viernes, 7 de marzo de 2025

Ulzana's Raid (Robert Aldrich, 1972)

 

"Qué Grande es el Cine" (16/03/1998)


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La venganza de Ulzana es, en mi opinión, una de las mejores películas de un cineasta muy discutido, Robert Aldrich (1918-1983), al que primero se ensalzó como uno de los grandes cineastas del "nuevo Hollywood" de los 50, al que después se vilipendió y menospreció, quizá precisamente cuando estaba haciendo algunas de sus obras más interesantes, para, finalmente, olvidarle. Yo tengo la esperanza de que algún día el conjunto de su filmografía sea reconsiderado con objetividad y pasión, y que sea restituido al valor que le corresponde. Es la suya, ciertamente, una carrera irregular, plagada, como la de casi todos los independientes, de dificultades, errores y concesiones, pero creo que ha hecho muchas películas interesantes y varias excelentes.

La venganza de Ulzana viene justo detrás de La banda de los Grissom (1971), y dos años antes de Destino fatal (Hustle, 1974), que son sus otras obras más logradas de los 70, ya en el último tramo de su carrera, que culmina y acaba en la ignorada y espléndida Chicas con gancho ("...All the Marbles" o The California Dolls, 1981). Pero se le ocurrió hacerla en un momento pésimo para su acogida crítica, en plena guerra de Vietnam - sin duda, lo que le hizo interesarse por el tema - y, sobre todo, en plena resaca de mayo del 68. Por eso, esta película tiene fama de "racista", y fue interpretada como una involución y un giro hacia el conservadurismo de su autor, relacionado en sus comienzos con lo más "izquierdista" del cine americano (fue ayudante de Renoir, Milestone, Chaplin, Polonsky, Losey, Rossen, Ophuls, Fleischer, Wellman, J. Tourneur, Lewin, Reis, Tetzlaff, y trabajó en la efímera Enterprise Pictures) y responsable, en 1954, de otra película sobre los apaches interpretada, asimismo, por Burt Lancaster, la famosa Apache.

El hecho mismo de que el actor encarnase aquí a un explorador blanco, que ayuda a perseguir a una partida de seis apaches chiricahuas fugados de su reserva, en lugar de al propio indio rebelde y fugitivo, Masai, fue interpretado como señal inequívoca de un giro reaccionario en Aldrich, sin reparar en lo dudosa que era la verosimilitud de un actor de ojos azules como piel roja.

Apache, película hermosa y emocionante, pecaba de idealismo, y eso que al menos tenía la franqueza de acabar trágicamente. Pero falseaba la realidad, para poder dar una imagen positiva de un apache. La incursión de Ulzana o La escapada de Ulzana - el título español es una falsificación melodramática - es, en cambio, sobriamente realista: en lugar de blanquear a los indios para así defenderlos, y tratar de mostrar que "todos somos iguales", trata de explicar que son diferentes, que eso no tiene remedio y que hay que aceptar y, si es posible, respetar esas diferencias. Por eso creo que es todavía menos "racista" que Apache.

Ulzana's Raid es una película increíblemente violenta. Muestra sobriamente cosas que no estamos acostumbrados a ver y que producen horror. Las cometen los apaches - aunque se ve que los blancos están a punto de cometerlas parecidas, y a veces tienen que impedírselo -, porque es su costumbre, porque es su manera de ser, porque tienen unas creencias - no más falsas que las nuestras - que les impulsan a actuar así. No hacen barbaridades porque sean salvajes ni por sadismo o crueldad, sino, precisamente, porque son civilizados y religiosos. Lo que sucede es que su cultura y sus creencias no son las mismas. Su escala de valores es otra, su ética también.

Ulzana's Raid es muy violenta, pero sin complacencia alguna en esa violencia. Con sobriedad y laconismo. Con brevedad y concisión. Es una violencia cortante y en seco, no pringosa y halagadora. Y totalmente en serio, sin bromas ni chistes ni regodeo en ella, como muchas películas de ahora y bastantes ya por entonces. Y es que el propio Ulzana, sin duda astuto, duro, y quizá nada escrupuloso ni compasivo, tampoco es un sádico.

