lunes, 26 de febrero de 2024

La Sirène du Mississipi (François Truffaut, 1969)

"La carrera jadeante de dos amantes en el

azar de los grandes caminos, se volvía de pronto

una distracción suficiente como para permitir

que el drama se desarrollara, por segunda vez,

a cielo abierto".

René Char (Artine, 1930)

La penúltima película de François Truffaut, La Sirène du Mississipi, es una obra de inspiración romántica, y por eso ha sido un fracaso comercial: como dice Char, "los hombres de hoy quieren el poema a imagen de su vida; hecha de tan pocos miramientos, de tan poco espacio y quemada de intolerancia". Consciente de ello, Truffaut ha decidido ser provocador para mejor expresar sus sentimientos: la novela de William Irish en que se ha basado, transcurre en el s. XIX, cuando el romanticismo era una ideología dominante; pues bien, Truffaut ha trasladado la acción a 1969, de forma que su romanticismo se hace más desesperado y La sirena del Mississipi se convierte en un film románticamente romántico. Como observó Charles Du Bos, "el estado de alma romántico consiste en poner en el punto de partida, como dato previo, lo que sólo es legítimo en el punto de llegada". De esta confianza nace el film de Truffaut y su peculiar estructura narrativa. La historia, de un melodramatismo sólo comparable a La Venus rubia de Sternberg, enlaza a través de numerosas referencias y citas, más o menos explícitas, con Pierrot el loco, numerosos films de Hitchcock (Marnie, Vertigo y Notorious, en especial), algunos Lang (You Only Live Once, Scarlet Street) o Renoir (La Chienne), con ciertas alusiones a Buñuel y a muchos otros directores, escritores (Balzac) y pintores (el aduanero Rousseau). En el fondo, La sirena es un cuento de hadas, y la casita en el bosque (Hansel y Gretel), las alusiones a Blanca Nieves y los siete enanitos y el empleo del color están en ella para recordárnoslo. La sirena del Mississipi sería, pues, un cuento de hadas unido a un film de Nicholas Ray.

Film febril (como The Naked Kiss), lírico y desesperado en la esperanza (como Party Girl o Johnny Guitar), La sirena es un canto de amour fou a través de las aventuras de una pareja culpable y perseguida, radicalmente impura (las dos sublimes confesiones de Catherine Deneuve a Belmondo prueban que el romanticismo de Truffaut no tiene nada de idealista, a la vez que destruyen varios tópicos: ¿cuándo se ha visto a una heroína que, además de ser prostituta y ladrona, no esté arrepentida, y sólo lamente haberse hecho abortar muchas veces porque es desagradable, entre otras varias cosas, que no han dejado de escandalizar a los pusilánimes?). Construida sobre la inverosimilitud, la contradicción y el exceso, La sirena del Mississipi es la culminación de un proceso que, a partir de La novia vestía de negro (1967), ha permitido a Truffaut liberarse de la lógica convencional, del naturalismo y de la verosimilitud psicológica, para construir un mundo de pura ficción que no se rige por otras leyes que las propias; nos encontramos así ante el film más osado, más carnalmente lírico y más hermoso —aunque el mejor es L'Enfant sauvage— de Truffaut y también, en el fondo, ante el más personal, ya que no narra una historia desde un punto de vista propio (La piel suave, Jules et Jim), ni declara sus gustos y aficiones (Tirez sur le pianiste), ni expresa sus ideas (Fahrenheit 451, L'Enfant sauvage), ni cuenta su vida (Los 400 golpes, El amor a los veinte años, Besos robados, Domicile conjugal), sino que revela sus sentimientos más íntimos, auténticos y profundos. Por eso esta película, hecha desde el enamoramiento, en crisis, se convierte en una de las más bellas declaraciones de amor que ha dado el cine (como Une femme est una femme y Bande à part) y es, hoy día, lo más parecido a lo que hacía Godard en los años 60 y Nicholas Ray en los 50.


En La sirena del Mississipi toda acción o propósito se ven anulados o contradichos por su desarrollo; toda dirección es frenada, invertida o desviada; toda expectativa (tanto del espectador como de los personajes) es defraudada, sobrepasada, sorprendida o alterada, unas veces por defecto y otras por exceso, a través de una narración zigzagueante, elíptica, discontinua (y, sin embargo, lineal), que obedece a una sola fuerza motora: el amor absoluto, la confianza que raya en la locura, la voluntaria necesidad de permanecer siempre juntos, a pesar de todo, el doloroso y magnífico descubrimiento de amar y ser amado. Con esta película, por tanto, Truffaut hace suyos estos versos de René Char: "La realidad a veces apaga la sed de la esperanza. Por eso, contra toda espera, la esperanza sobrevive", o "A cada desmoronamiento de las pruebas, el poeta responde con una salva de porvenir", o bien "Yuxtapón a la fatalidad la resistencia a la fatalidad. Conocerás alturas extrañas". En consecuencia, podríamos decirle a Truffaut lo que Char a Rimbaud: "¡Hiciste bien en partir, Arthur Rimbaud! Somos unos cuantos los que, contigo, creemos sin pruebas la felicidad posible".

Al final de La sirena del Mississipi, la incertidumbre y la esperanza se dan la mano.

Publicado en El Noticiero Universal (14 de julio de 1970)

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