Realmente, causa estupor y es un escándalo la ignorancia reinante acerca de la obra y figura de Manuel Mur Oti. No es comprensible que películas no sólo excelentes, sino tan inusitadas y sorprendentes en el cine español de su época - y de cualquier otra - como Cielo negro (1951), Condenados (1953), Orgullo (1955) o Fedra (1956) no figuren como referencias obligadas en cualquier historia de nuestro cine, que su recuerdo no se haya mantenido vivo entre los que pudieron verlas por entonces incluso mucho tiempo después de que desaparecieran de la circulación, que nadie haya sentido curiosidad suficiente como para tratar de verificar por su cuenta si tenían algún fundamento los elogios y los rencorosos ataques que recibieron, estos últimos, además, casi siempre retrospectivos, lo que, al menos, hubiese generado cierta polémica y quizá, incluso, un movimiento de recuperación y restauración del material que, una vez visto, indefectiblemente habría de conducir a una reconsideración del caso Mur Oti.
El secreto mejor guardado del cine español
Aunque también sea un poco chocante en estas fechas, cabe en lo comprensible que haya aún muchos cineastas americanos subvalorados, mal conocidos, ignorados, olvidados y a la espera de que algún europeo los redescubra o llame la atención de aficionados, críticos e historiadores hacia su figura: a fin de cuentas, dentro de una producción anual tan cuantiosa, con tal número de obras valiosas, es fácil que algún director se nos escape, o que sea temporalmente ocultado por otros.
Pero que dentro de una cinematografía de tamaño mediano, en la que nunca abundaron en exceso los autores que se salían de la norma ni las obras de primera calidad, se ignore a estas alturas incluso la existencia de películas como las citadas o la más reciente Morir...dormir...tal vez soñar... (1976) - su última realización cinematográfica - es algo inconcebible, y más todavía si se tiene en cuenta que Mur Oti, por fortuna, no murió hace quince años, sino que, a los 84 años, se mantiene vivo, vigoroso, lleno de amoroso entusiasmo por el cine y de proyectos, de argumentos fascinantes y del deseo de hacerlos realidad.
No se entiende, y se comprende menos a medida que uno va comprobando que no se trata de un interés histórico - como el que, a regañadientes, aún se le reconoce a su primera película como director, Un hombre va por el camino (1949) - o alguna originalidad aislada y casual, producto de una ambición luego depuesta o de una personalidad echada a perder por la soberbia y la megalomanía - como algunos pretenden -, sino de una obra sumamente interesante en su conjunto, con las excepciones inevitables en un cine de tan endeble entramado industrial como el nuestro, con los errores a que se arriesga cualquier creador que no quiere repetirse, pero de una fuerza y una originalidad que se mantienen intactas, sin que importe el tiempo transcurrido desde su realización.
Que películas tan excepcionales y notables dentro de lo que era "normal" en sus fechas respectivas como Cielo negro, Condenados o Fedra, o tan adelantadas a su tiempo como Un hombre va por el camino, Orgullo y Morir...dormir...tal vez soñar..., e incluso simplemente tan extrañas e interesantes como El batallón de las sombras (1956) y A hierro muere (1961), por no citar la casi totalidad de su filmografía, no hayan hecho ver que, con independencia de envidias y viejos orgullos malheridos, Mur Oti fue - y podría seguir siéndolo: ahí tenemos, en el vecino Portugal, a su exacto coetáneo Manoel de Oliveira, que no para de rodar - un auténtico creador cinematográfico es algo que no tiene justificación medianamente lógica, normal o aceptable, cuando directores que nunca fueron tan famosos como él son ahora conocidos y hasta respetados, pese a contar con una obra menos extensa todavía y, sobre todo, menos personal y coherente, de menor nivel medio y mucho menos audaz y original, y mientras otros conservan todavía - milagrosamente intacto - un prestigio que nunca merecieron, que les vino siempre ancho y que hasta los revisionistas tratan con pinzas; quizá tanto lo uno como lo otro sean consecuencias de la pereza y la falta de interés que suscita todo lo nuestro entre los españoles, rasgos que haríamos bien en sacudirnos de encima ahora que estamos inmersos en Europa. ¡Ah, si Mur Oti fuese francés!... no sólo sería un ídolo venerado en su propio país, sino que los cinéfilos del mundo entero sentiríamos como si fuese una herida abierta tener una laguna pendiente de cubrir hasta que lográsemos familiarizarnos con su cine.