Es notable que Aldrich, inicialmente muy influido por Welles y a menudo con tendencia al barroquismo y a la retórica, que a veces cayó en el efectismo, opte en este caso por la desnudez casi boetticheriana. Es una historia lineal, que se va concentrando cada vez más en un grupo reducido de personajes, sobre todo a partir del momento en que adopta el estilo propio de una estructura itinerante.

Hay pocos diálogos. Si el joven teniente Garnett De Buin (Bruce Davison) pregunta sin cesar, las respuestas de McIntosh (Burt Lancaster) son breves y memorables. Otro de los protagonistas, el explorador apache Ke-Ni-Tay (Jorge Luke), apenas habla. Y con McIntosh se entiende y comunica casi sin palabras, con miradas, algunos gestos, un movimiento de cabeza. El otro gran protagonista, distante pero omnipresente, es Ulzana (Joaquín Martínez), que no habla nunca. Parecido a Ke-Ni-Tay (sus mujeres son hermanas), pero en una versión envejecida y como degradada por el resentimiento, se nos presenta como un auténtico genio de la estrategia guerrillera, capaz de asolar una vasta región de Arizona y poner en jaque a un destacamento con sólo 5 guerreros (uno de ellos, su hijo adolescente). No se nos dice que sea muy astuto, lo vemos: y no sólo lo leemos en su rostro y su mirada, en sus silencios, sino que podemos verlo en sus planes, en su modo de prever las jugadas del enemigo y de tenderle trampas, en su uso del espacio y de la topografía.

Esto requería claridad, que es una de las grandes virtudes de esta película. Por no ser uno de los rasgos que, a primera vista, caracterizan a Aldrich, conviene destacarla como prueba de su sabiduría, de la adecuación de la forma al "fondo", del modo de narrar a lo contado. Cada escaramuza parece tan evidente como las batallas de Austerlitz de Abel Gance y de Una trompeta lejana de Raoul Walsh.

La venganza de Ulzana, por tanto, trata de comprender y hacer entender, tanto a algunos de los personajes (el bisoño teniente hijo de predicador, que tiene la Biblia por guía) como a los espectadores por qué son distintos los apaches, en lugar de negar su alteridad, que es, en el fondo, una forma de reprimirla. Muestra que lo que a nosotros nos parece cruel, para ellos es natural o sagrado, y tiene una lógica y una explicación, mientras que a ellos les parece cruel e incomprensible lo que los colonos blancos y las tropas encargadas de defenderles consideran racional y relativamente "civilizado" o justo, como humillar a los derrotados, confinarlos fuera de sus tierras, que les han sido expropiadas y que les han conformado y endurecido - "En esta tierra, hace falta fuerza", explica sucintamente Ke-Ni-Tay al teniente De Buin -, reducir a los guerreros a la inactividad o a tareas que en su cultura está reservadas a las mujeres, no permitir que sus hijos se hagan "hombres verdaderos".

Esto lo consigue a través de la interpretación tranquila, natural, de un conjunto de actores muy heterogéneos, y perfectos todos ellos en sus papeles, desde el joven Bruce Davison a veteranos como Burt Lancaster y Richard Jaeckel o casi desconocidos como los mexicanos Jorge Luke y Joaquín Martínez. Estos dos últimos, el primero algo entrevisto en películas de Peckinpah, el segundo desconocido, son auténticos prodigios de expresividad sin palabras, con la mirada y el cuerpo entero, y transmiten una desusada sensación de autenticidad como apaches chiricahuas, además de una gran dignidad.

La escena que quizá me guste más es la del muchacho que asiste, en pocos segundos, a la muerte de su madre, de un tiro en la frente del soldado que le rescata, para suicidarse a su vez en cuanto los apaches les derriban el caballo, y aparta a los guerreros del cadáver de su madre, chupándole el dedo para extraerle, con cuidado y sin violencia, la alianza y entregársela a los apaches, que le miran con respeto, especialmente el hijo de Ulzana, un chico de edad parecida.

Texto preparatorio para la intervención en ¡Qué grande es el cine! (6 de marzo de 1998)

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