo épico y revolucionario de Rocha. Farias ha elegido el camino de las sobriedad, confiando en la fuerza del tema y en los actores que, muy bien dirigidos (y eso que sus voces se pierden en un espantoso doblaje), han sabido dar vista a unos personajes sencillos y reales que el director escruta con calma y sencillez, actitud que no hace sino resaltar lo inadmisible de los sucesos relatados, a través de un estilo cuya accesibilidad permite la toma de conciencia de cualquier público, por analfabeto que sea, desvelando las raíces ideológicas que hacen posible un caso como el que presenta la película. Quizá la película no sea como el segundo film de Rocha, un llamamiento a la revolución, pero desde luego posibilita en el espectador el acceso a la situación necesario para que esta llamada sea eficaz, complementando así a Dios y el diablo en la tierra del Sol.
Selva Trágica es, además, un film que revela una gran madurez y contrariamente a O Assalto ao Trem Pagador —según Rocha— carece de ambigüedad y revela una postura bien definida y lúcida. La excelente factura de la película, desde la admirable fotografía de José Rosa hasta el montaje, pasando por la planificación, la música o los actores, permite al film una eficacia que, de otra manera, no hubiera tenido. Es una película seca, dura, austera, necesariamente monótona, quizá influida por Rocha (hieratismo de los actores, sentido del espacio, uso del paisaje) pero en un registro muy diferente, sin barroquismo, sin hibridez, sin la poesía salvaje que impregna Dios y el diablo en la tierra del Sol, sino de un rigor y una homogeneidad que le confieren una grandeza de muy distinto signo. En resumen, un film importante, que nos revela una nueva faceta de un cine del que en España se podría aprender mucho, y que, a pesar de todo tipo de dificultades políticas, técnicas y financieras, consigue expresar, valientemente, los defectos de una sociedad y los conflictos de un país subdesarrollado, y que lo hace con plena conciencia, con claridad y con eficacia.
En Cineinformación (escrito hacia mayo de 1969)
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