Conviene olvidar el propósito tantas veces aireado por el propio Howard Hawks de enmendarle la plana a Solo ante el peligro, que ni está tan mal, después de todo, ni merece que Hawks se acuerde de ella durante seis años. Río Bravo es el primero y más nocturno de los tres westerns finales de Hawks, básicamente urbanos y de interiores, sin indios ni grandes cabalgadas, casi desprovistos de los habituales atractivos del género. Como es frecuente en la obra de este director, la película reúne a un puñado de personajes –algunos viejos camaradas, otros recién conocidos– y los enfrenta y combina, poniendo a prueba a los nuevos miembros, en una situación de peligro, por lo general estática y de corta duración. Es el esquema de Sólo los ángeles tienen alas y Tener y no tener, y también el de Hatari o Peligro, línea 7000. Lo que cambia –dentro de que todo queda en familia– son los personajes, sus edades y actitudes, sus relaciones y la forma de establecerlas. Aquí, como cabría esperar con dos cantantes en el reparto, la canción colectiva es la manera de entablar contacto: obsérvense los sutiles juegos de miradas y sonrisas y se verá en qué consiste la poco llamativa grandeza de Hawks.
Como en Scarface, La fiera de mi niña, El sueño eterno, Me siento rejuvenecer o Su juego favorito, parte del placer que procura la visión de Río Bravo procede de la precisión de sus encuadres, la adecuación de las distancias entre cámara y acción en cada instante y la absoluta lógica de la sucesión de los planos, es decir, del ritmo con que se combinan actores y puntos de vista. Que la película cuente una historia o se limite a analizar una situación viene a ser lo mismo: nunca es el argumento ni la mera peripecia lo que importa, sino cómo son, qué piensan y sienten los personajes, y no es preciso que nadie explique sus motivos, porque siempre se entiende por qué actúan al ver cómo lo hacen. Divertidísima y modesta lección de humor y sabiduría, Río Bravo inaugura feliz y esplendorosamente el periodo de madurez de un cineasta que ya en el año 1930 –adelantándose a casi todos sus contemporáneos– había definido su territorio y dominado por completo su estilo. Estamos ante un western muy atípico, duro y al mismo tiempo alegre, con grandes dosis de comedia y unas gotas de intriga policiaca y otras de historia de amor, y es que Río Bravo no es una película de género –aunque sea una de las cumbres del que superficialmente más se le asemeja–, sino un film de autor.
En “Movie Movie : guía de películas” de Teo Calderón. 1ª edición. Madrid : Alymar, 1997.
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