lunes, 23 de diciembre de 2024

La muerte del artista

Les Amants de Montparnasse/Montparnasse 19 (Jacques Becker, 1957)

Circula, con más o menos regularidad, por los cine-clubs la penúltima obra de Jacques Becker (1906-1960). Se llama Montparnasse 19 o Les Amants de Montparnasse, data de 1957 y es, en apariencia, una biografía de Modigliani. Este género (tanto da que se trate de un pintor, de un músico o de un científico) es muy limitado (la autenticidad) y muy estéril: entre sus escasos logros está Lust for Life (1956) de Minnelli, sobre Van Gogh, que en España ha sido estúpidamente llamada El loco del pelo rojo.

Becker, sin embargo, no ha caído en ninguna de las trampas en que el mismo Minnelli caía en ocasiones: ningún didactismo, nada de hagiografía. Voluntariamente, no ha sido fiel a la historia para serlo consigo mismo: Montparnasse 19 es, en cierta medida, la autobiografía espiritual de Jacques Becker, y significa en su obra lo mismo que In a Lonely Place (1950) en la de Nicholas Ray, habiendo un gran parecido entre ambas películas.

Como todas las de Ray, o Noches blancas (Le notti bianche, 1957) de Visconti, Montparnasse 19 es un film imperfecto. La estructura del guión es deshilachada, los diálogos a veces banales, hay fallos de interpretación, está mal rodada. Y sin embargo es uno de los más grandes films de Becker, el más emocionante y entrañable, aquel en que el autor se siente más cercano de su personaje. Es, por tanto, la más personal de sus obras.

Todo gran film inconexo recobra la armonía al nivel de la escena. Así, este film vertiginoso reencuentra la unidad pese a todo, y se nos presenta como una sucesión de escenas admirables: las primeras miradas que entrecruzan Modi (Gérard Philippe) y Jeanne (Anouk Aimée), el profesor de pintura que les sorprende dibujándose mutuamente en vez del modelo, su paseo bajo la lluvia (ella le da su bufanda, él cierra su paraguas: se mojan felices), Modi pintándola mientras ella duerme, Modi golpeando la puerta de la casa de Jeanne (encerrada por sus padres) y cayendo por las escaleras, la carrera de los dos hasta abrazarse, sus escenas de amor en la cama o paseando por la playa de Niza, su desesperación a orillas del Sena tras el fracaso de la exposición, su humillación intentando vender cuadros a un millonario americano (en esta escena Modigliani cita a Van Gogh y, de pronto, el tema del film se generaliza y toma una resonancia inesperada). Por fin, las tres escenas inolvidables que, como tres martillazos emotivos, cierran el film. Modigliani, sin un céntimo, intenta vender unos dibujos en las mesas de un bar: nadie los quiere ni por cinco francos, una mujer le da una limosna sin aceptar el dibujo. El pintor, enfermo, borracho y desilusionado, sale del bar y se hunde en la niebla nocturna, seguido por un marchante (Lino Ventura) que espera su muerte para comprar sus cuadros y venderlos luego a un alto precio, pues sabe que su valor sólo será reconocido tras su muerte. Y entonces asistimos a la escena, al plano que hace de este film uno de los más grandes sobre la muerte: Modi, en primer plano, camina tambaleándose; rápido zoom a plano general, y en ese vacío recién creado por la ampliación del encuadre Modigliani cae, y un nuevo travelling óptico nos acerca a su rostro inerte. Hospital: plano subjetivo de los médicos, cuya imagen y palabras se van apagando poco a poco en un fundido en negro; contraplano del rostro de Modi, muerto, con los ojos abiertos; se los cierran. Siguiente escena: el marchante va a comprar a Jeanne todos los cuadros de Modigliani. Ella, que no sabe nada, está feliz, mientras él, casi sin verlos, va apilando los cuadros que se va a llevar, y así desfila ante nuestros ojos la obra del pintor.

Si se pasa revista a esta serie de escenas sublimes resultará que son prácticamente todas las del film, que nos muestra del artista tan sólo sus fracasos, sus taras, sus tristezas, su soledad y su miedo. Porque como decía Godard en una de sus más memorables críticas (que es ya su primer film, Al final de la escapada, À bout de souffle, 1959), Montparnasse 19 es el film del miedo y se podría subtitular "el misterio del cineasta". "Porque incorporando a su pesar su propio desconcierto en el espíritu descentrado de Modigliani, Jacques Becker nos ha hecho entrar, de forma torpe, desde luego, pero cuán emocionante, en el secreto de la creación artística". Porque este film inseguro, sin dominar, rodado con dolor y con miedo, se convierte en uno de los más bellos que se han hecho sobre el amor y la muerte, sobre el silencio de la creación, sobre la imposibilidad de vivir. Para hablarnos de Modigliani, Becker nos ha hablado, ante todo, de sí mismo: privilegio de los verdaderos autores éste de desvelarse ante el espectador a través de unos personajes, de una tonalidad luminosa, de unas pausas silenciosas, de unos planos temblorosos. Y aquí Becker lo ha hecho con un impudor, con un desgarro sólo comparable al de Godard (À bout de souffle o Pierrot el loco, 1965), al de Ray en cualquiera de sus films, pero en especial In a Lonely Place, Rebelde sin causa (1955), La verdadera historia de Jesse James (1957) y Chicago, año 30 (1958).

Porque si al principio, cuando Becker aceptó dirigir Montparnasse 19, al morir Max Ophuls (que lo había preparado), tenía miedo, después cerró los ojos y, sin pensarlo, se lanzó al aire sin paracaídas. Y, como decía Godard al acabar su crítica, "el que salta al vacío ya no tiene que rendir cuentas a los que le miran".

En El Noticiero Universal (hacia febrero de 1969)

No hay comentarios:

Publicar un comentario