La verdad es que, a los 20 años de su realización, El Crack se conserva en buena forma, no solo fresca y vigente, sino que, como los buenos vinos, ha ganado con el tiempo. Es posible (y esperable, aunque yo veo que tiendo a ser optimista en exceso en estas cosas) que sea más "visible", con menos lentes interesadamente deformantes y menos telarañas de envidia para impedirlo, y por ello mejor comprendida de lo que lo fue en su momento; a ello deberían ayudar no sólo lo que Garci y también otros han hecho después, sino que sabemos (o debiéramos saber) más acerca de lo que se había hecho antes, en este terreno, en nuestro país.
Recuerdo muy bien que en determinados ambientes - que no han cambiado, entre otras cosas porque, como no se han molestado en ver lo que Garci hacía, creen que sigue haciendo hoy lo que ellos imaginaban entonces o le atribuían alegremente -, sin necesidad de ver la película - y desde antes de hacerlo, si es que llegaron a darle alguna vez una oportunidad -, se produjo una especie de revuelo indignado ante la osadía incalificable de Garci, que se atrevía a meterse en lo que ellos - quizá con menos fundamento, desde luego desde hacía menos - consideraban "su terreno" exclusivo, y en el que veían a Garci como una especie de "intruso garbancero" y advenedizo, que para colmo les tomaba la delantera. El clasismo elitista implícito - en algún caso inconsciente, en otros descarado - en semejante reacción de "propietario airado" me parece tan evidente que no requiere comentarios. Basta, por lo demás, leer lo que cada año o así se escribe en casi todos los medios - sobre todo los que se tienen por más "modernos", "finos", "selectos", "progresistas" o en general "de alto standing" sociocultural - cuando Garci estrena una nueva película o una de las más antiguas se programa en una cadena de televisión, para ver que siguen en sus trece los que desde el comienzo decidieron, con o sin motivos suficientes, que les caía mal y que nada de lo que hiciera podría ser bueno ni merecer atención o respeto. Los que siguen dispuestos a negarle el pan y la sal, haga lo que haga.
Los que se enteraron, indirectamente claro, de oídas y no por sus propios ojos - tengo constancia en más de un caso -, de que en El Crack, además de hacer una película acerca de un detective privado interpretada ¡por Alfredo Landa! - es decir, el protagonista del llamado "landismo" del cine español de finales de los 60 y comienzos de los 70 -, y por tanto, un "film negro" español, un "thriller a la española" - un "cocido thriller" creo que alguien lo motejó, con escaso ingenio y evidente y cuantiosa mala intención -, Garci tenía la pretenciosidad inaudita de dedicársela "A Dashiell Hammett", "mancillando" así su reverenciado nombre, la furia subió varios grados. Como si no fuera todo el mundo libre de dedicar lo que quiera y pueda a quien le apetezca; como si Garci ignorase quién era Hammett, cosa que quizá sucediese, más bien, entre alguno de los fariseos escandalizados e irritados por ese gesto que, además de un saludo y una muestra de admiración perfectamente legítimos y justificados, era el honrado reconocimiento de la deuda que contrae con el autor de Cosecha roja o La llave de cristal todo aquel que las lee y está de acuerdo con su punto de vista. Prueba de que no era un guiño gratuito ni dirigido a la busca de complicidades entre los "enterados" del público, ni un vanidoso intento de recibir algunas migajas del prestigio del citado, como ha ocurrido con otros "homenajes" bastante más traídos por los pelos, es que esté dedicada a Hammett y no a Raymond Chandler, por ejemplo, ya que el más moderno carece del carácter justiciero de su precursor, que encarna certeramente en la pantalla, y tan digna y sobriamente como es posible, Alfredo Landa.
Que, por cierto, no es ni pretende ser un Continental Op, ni es alto ni delgado, sino bajito, muy español y de aspecto nada mítico ni mitificable; de hecho, es un retrato bastante realista, en su falta de "glamour" (extensible a su oficina) de los investigadores privados españoles, asentados con frecuencia, como Germán Areta (también conocido como el "Piojo"), en un gris edificio de oficinas de la Gran Vía o sus mal reputadas calles adyacentes.
La intriga de El Crack es, como su protagonista, modesta. Pequeña, sin demasiadas ramificaciones, pero sólida, bien trabada, lógica y verosímil. No es un asunto de muchos millones ni de grandes bandas mafiosas, sino de mediocres intrigantes de las finanzas corruptas que salen como pueden de los sórdidos crímenes a los que les llevan sus caprichos ocultos. La sensación de corrupción generalizada no es pequeña, sin embargo, aunque nadie lance discursos al respecto, y la falta de escrúpulos de que hacen gala quienes tienen confianza en poder hacer lo que se les antoje impunemente es palpable, y no se para en chiquitas: ni siquiera en volar un coche con una niña dentro.
