Sin duda la menos conocida de todas las películas de Nicholas Ray, tras su otra incursión televisiva, que ni siquiera se conserva. Se trata, para colmo, de un film realmente muy breve, y ya se sabe que los cortometrajes son considerados como de poca importancia por los que ponen el acento en la cantidad, sea de lo que sea (estrellas, dólares, minutos, efectos). Es, para colmo, además de una obra menor, un film en blanco y negro, de aspecto más bien pobretón y forzosamente austero.
Cuenta con ejemplar concisión y elocuente sequedad, sin forzar el ritmo, un admirable relato corto de Evelyn Waugh —The Man Who Loved Dickens—, quizá el mejor del escritor inglés, que aborda con inquietante perspicacia la paradoja de un ser tan brutal como ignorante, y por tanto egoísta y cruel, que sin embargo adora a Dickens y quiere que le lean o cuenten historias con la misma avidez y confianza en el relato que los niños.
Es una historia digna de Borges o de Conrad —ejemplarmente adaptada por A.I. Bezzerides, uno de los guionistas de más talento que resultaron damnificados por las listas negras del senador McCarthy—, tan adecuada al formato que hay que agradecer que la existencia de la televisión permitiese a Ray plantearse su traspaso a la pantalla, aunque fuera pequeña, ya que en cualquier otro formato hubiera sido impensable, y que hay que procurar no desvelar en lo más mínimo, porque su argumento es tan insólito, obsesivo y desesperante como algunas pesadillas, como el cuento de la buena pipa con que nos sacaban de quicio, de pequeños, algunos adultos o como el atosigante episodio del horrible viejo del mar que apresó con sus piernas al ingenuo Simbad el marino cuando éste, compasivo, accedió a cargar con él.
Además de revelar en el intérprete wellesiano por excelencia, Joseph Cotten, y en el obseso secundario Thomas Gómez dos imprevistos actores adecuados al cine de Ray, la desnudez —muy clásica, modesta y funcional esta vez— y el grado de abstracción de su planteamiento hacen de High Green Wall un curioso precedente antitético de la obra límite de Ray, Bitter Victory y de algunas escenas del Apocalypse Now coppoliano.
En Nickel Odeon nº 14 (primavera de 1999)
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