viernes, 17 de enero de 2025

Biotaxia (José María Nunes, 1967)

Prescindiendo, por el momento, de todo juicio de valor, parece evidente que en las tres últimas películas de Nunes, Noche de vino tinto (1966), Biotaxia (1967) y Sexperiencias (1968), hay elementos que merecen cierta atención, por lo insólito que resulta su existencia dentro del cine español. Por lo pronto, nos encontramos con que Nunes es uno de los pocos directores españoles que busca nuevas formas de expresión; lo cual, por otra parte, revela ya una de sus limitaciones, por cuanto sus experimentos se reducen a factores estéticos o, a lo sumo, rítmico-estructurales, con la excepción de Sexperiencias, obra más ambiciosa que las anteriores, pero, a mi juicio, mucho menos lograda. Es también digno de consideración el hecho —rarísimo en nuestro enfermizo panorama cinematográfico— de que José María Nunes lleve a cabo estas experiencias formales —por otra parte, no desprovistas de interés y de originalidad, y necesarias al cine de un país en el que no se ha hecho casi nada en ningún terreno, si se deja aparte a Berlanga y Saura, y no se tiene en cuenta la excepción que es Gonzalo Suárez—, con una obstinación y una libertad encomiables. Además, esta independencia no se manifiesta tan solo a nivel de producción, sino en la postura de Nunes, consistente en no hacer cine para la taquilla —ni para el público siquiera—, sino que lo concibe únicamente como un medio de expresión. Nos encontramos así ante una serie de películas llenas de defectos, pero muy personales, sin duda con elementos autobiográficos (explícitos en Biotaxia, pero presentes también en las otras dos). Esto y el que posea un estilo fácilmente identificable, convierten a Nunes en uno de nuestros escasísimos "autores" cinematográficos. Naturalmente, lo interesante no es que surjan autores, sino buenos autores, y Nunes, por el momento, no lo es. Pero como, si se autocritica y se contiene un poco, puede llegar a serlo, merece que se le preste una cierta atención y que se le considere muy por encima de Summers o un Lazaga, funcionarios impersonales que fabrican películas en serie.

Como observaba acertadamente José Monleón en su crónica de Molins de Rey (Nuestro Cine, número 60), el principal de los muchos y graves defectos de Noche de vino tinto, película mediocre, pero no exenta de interés, estribaba en el desnivel que hay siempre entre las imágenes y el texto. Este factor, que se da en sus dos films posteriores tanto como en Noche de vino tinto, desequilibra las películas, ya que, si bien visualmente están bastante logradas —en especial Biotaxia—, y no carecen de originalidad, en el aspecto verbal, siempre muy abundante y adoptando formas muy diversas (diálogos, monólogos, voces interiores y en off, cartelitos, etc.), hay errores gravísimos: el texto suele ser muy literario, falsamente poético, con un tono pedante y trascendentalista que acaba por irritar y, en resumen, falso e inverosímil. Para colmo, los actores —o quienes se hayan encargado de doblarles— recitan este texto de forma declamatoria o susurrante, reforzando pretenciosamente esta mala literatura, esta poesía trasnochada, que resulta especialmente ridícula en las explosiones de lirismo y en el uso de metáforas prosaicas y ramplonas. Porque Nunes, a fin de cuentas, es un existencialista sentimental, muy ingenuo y romántico, por mucho que intelectualice sus películas, cuyo aspecto literario parece obra de un pobre poeta borracho.

Todo esto resulta, en ocasiones, hasta simpático, y sin duda forma parte del modo de ser de Nunes, que nos habla en primera persona e intenta comunicamos sus problemas, sus preocupaciones y sus ideas (así, cuando en Noche de vino tinto Irazoqui exclama "¡Vete, lágrima!", resulta sublime de puro ridículo). Además, siendo tanto Noche de vino tinto como Biotaxia estudios de crisis sentimentales, el asunto no tiene demasiada importancia, aunque debía ser corregido. Pero donde sí resulta gravísima esta tendencia nunesiana es en Sexperiencias, donde se ha desarrollado hasta dominar toda la película, que es, además, la menos atractiva visualmente, y donde, al plantear la película un problema político, llega a convertirla en un demagógico y confuso batiburrillo de divagaciones ideológicas, en el que se mezclan las ideas y los nombres más "de moda" sin llegar a ningún resultado preciso. Esto revela, probablemente, que Nunes no tiene ideas claras, pero se puede aventurar que, aunque las tuviera, el resultado sería prácticamente el mismo, dado su estilo literario.

