lunes, 3 de junio de 2024

Oliver! (Carol Reed, 1968)

Surprising not only for its quality but also as a late and almost leftover example of a genre, the musical, Oliver! was one of the most successful of Reed’s films, in the middle of the greyest, even lamentable period of his career. He had never before worked in this genre, and filmed versions of musicals were not especially popular in Europe, in spite of musical stage traditions in most countries. Oliver! was, to cap it all, a musical adaptation (by Lionel Bart) of Oliver Twist, the long, famous, dense and melodramatic novel by Charles Dickens, already made into a successful film by David Lean in 1948.

The very idea of turning that book into a musical may seem rather far-fetched and contrary to the nature of Dickens’ story, and those that felt that way did not hesitate to say so openly and with some outrage at such insolence, which was believed to be inspired by strictly commercial motives. Back in 1968 the music was considered old hat --although for a film set in Dickens’ time it would hardly have been appropriate to call on the Rolling Stones-- so the film was censured for this and compared to the classic musical comedies, and although it had been more than a decade since any had been made, even in Hollywood, it was seen as somewhat dull and excessively sentimental. The latter charge smacks of ignorant prejudice, when applied to a Dickens’s tale, while the former may spring from confusion about the term “musical comedy”, when the fact is that the musical genre can encompass drama and even tragedy, as opera has shown for centuries. Just because Broadway and Hollywood have found it more profitable to make operettas and comedies need not dissuade anyone from daring to make a musical drama from time to time, as did Otto Preminger with Carmen Jones (1954), and even Joshua Logan with Camelot (1967) and Paint Your Wagon (1969). Although they had some comic or light elements, those films are chiefly dramas, as is Oliver!, despite its picaresque and festive side. At all events, European film provides relatively more examples of “serious” or “tragic” musicals (from G.W. Pabst to Jacques Demy) than Hollywood.

Although a detailed comparison of Dickens’s original book with the film leads us inevitably to the conclusion that Bart’s “free adaptation” took too many liberties, deleting entire episodes and characters, I find Oliver! to be faithful in substance to Dickens’ world, and it sharply portrays many aspects of this and other Dickens novels. Indeed, changes and “mutilations” aside, the film may well have induced audiences to read or reread the Victorian author’s magnificent stories which, I fear, are slipping into oblivion, especially outside the English-speaking world.

As with most Reed films, the way of telling the story is even more important than the script itself, and the process begins with the choice of actors, and is followed by their direction, through a combination of stimulation and restraint. In Oliver! we find Reed at his most demanding and observant, a director who makes no concessions or accepts suggestions from others. He seemed rejuvenated and brimming with energy in this film, unlike those he made in the immediately previous period. It might be said that the choice of Mark Lester for the role of Oliver was an obvious one, but Reed’s work with this child actor was exemplary. Equally well-cast was Jack Wild, not to mention Ron Moody (as a Fagin who was more “politically correct” than his predecessors, but much less “sweetened” than his successors), and the less obvious and somewhat more risky choices of Oliver Reed, and the enchanting and unknown Shani Willis, along with a huge cast of impeccably picturesque secondary characters, many of them forgotten or under-utilised by the British film industry in the late 1960s.

Onna White’s choreography diverged sharply from the traditions of the American musicals made in the 1930s, the 1950’s, and even the 1960s, and instead managed to keep an admirable historical perspective and remain well-matched to the costumes and sets, while avoiding the temptation of anachronism which would have interrupted the flow of the movie at the transitions between spoken dialogue and musical numbers. Indeed, the music and dance scenes are in such harmony with the rest of the film that they contribute to the cinematographic stylisation of Dickensian “realism”. For the first time in his career, Reed opted decisively for this stylisation, instead of hovering as he usually did between his poetic inspiration and naturalism.

Oliver! would have been an appropriate swan song for the classic period of British film, and an ideal farewell performance for Reed himself. Unfortunately, he went on to make another couple of impersonal and “international” films, that it would be kindest to ignore.

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No sólo sorprendente por su calidad - es una de los máximos aciertos de su realizador - en medio del periodo más gris - cuando no lamentable - de la trayectoria de Reed, sino como muestra tardía y casi residual de un género, el musical, con el que jamás se le hubiera relacionado, y que nunca tuvo excesivo arraigo cinematográficamente en Europa, pese a contar con perennes tradiciones escénicas en casi todos los países del continente, Oliver! es, para colmo de rarezas, una adaptación musical (a cargo de Lionel Bart) de la famosa y muy voluminosa, densa y folletinesca novela de Charles Dickens Oliver Twist, ya llevada con notable acierto al cine por David Lean en 1948.

