Con el rigor y la claridad que caracterizan a Keaton, The Navigator (1924), nos presenta a Rollo Treadway (Buster), un joven heredero acostumbrado a todo tipo de comodidades e incapaz de hacer nada por sí mismo. Viendo a una feliz pareja de recién casados, decide casarse, y tras enviar a un criado a comprar los pasajes para el viaje de luna de miel a Honolulu, sube a su «Rolls» para cruzar la calle y pedirle a su rica prometida (Kathryn McGuire) que se case con él. Con una concisión expositiva que recuerda el «así era MacTeague» de Avaricia (Greed, 1923-4), Keaton nos caracteriza inmediatamente a su personaje. Ante la tajante negativa de su novia, Rollo decide partir solo en viaje de novios. Poco después, tras una serie de errores que se interfieren con una intriga de espionaje, Rollo y su novia se encuentran, juntos y solos, a bordo de un trasatlántico a la deriva. Nos encontramos, pues, con dos personajes lanzados a una aventura para la que no están preparados, sacados de su contexto y abandonados a sus propios recursos. Por vez primera tendrán que actuar, enfrentándose directamente al mundo y a los objetos.
Como es frecuente en la obra keatoniana, El navegante es la historia de un aprendizaje y, a la vez, de una exploración del mundo y del esfuerzo por dominarlo. Historia paralela, por tanto, a la del hombre primitivo que, dominado por la Naturaleza, aprende a servirse de ella, pasando de sujeto pasivo a sujeto activo, o a la del descubridor de nuevas tierras que lucha por adaptarse a la nueva situación hasta conquistarla y sacar el máximo provecho. Rollo y su novia descubren el mundo, la vida y, finalmente, el amor. Confinados en un espacio único, inmenso y vacío, se ven obligados a convivir y hacer ellos mismos lo que siempre han hecho sus servidores. Incapaces de comprender el funcionamiento de la nave, sin posibilidad de dirigirse a un lugar concreto, se contentan con luchar por su supervivencia: hambrientos y con frío y sueño, tendrán que enfrentarse con un problema de dimensiones, pues no sólo no saben guisar, sino que los cubiertos y las cacerolas, pensados para toda una tripulación, son demasiado grandes. Tras numerosos fracasos (que dan lugar a innumerables «gags»), Rollo ideará un ingenioso y complicado sistema de poleas que les permitirá guisar con el mínimo esfuerzo. Solucionado el problema de la calefacción y el alojamiento, Rollo y su compañera irán aprendiendo a servirse de los objetos, evitando que los obstáculos entorpezcan sus actividades y convirtiéndolos, por el contrario, en medios con que alcanzar sus fines.
Si en El cameraman (The Cameraman, 1928, dirigida por Edward Sedgwick) los sucesos reales y los accidentes servían al incontenible Buster para hacer una película (el derribo de un andamio al que había subido se convertía en un movimiento de grúa; si le rompían el trípode filmaba en contrapicado o llevaba la cámara a mano), en El navegante Buster no deja que nada le detenga, convirtiendo las circunstancias contrarias a sus propósitos en herramientas. Con una lógica implacable, descubriendo con imaginación los múltiples usos de cada cosa —es decir, no sólo aprendiendo a emplear los objetos, sino inventándoles nuevas e insospechadas utilidades, improvisadas en el momento en que se hacen necesarias—, Rollo descubre que la mejor defensa es el ataque, y así, con su característica tendencia al absurdo más surrealista, desciende a arreglar el barco, vestido de buzo. En el fondo del mar, tras colocar un cartel que advierte al posible transeúnte, «Peligro: hombres trabajando», llena de agua un cubo, se limpia las manos, se las seca y vuelca el cubo antes de poner manos a la obra. Amenazado por un cangrejo, utiliza sus pinzas como tenazas. Atacado por dos peces-espada, Rollo abraza a uno y lo utiliza para batirse en duelo con el otro espadachín.
Gracias a una prodigiosa inventiva y a un empleo tan constante como irreflexivo de la imaginación, Rollo logrará, pese a muchos errores y despistes, superar todas las dificultades y hacer frente a las adversas circunstancias que surgen frente a él, tanto por parte de los objetos en rebelión como de algunos elementos externos (el mar, los caníbales de una isla cercana, que secuestran a su novia). La lucidez instantánea y la ciega obstinación del personaje dan a la película su carácter lineal, conciso y matemático. El navegante es un film rectilíneo y sencillo, que encadena sin desfallecimientos un «gag» tras otro, con un rigor formal y una estructuración geométrica y despojada que reencontraremos treinta años más tarde en las obras más elaboradas de un Boetticher.
Tal vez menos hermoso que El maquinista de la General (The General, 1926, codirigida por Clyde A. Bruckman), de menor profundidad que El cameraman, EI navegante posee, en cambio, un rigor y una densidad dentro de la perfección sólo equiparables al genial cortometraje La mudanza (Cops, 1922, codirigido por Eddie Cline), logro muy difícil en un largometraje cómico. Y finalmente, aunque de forma menos explícita que El cameraman, El navegante es un film sobre la creación cinematográfica: la actuación de Rollo-personaje no es otra que la de Keaton-director, que es el hombre que toma posesión de la realidad al tiempo que la explora, sirviéndose del azar como un elemento más de la obra, superando los obstáculos mediante la improvisación e ideando continuamente nuevos métodos con que lograr sus propósitos.
En Nuestro Cine nº 94 (febrero de 1970)
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