El primer film de la esposa de Jancsó Miklós, La muchacha, tiene bastante relación con las experiencias de un cierto sector del nuevo cine checo (Chytilová en sus obras anteriores a Las margaritas, Forman, Passer), pero llega a unos resultados semejantes, con un método tan diferente, que es casi opuesto. Frente a la fragmentada planificación con abundantes planos contraplanos que emplean, sobre todo, Forman y Passer, realizando muchas tomas que luego montan seleccionando el material, Mészáros rueda sus escenas en largos planos con abundante movimiento de cámara, rehuyendo constantemente los planos-contraplanos (cercana en esto, como en la sobriedad de los diálogos y la sobriedad de las imágenes, al estilo de Jancsó). Resulta así un film menos vivo, pero más difícil de hacer, más sólido y elaborado, sobre todo estructuralmente (escenas aisladas por fuertes elipsis, pero dentro de las cuales la cámara registra minuciosamente los pequeños gestos y miradas de los actores). Es quizá, por ello, un film menos epidérmico y más riguroso.
La trama es mínima, bastante banal, y con marcados ribetes de melodrama —cuenta la historia de una huérfana de veinticuatro años que busca a sus padres y que tiene leves y mortecinas aventuras sentimentales—, aunque esta apariencia folletinesca dista mucho de la realidad, pues Mészáros ha hecho un film de una sobriedad aplastante, de una frialdad que llega, incluso, a la indiferencia. La actriz —como los demás intérpretes, muy bien dirigida— y las imágenes carecen del menor atractivo a causa de su sequedad, que no permite ningún tipo de identificación con el personaje, ni que surja la emoción. Habida cuenta de que el tema carece, en sí, de interés, y sirve como mero pretexto para un estudio de comportamiento, el mayor aliciente de la película reside en aportar un método que no reclama en ningún momento la complicidad del espectador ni siquiera a través del humor, huyendo de cualquier reclamo fácil. Observemos que la película, al igual que el corto Strop (El techo, 1962), de Věra Chytilová, Cléo de 5 à 7 (Cleo de 5 a 7, 1962), de Agnès Varda o Stranded (1964), de Juleen Compton, nos presenta a una joven en situación crítica y sigue minuciosamente sus desesperadas deambulaciones, con un tono tristón, cansado —en este caso—, desencantado y grisáceo como la excelente fotografía, y con una serie de escenas —como la del baile final— realmente admirables.
En Nuestro Cine nº 85 (mayo de 1969)
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