martes, 13 de febrero de 2024

Adieu, plancher des vaches! (Otar Ioseliani, 1999)

Otar Ioseliani, cineasta nacido en la ex-república soviética de Georgia y desde hace mucho basado en Francia aunque de natural itinerante y hasta nómada, no ha recibido la atención que debiera, y temo que es tarde para que logre despertarla el ciclo que le dedica el Festival de San Sebastián, pese a que revelará que su obra, no muy extensa pero ya de cierta entidad, a pesar de las peripecias, la falta de medios, la variedad de géneros (o de tipos de cine) y de productoras, lo mismo en su tierra que en el País Vasco, en África o en París, es de una rara consistencia: la que le dan su sentido del humor y su mirada curiosa e irónica.

Resulta así que su cine, y muy en particular su película más reciente, Adiós, tierra firme, reúne tres cosas importantes que echo crecientemente en falta en el cine español reciente, sobre todo el de los cineastas jóvenes, aunque va contagiándose ya a los veteranos que no tienen las ideas claras o carecen de convicciones cinematográficas.


Uno de ellos, el más elemental, lo he mencionado ya; lo cierto es que el cine español reciente tiende a ser extrañamente CIEGO: se preocupa mucho de llamar la atención, de ser "vistoso" y mirado, de "impactar", con violencia o con gamberradas, con groserías o con supuestamente "tórridas" escenas eróticas u otras pirotecnias, pero no mira. En cambio, Ioseliani tiene una visión y la plasma en la pantalla.

Los otros van estrechamente unidos entre sí, y explican que piense que Adiós, tierra firme debiera ser estudiada en las escuelas de cine. Se trata del arte de narrar, tan viejo él, y su complementario, el de hacer elipsis, saltándose determinados momentos para así, además de economizar tiempo y recursos, enlazar significativamente otros dos. Adiós, tierra firme - como cualquier Ioseliani - es un prodigio narrativo porque está admirablemente construida, sin que se vean sus cimientos: todo fluye con tranquila agilidad, encadenándose con naturalidad pasmosa personajes, aventuras, movimientos y escenarios, en una obra en la que cada componente del coro es alguien, con su intuíble biografía, su reconocible fisonomía y modo de andar y de reaccionar ante los acontecimientos, casi diría con su voz, si no fuese porque ni siquiera les hace falta hablar, ya que se trata de una película ciertamente sonora, pero apenas dialogada, lo que contribuye a hacerla universal y comprensible.

Texto preparatorio para la intervención en El séptimo vicio de Radio 3 (19 de septiembre de 2001)

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