La idea misma de convertir tal libro en un musical puede parecer traída por los pelos y un tanto contraria a la naturaleza misma del relato de Dickens, y los que así pensaron no vacilaron en manifestarlo abiertamente y hasta con cierto grado de escándalo ante el atrevimiento, para el que no veían otra explicación que la puramente comercial; la música se consideró en su momento - no olvidemos que era 1968 - "anticuada" - aunque para la época de Dickens no hubiera sido lo más apropiado recurrir a los Rolling Stones -, y a la película se le reprochó, comparándola con las comedias musicales clásicas que ya por entonces hacía más de una década que no hacían ni los propios americanos, falta de dinamismo y exceso de sentimentalismo. Este último reproche, aplicado a una adaptación de Dickens, se me antoja producto de prejuicios ignorantes; el anterior reposa en una grave confusión: creer que toda muestra de cine musical ha de inscribirse en el terreno de la comedia, cuando el musical es evidentemente un género en sí mismo y además la música permite abordar con igual facilidad el drama e incluso la tragedia, como durante siglos ha demostrado la ópera. Que Broadway y Hollywood hayan considerado más rentable hacer operetas y comedias no impide que, de vez en cuando, alguien se haya atrevido con el drama musical, como lo hiciera Otto Preminger en Carmen Jones (1954), e incluso, por aquellos años, Joshua Logan con Camelot (1967) y Paint Your Wagon (1969), obras que, sin excluir elementos cómicos o ligeros, son predominantemente dramas, lo mismo que Oliver!, que no carece de un adecuado lado picaresco y festivo. Sin embargo, quizá esa preferencia americana, en términos estadísticos, por la comedia explique que haya más ejemplos del enfoque "serio" o "trágico" en el cine europeo (desde G.W. Pabst a Jacques Demy) que en el americano.

Aunque un análisis comparativo minucioso del libro de Dickens y la película de Reed arrastraría irrevocablemente a la conclusión de que la "libre adaptación" de Bart se toma excesivas libertades y suprime episodios y personajes con relativa desenvoltura, creo que Oliver! es sustancialmente fiel al universo de Dickens, y que restituye con agudeza múltiples aspectos de esta y otras obras suyas, por lo que, con independencia de cambios y "mutilaciones", puede invitar a la lectura o relectura de sus magníficos y hoy -me temo, sobre todo fuera del Reino Unido - un tanto olvidados relatos.

Como de costumbre en Reed, lo fundamental es, más todavía que el guión, la forma de narrarlo, para lo cual es decisiva su habilidad para encarnar los personajes, primero mediante la elección de actores y luego guiándolos, estimulándolos y reteniéndoles. En Oliver! reencontramos al Reed más exigente y perspicaz, que no hace concesiones ni da por buenas las sugerencias de los demás; parece rejuvenecido y dotado de renovada energía, y debió dedicar a la selección de intérpretes una atención y un interés que se echaban en falta en sus películas inmediatamente anteriores. Se dirá que Mark Lester como Oliver era, en aquellos días, una elección sin alternativas; es cierto, probablemente, pero el trabajo de Reed con este intérprete infantil es ejemplar; la de Jack Wild se revela otro acierto, lo mismo que las de Ron Moody (en un Fagin más "políticamente correcto" que los anteriores, pero mucho menos edulcorado que los futuros), Oliver Reed (que no era evidente, y sí una apuesta arriesgada), la encantadora y desconocida Shani Willis o el enorme reparto de impecables y pintorescos secundarios, muchos de ellos olvidados o desaprovechados por el cine inglés de finales de los 60.

La coreografía de Onna White se aleja de los patrones americanos de cualquier época (tanto de los 30 como de los 50, y hasta de los 60) y parece haberse planteado con una cierta dosis de perspectiva histórica que encuentro muy de agradecer, de tal modo que se integra con los escenarios y el vestuario, en lugar de jugar la carta del anacronismo, que hubiese convertido en momentos de ruptura los tránsitos del diálogo al canto y del movimiento natural al armonizado, cosa que, por el contrario, se evita cuidadosamente, de tal forma que los elementos musicales pasan a ser un factor más de estilización en una obra que aborda el mundo realista de Dickens desde una perspectiva cinematográfica que, por una vez en la carrera de Reed, opta decididamente por el tratamiento estilizado, en lugar de debatirse entre su inspiración poética y el naturalismo.

Oliver! hubiera sido un buen "canto del cisne" del cine clásico británico y de la obra de Reed; desgraciadamente, nuestro hombre todavía hizo un par de películas, tan "internacionales" como poco personales, que más vale, piadosamente, olvidar.

En “Carol Reed”. San Sebastián-Madrid : Festival Internacional de Cine-Filmoteca Española, septiembre del 2000.

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