miércoles, 23 de julio de 2025

Corman y Poe

Los expertos en cine fantástico —término que encubre mayoritariamente películas sin fantasía alguna— son grandes fanáticos del novelista y guionista Richard Matheson. Como yo no soy ni lo uno ni lo otro no puedo disimular que como adaptaciones o trasposiciones de un mundo literario y personal tan apasionante como singular las películas escritas por Matheson y dirigidas por Roger Corman me parecen harto discutibles, más bien superficiales y ramplonas, y un tanto «baratas» (en el sentido moral, no sólo económico, de la palabra). Ahora bien, estas visiones de Poe (que a menudo parecen el producto de pesadillas causadas por el esfuerzo de imaginar cómo hacer a partir de un tema, un relato o un poema de Poe una película de serie B, de terror, atractiva para el público adolescente) si nos olvidamos de su base —o más bien punto de partida— literaria no carecen de atractivo e interés. Un interés ciertamente limitado y no sólo por la falta de medios y tiempo de rodaje, sino también por el conflicto de intenciones (latente siempre en Corman) entre el estilista barroco y el productor astuto que es al mismo tiempo, y que había de conducirle a la esquizofrenia o a abandonar una de sus dos personalidades (hace veintidós años que no dirige una película).


De las ocho películas que, si no me equivoco, hizo Corman utilizando a Poe como trampolín o pretexto, conozco seis. De ellas, la menos interesante es, probablemente por timidez y respeto aparente a la fuente ilustre, la primera, The House of Usher/The Fall of the House of Usher (1960). El sabor de la declamación autoirónicamente shakespeariana del noble Vincent Price, la buena voluntad y ciertos valores plásticos se estrellan contra una escasez que frustra una y otra vez las proclividades barrocas del director. Cuando, como en The Pit and the Pendulum (El péndulo de la muerte, 1961), Corman se adentra en el terreno de lo macabro y la demencia, tomándose libertades con la letra, y prescinde un poco de ineptas parejas juveniles, lo que se pierde en «buen gusto» se gana en efectividad como cine de terror. Más divertidas y fantasiosas son aquellas películas que acuciadas por la miseria bordean la parodia: así sucede con la hilarante versión de The Raven (El cuervo, 1963), gracias sobre todo al refuerzo de Peter Lorre y Boris Karloff, que forman con Price un trío que en su terreno poco tiene que envidiar a los hermanos Marx en el cine cómico. Por último, con más dinero y en Inglaterra, Corman rueda las dos películas más fieles a Poe y más hermosas de la serie, The Masque of the Red Death (La máscara de la muerte roja) y The Tomb of Ligeia/Ligeia (ambas de 1964), en las que da rienda suelta al barroquismo estilístico hasta entonces sólo latente o intermitentemente manifiesto, al que siempre había aspirado. Son dos películas serias, dramáticas y fascinantes, sobre todo la segunda, que permiten hacerse una idea de lo que Corman el director hubiera podido hacer si Corman el productor le hubiese dejado.

En Casablanca nº 34 (octubre de 1983)

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