lunes, 7 de julio de 2025

El género ingrato

Se dice a menudo que la comedia es el género más agradecido, porque es difícil que llegue a molestar o irritar, y al público le apetece, en principio, pasar un rato distraído y divertido, sin que le cuenten dramas ni problemas. Pero si la comedia se entiende no como un simple género, sino como una forma de ver la vida -con sentido del humor- o de vivirla -quizá con no tanto humor, pero sí con cierta propensión al teatro, la palabrería, el disimulo, el juego, el coqueteo, a inventar historias o embellecer los sucesos cuando se cuentan-, es decir, como una forma de conocimiento y exploración de la realidad y de unos personajes, que no por divertidos han de ser artificiales ni caricaturescos, las cosas cambian.

Si el director no aspira a arrancarle carcajadas a cualquier precio a ese público al que llaman "el respetable" precisamente quienes lo desprecian, ni está dispuesto a burlarse cruelmente de sus personajes, si se contenta con que los espectadores sonrían, la comedia se convierte en un arma de doble filo, en un producto extremadamente frágil y arriesgado. Esto le sucede, temo, a la comedia más inteligente y generosa que he visto en los últimos meses, y que es, para colmo, española: Un paraguas para tres, de Felipe Vega, con Icíar Bollaín, Eulalia Ramón -dos actrices que son personas, y no muñecas, y que se nota que son simpáticas, divertidas e inteligentes- y Juanjo Puigcorbé -por fin liberado de una cierta pesadumbre-. Imagino que alguno habrá pensado que Felipe Vega hacía concesiones comerciales, ya que los perezosos le han creado una imagen de serio (que merece, pero sin olvidar que la seriedad es compatible con el sentido del humor) y "difícil" que quizá no hiciese esperar de él una comedia, y que se tome su incursión en el género como una renuncia.



No hay tal, sino más bien una liberación. A mí me parecen excelentes las dos películas anteriores de Felipe Vega, Mientras haya luz (1987) y, sobre todo, El mejor de los tiempos (1989), pero hasta esta última se me antojaba un poco "puritana" –desde un punto de vista estrictamente cinematográfico- y me hacía desear que Felipe Vega dejase de reprimir sus tendencias más espontáneas -y sabias-, que sacrificaba un poco al rigor estilístico y a la exigencia para consigo mismo -en principio, dignas de admiración y respeto, y desgraciadamente muy desusadas-. Esto es lo que sucede, por fin, con Un paraguas para tres, que siendo, en apariencia, su obra menos personal, es la que mejor y de modo más íntegro le refleja: en ella le reconozco entero, y relajado, y no sólo una parte de él, la más crispada, como en las anteriores, sin que esto signifique que la última sea forzosamente la mejor. Sí la más serena, la más madura, también la más accesible -aunque para mí la anterior tenía que haber sido un éxito de taquilla, probablemente obstaculizado por la ridícula tendencia a considerarla difícil y por una mala distribución-, aunque, por las razones que he expuesto, quizá demasiado modesta y poco pretenciosa -como Innisfree de José Luis Guerín, como El sol del membrillo de Víctor Erice- para llamar la atención en medio de la algarabía, la confusión y la polución que dominan el panorama, ciertamente poco sano para todas aquellas películas que, por innovar, por buscar algo más que la rentabilidad, por respetar al espectador, por no alzar la voz, por apartarse de la rutina, corren el riesgo de ser convertidas en frágiles flores de invernadero, donde pronto pierden el aroma y languidecen, sin ser útiles más que para el desarrollo personal como cineastas de sus autores. Y es una lástima, porque son películas de las que cualquiera podría disfrutar sin esfuerzo.

Para el programa de radio Cine todos los días (1992)

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