Conste, por lo demás, que Mur Oti, aunque olvidado, no es un director oscuro e ignoto, que uno puede encontrar "curioso" tras buscar con lupa alguna rareza que echarse a la vista, un cineasta que descubrir. Fue, en la primera mitad de la década de los 50, una celebridad; volvió a serlo, incluso, diez años después, cuando trabajaba en TVE, como lo había sido, antes de tomar contacto con el cine, en toda Iberoamérica, sobre todo como poeta y dramaturgo; como novelista, estuvo a punto de ganar el premio Nadal. Varios de sus guiones para Antonio del Amo y sus primeras realizaciones le dieron prestigio aquí, en festivales y hasta en Hollywood, hasta tal punto que hubo una época en la que todo el mundo sabía quién era Mur Oti, y todo lo que hacía o decía era noticia. Cómo de esta condición estelar pasó a verse olvidado es aún un misterio para mí, sobre todo porque no se trata, mucho me temo, de una jugarreta de la moda, sino del producto final de una maniobra de descrédito de la que hasta hoy llegan indicios y residuos: los ataques infundados que un día dirigieron contra él han sido, quién sabe por qué, dados por buenos por varias promociones de desconocedores de su cine, que se limitaron a copiar o parafrasear un par de consignas críticas y se quedaron tan contentos, sin molestarse en comprobar si ese desprecio tenía alguna apoyatura en la realidad: siempre es más cómodo borrar a alguien de la "nomenclatura" que rastrear la pista de sus películas y verlas o revisarlas, pese a que esa es precisamente la obligación de todo verdadero crítico, no digamos de un historiador no conformista.
Todo hace pensar que Mur Oti tuvo tanta aceptación que se ganó la enemistad de sus competidores y rivales, envidiosos de sus éxitos y expuestos como mediocres por el talento sobresaliente del autor de Cielo negro.
La labor de demolición empezó, no sin habilidad y astucia, por inflar su imagen y halagar su vanidad, a ver si picaba. De tanto llamarle "el Genio", al mote le salieron comillas de ironía, de retintín. A continuación, se le adjudicó -sin que él la desmintiese - una desmedida confianza en su propio talento, que pronto pareció pura fantasía suya, autobombo y producto de la propaganda del régimen, vinculándole así a posiciones políticas que le eran tan ajenas como las del bando en que le tocó combatir - eso sí, sin pegar un tiro - durante la Guerra Civil, y que era, casualmente, el otro, el derrotado. Los partidarios del "quien no está conmigo está contra mí" le consideraban, en eso de acuerdo los contrarios, un "desafecto", demasiado individualista e independiente como para servir a unos u otros, con lo que todos le retiraron su apoyo y, puesto que, al llamar la atención, eclipsaba a los valores que cada uno de los contrincantes propugnaba y promocionaba, se convirtió en un estorbo que había que quitar de en medio. Un genio puede ser útil si es de uno; si no es de nadie, sobra, y parece como si se hubiese acordado por unanimidad la conveniencia de desprestigiar a Mur Oti. Dicho y hecho: hacia 1963 era difícil encontrar un elogio hacia Mur Oti que no tuviese carácter póstumo, un tono de responso por un talento difunto y un hombre pagado de sí mismo. Luego fue el silencio. Después, en las contadas ocasiones en que se volvió a mentar su nombre, pasó a dominar el insulto, tan infundado y extremado que lindaba con la difamación. Quizá defender a Mur Oti sea anatema, pero corramos el riesgo.
Mur Oti en la frontera del melodrama
Recuperada hoy la mayor parte de sus dieciséis largometrajes, la obra de Mur Oti vuelve a ser visible y a estar a disposición de quien quiera mirar y sepa ver. No hay que escarbar. Su fuerza es suficiente, su impacto sensible, su originalidad evidente. Un poco de perspectiva histórica basta para apreciar su audacia: todavía hoy sorprende que en 1956 lograse hacer Fedra, que tres años antes hubiese rodado Condenados. ¿Qué películas, anteriores o posteriores, se han hecho en España con ese erotismo, esa pasión, ese grado de locura en los personajes y de precisión y exactitud en la visión del cineasta? Pocos melodramas europeos pueden comparase a esos dos, a Un hombre va por el camino, a Cielo negro, a Orgullo, y sólo los mejores americanos alcanzan esa tensión formal, esa intensidad dramática, esa gradación musical del ritmo, esa naturalidad - hasta en el delirio y el exceso, en el arrebato y la fantasía - en la interpretación de unos actores al fin despojados de la teatral dicción que suele aquejarles en España.
Por eso, con independencia de que Orgullo sea, además, el primer western europeo, digno de King Vidor o Anthony Mann pero arraigado en España, sin trasplantes artificiales de la imaginería americana, sin fingir que León es Colorado, ya en 1987 quisimos que Mur Oti fuera el representante español en ese ciclo permanente - aunque intermitente - de la Filmoteca Española titulado Fronteras del melodrama, sin que fuese posible: las películas fundamentales al respecto no estaban disponibles. Ha llevado mucho tiempo, y ha sido preciso vencer no pocas reticencias, pero ha llegado por fin el momento de invitar a descubrir el cine insospechado de Manuel Mur Oti y poner término a la maldición que ha pesado sobre él, sin conseguir hundirle, durante tantos años. Creo que el esfuerzo habrá valido la pena, porque no todos los días se encuentra uno un cineasta español que vale la pena.
Para el programa de la Filmoteca. Escrito el 19 de julio de 1993.
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