No todas las películas de Carol Reed son tan buenas como Outcast of the Islands, The Third Man, Odd Man Out, es decir, las que en su tiempo fueron celebradas como obras maestras y que, muchos años después, y tras largo tiempo de olvido o menosprecio, pueden todavía considerarse como tales. Pero entre las que nunca llegaron a ser suficientemente respetadas hay varias que, vistas hoy, se revelan no ya agradablemente interesantes, sino sencillamente admirables. Para mí, la más sorprendente entre estos descubrimientos tardíos es quizá The Key, pese a que, en principio, no parecía muy prometedora... a menos que sea precisamente por eso, porque responde generosamente a unas muy escasas expectativas.
No es una película que, a primera vista, resulte muy llamativa ni que, desde la primera visión, impresione en exceso, incluso si parece seria y sincera, además de muy bien realizada e interpretada, y cuenta una historia que consigue ser al mismo tiempo interesante, original, verosímil y emocionante; es quizá una obra demasiado discreta y secreta como para que sus méritos sean apreciables de inmediato.
Algo en ella obsesiona, sin embargo, e impulsa, días después, a pesar de su tonalidad inusualmente depresiva, a volver a ella; es entonces, y más aún si se repite con cierta asiduidad la experiencia, cuando The Key va poco a poco entregándonos su clave, desvelando sus nada sensacionalistas misterios.
Basada en una novela de Jan de Hartog - uno de tantos que, sin ser grandes escritores, son con frecuencia buenos argumentistas y muy competentes narradores, y por tanto muy adaptables al cine -, The Key se presenta como un producto algo extemporáneo o anacrónico, una revisión de la guerra comparable a la que, por esos años, emprendió Roberto Rossellini (Il generale Della Rovere, 1959; Era notte a Roma, 1960), también responsable, como Reed en su país (The Way Ahead, 1944; The True Glory, 1945), de películas sobre el mismo periodo bélico realizadas con carácter inmediato y urgente, durante el conflicto o nada más acabado (Roma città aperta, 1945; Paisà, 1946). Parece como si, llegados a una cierta madurez, y con la perspectiva de la distancia, ambos cineastas hubiesen querido puntualizar o matizar algunos aspectos omitidos al calor del conflicto o pasados por alto con la preocupación de volver a la normalidad. Son, por ello, obras que en nada idealizan la guerra, ni siquiera la actuación del propio bando o de los resistentes, y que no pasan por alto las cobardías, el miedo, la desmoralización, las debilidades, los errores, las carencias o las traiciones; no cantan las grandes batallas ni cuentan acontecimientos decisivos, sino que se centran, más modestamente, en la retaguardia, en pequeñas unidades auxiliares, en el impacto sobre la población civil, y tratan más de la supervivencia y la fatiga cotidiana que de la lucha, la estrategia y la victoria.
The Key cuenta - como casi todas las películas de Reed - lo que paulatinamente descubre y aprende un outsider sorprendido y desconcertado, un extranjero - el americano David Ross (William Holden) - que se ve envuelto, más bien a su pesar, en una situación - como de costumbre - nada confortable y en unas relaciones ajenas más bien extrañas, a las que asiste con incomodidad y sintiéndose de más, como un voyeur y un intruso: el esquema, como puede verse, es bastante parecido al de The Third Man. Es, pues, un ejemplo muy claro de la posición que designan bastante explícitamente incluso los títulos de varias de las películas de Reed: The Man Between, Odd Man Out, The Third Man, Outcast of the Islands...
Lo que sucede aquí lo advierte paladinamente el breve rótulo inicial de la película, que explica, a modo de prólogo, que, cuando Inglaterra aguantaba en solitario el avance nazi, y necesitaba los suministros que llegaban en convoyes marítimos, lógicamente atacados por aviones y submarinos enemigos, los barcos mercantes no contaban con otro auxilio que el de algunos remolcadores prácticamente desarmados, por lo que cada una de sus salidas era prácticamente una misión suicida, con la explicable desesperación y ansiedad de sus tripulantes. No es preciso que la película insista demasiado; ya la primera misión de rescate en la que interviene el capitán Ross, a bordo del remolcador que manda su antiguo amigo Chris Ford (Trevor Howard), como entrenamiento antes de hacerse cargo de su propia nave (tras diez años de inactividad), ilustra suficientemente acerca de la precariedad y el riesgo de su trabajo.
Con una estructura cercana a las de las películas de Hawks, que alterna las escenas de acción con las - no menos importantes - de reposo, Reed nos va mostrando la inseguridad y la fatiga acumulada de los rescatadores, y la insólita relación hereditaria de algunos de ellos mantienen con una mujer - nacida en la suiza italoparlante - llamada Stella (Sophia Loren, en una de las mejores interpretaciones de toda su carrera). Este personaje, realmente admirable dentro de su neurosis y su fatalismo, y que guarda una estrecha aunque secreta relación con otras más bien silenciosas protagonistas femeninas de la obra de Reed - Kathleen Ryan en Odd Man Out, Alida Valli en The Third Man, Kerima en Outcast of the Islands... - ha establecido una moralidad íntima, ajena a las normas sociales, que al menos ella considera adaptada a los tiempos de excepción y de locura que están atravesando. Ross tarda en comprenderla, mientras se establece entre ellos, tácitamente, una "sociedad de apoyo mutuo" no muy distinta, en el fondo, de la que, ese mismo año, retrató Nicholas Ray en Party Girl entre los vulnerables, desencantados y malheridos Robert Taylor y Cyd Charisse; de hecho, de forma totalmente inesperada, hay algunas cosas de The Key que remiten a otra película reciente (y bélica) de Ray, Bitter Victory/Amère victoire (1957).
Con gran sobriedad y auténtico realismo, sin caer nunca en los excesos del melodrama, Reed nos muestra cómo son esos personajes poco comunicativos y nada expansivos, va dibujando con tacto y precisión milimétrica, sin subrayar nada, su cambiante relación, dejándonos que captemos sus recelos y sus temores, y que comprendamos perfectamente - pero desde fuera - lo que sienten en cada momento. Es The Key un pequeño prodigio de intimismo, que evita toda grandilocuencia y se desentiende de los aspectos potencialmente espectaculares de una película que aborda, siquiera marginalmente, los combates navales.
La elección del blanco y negro y el formato CinemaScope refuerza ese carácter secreto y gris de la película, aunque ni siquiera la pantalla ancha disuada a Reed de su extraña manía de hacer algún que otro plano inclinado, siempre para indicarnos redundantemente que reina un cierto malestar en una escena en la que ya los actores nos lo han hecho comprender a la perfección mediante su forma de estar y de moverse, por sus miradas: es una falta de elegancia y de confianza en sí mismo y en los intérpretes por lo menos curiosa - casi conmovedora - en un director que, si de algo peca, es de discreción, y que siempre demostró entenderse a la perfección con los más variados intérpretes, incluso aquellos con los que, como aquí sucede con Holden y Loren, no había trabajado con anterioridad.
En “Carol Reed”, edición a cargo de Valeria Ciompi y Miguel Marías. San Sebastián-Madrid : Festival Internacional de Cine-Filmoteca Española, septiembre del 2000.
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