Comprendo que se viera como un "giro" el paso de Garci de cronista de la transición política (Asignatura pendiente, Solos en la madrugada) y de la insidiosa opresión de la sociedad de consumo (Las verdes praderas) a lo que parecía, "a priori", una película "de género", y de un género, además, que se creía de reciente importación, porque por entonces se había olvidado (si no se ignoraba) que había tenido bastante arraigo en España en los años 40 y 50, sobre todo en muy modestas producciones, rodadas mayoritariamente en Barcelona, ocasionalmente en Madrid. Se esperaba, por tanto, una película referencial, casi "extractada" de otras, ya que su autor era un notorio cinéfilo y procedía de la crítica, y "americana", y esa fue, naturalmente, la etiqueta que ineluctablemente se le colgó, quizá basándose en un conocimiento muy parcial y superficial del cine americano y en cuatro ideas recibidas (no sólo tópicas, sino ajenas) muy simplistas sobre el cine negro.
Aunque, obviamente, hay algún paralelismo - nunca copia - con clásicos del thriller - aunque no los obvios y los vistos más recientemente, sino The Big Heat (Los sobornados, 1953) de Fritz Lang y The Big Combo (1955) de Joseph H. Lewis, por lo que no fueron detectados por casi nadie -, se dió por supuesto que estaba llena de referencias/plagios y que era El Crack una película "imitativa" o tributaria de un cine perteneciente al pasado y ajeno a nuestra cultura. Doble error, además de una falsedad, ya que bien poco de americana tiene esta película, menos aún que los giallos italianos o los polars franceses, y bastante menos que las películas producidas por Iquino y sus émulos en la Barcelona de los 50.
Ni el ritmo ni la estructura, ni el peso dado a las relaciones sentimentales - el personaje de Carmen (María Casanova) -, ni el empleo de la música - para mí, excesivamente solemne y melosa, es Jesús Gluck el punto débil de la película, lo mismo que el factor que hace más subrayonas y sentimentales de lo debido las obras de la primera etapa de Garci -, ni la fotografía, ni la iluminación, ni la presentación y caracterización de los personajes, ni sus gestos ni su conducta, ni su modo de vida ni su hábitat, ni el tipo de dirección de actores tienen nada que ver con el cine americano: son clara e inequívocamente europeos todos sus rasgos, y más concretamente españoles.
De hecho, salvo en un relato más elíptico y una saludable sobriedad, ajustada al laconismo de su protagonista, encarnado a la perfección por un Landa contenido y a punto de explotar, no se diferencia gran cosa de las películas anteriores de Garci. Dos muestras de la "americanización" y distorsión cinéfila de la realidad que tanto se le reprochó a Garci: aunque en Madrid también se juega al póker, sólo salen partidas de mus; pese a que podrían más fácilmente ir a ver una película americana y aludir (o añorar, por lo menos) a Humphrey Bogart, Germán y Carmen van a ver El divorcio que viene y elogian a José Sacristán, y citan Un hombre llamado Flor de Otoño de Pedro Olea, no The Big Sleep de Hawks. Todo, como se ve, muy americanizado. Y al personaje que vive de recuerdos mitificados de Nueva York, que repite incansablemente ante la paciente resignación del protagonista, es decir, el peluquero del Frontón Madrid que encarna un asombroso José Bódalo, Areta le toma el pelo.
He leído - no vale la pena que recuerde dónde - que Garci filtra todo a través del cine americano hasta tal punto que es incapaz de fotografiar la realidad desnuda, y que filma la Gran Vía como si fuera la 5ª Avenida de Nueva York. Dejado de lado que la semejanza, de noche y por culpa de los carteles luminosos, incluso cuando no había MacDonald y Burger Kings en cada esquina, se le ocurre a cualquiera y es un poco inevitable, y de hecho sin duda se trata de una asociación subconsciente buscada intencionadamente por los comercios que usan esa arteria como escaparate, se me antoja que quien escribió tal cosa ni conoce Nueva York - como no sea por el cine - ni vive en Madrid, y que por eso encuentra semejanzas que están más en su mirada que en la de Garci. La prueba - ah, si la gente viese enteras las cosas que comenta - la proporciona, de forma manifiesta y patente, la propia película: cuando se desplaza a Nueva York la acción, es obvio y llamativo que Garci filma de otro modo Times Square que la Plaza del Callao - entre otras cosas, con panorámicas hacia arriba que le permitan encuadrar las cumbres de los rascacielos, mucho más altos que los más elevados de Madrid -, del mismo modo que hay en Areta cierto mudo asombro, lógicamente un poco paleto, cuando se pasea por las calles neoyorkinas y reconoce con emoción contenida los lugares míticos - el puente de Brooklyn, el Madison Square Garden, Penn Station - de los que siempre le habla el peluquero fanático de Rocky Marciano.
Texto preparatorio para una presentación en el ciclo “Las generaciones del cine español”, organizado por la Sociedad Estatal España Nuevo Milenio. Escrito el 15 de diciembre de 2001.
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