Lo más interesante de Nunes es, en consecuencia, el haber intentado crear unas estructuras narrativas (o no-narrativas, mejor dicho), más abiertas y originales que las vigentes en el cine español, y que no tienen equivalente más que en No contéis con los dedos (1967), de Portabella, Dante no es únicamente severo (1967), de Joaquín Jordá y Jacinto Esteva Grewe, y Después del diluvio (1968), de este último, obras teóricamente interesantes, pero, en mi opinión, totalmente fallidas. En Noche de vino tinto la estructura es muy simple, alternando una situación única —una pareja de solitarios, que se encuentran por azar, y recorren las tascas de Barcelona— en el presente con recuerdos del pasado de cada uno de los personajes (en flashbacks breves y muy luminosos). Sexperiencias tiene una estructura "abierta", en la que se integran desordenadamente todos los tópicos del cine falsamente moderno, y que, en un contexto más avanzado que el español, tampoco aporta nada nuevo. Biotaxia, por el contrario, posee una estructura más compleja —aunque no por ello confusa— y elaborada, perfectamente adecuada —aunque no muy rigurosa, por desgracia— a las ideas motrices del mundo de Nunes: la soledad, el tiempo, los recuerdos (en flashbacks muy señalizados como tales), la pareja, el encuentro, la ruptura, la tristeza y el inmovilismo. Por otra parte, las características muy especiales de la estructura de Biotaxia se asocian con otros dos factores fundamentales de las últimas obras de Nunes: por un lado, la investigación sobre el ritmo y sus variaciones dentro de una misma película y, por otro, las formas de agresión estética. De esta forma, y gracias también al excelente trabajo de Nuria Espert (con la Serena Vergano de Noche de vino tinto, el único intérprete acertado que ha tenido Nunes), Biotaxia logra una coherencia de la que carecen tanto su película anterior como la siguiente.

Lo primero que llama la atención en Biotaxia, y de forma muy provocativa y osada, es el principio: un primer plano fijo, con Nuria Espert inmóvil, que dura unos tres minutos, y que obliga a prestar una continua y muy prolongada atención a un plano inmediatamente leíble, o a no entrar en la película. A partir de entonces empiezan las vueltas atrás, que mezclan —más que alternan— distintos temporales. Es una lástima que esta estructura temporal sea caótica y desorganizada, ya que atemporaliza la película, en vez de acrecentar la tensión rítmica y luminosa que se crea desde el primer plano. No se establece en ningún momento una dialéctica pasado-presente, al igual que el desfase entre texto e imágenes impide una relación dialéctica entre estos dos componentes. Se puede imaginar lo que hubiera sido Biotaxia si Nunes hubiera tenido el rigor de Resnais en Te amo, te amo (Je t'aime, je t'aime, 1968).

A partir de ese largo primer plano que abre la película, Nunes va cambiando de plano, alejándose cada vez más del rostro de Nuria Espert, hasta llegar a un plano general de la actriz sentada en un sofá, en medio de una habitación. De ahí pasa a fragmentar el espacio rítmicamente, descomponiendo en planos diferentes partes de la cara de Nuria Espert. Toda esta planificación, en orden inverso, se repite al final de la película, que acaba en un nuevo plano (no el mismo) de tres minutos, con Nuria Espert inmóvil, estancada en una misma situación. Entonces —y sólo entonces, lo que prueba que Nunes no ha jugado al virtuosismo en esta ocasión— nos damos cuenta, retrospectivamente, de que la película ha seguido una estructura simétrica, variando progresivamente de ritmo (dado, sobre todo, por la duración de los planos y su relación entre sí) hasta un cierto punto, y luego desarrollándose en sentido inverso, pero sin ninguna rigidez. Esta estructura simétrica, bastante sutil, quizá no sea totalmente necesaria, pero parece ser lo que más ha interesado a Nunes y, en cualquier caso, es adecuada, por lo menos, al significado de la película, que resulta, en conjunto, y pese a graves defectos a todos los niveles (así Pablo Busoms, tan equivocado como Enrique Irazoqui en Noche de vino tinto, o todos los actores de Sexperiencia), bastante interesante y muy nueva dentro del cine español.

Lo malo de Nunes, en espera de su próximo film, y visto el fracaso total de Sexperiencia —en la que, sin embargo, hay algunos buenos detalles y, como en las otras dos, una excelente fotografía de Jaime Deu Cases—, es que no parece tener ideas claras, y mezcla cosas sin importancia con otras apasionantes, desequilibrando en mayor o menor medida los films que realiza. El personaje —como de costumbre en Nunes, anónimo— que interpreta Pablo Busoms en Biotaxia dice en un momento: "¿Tú sabes lo que tiene o no interés? No es fácil, llevo toda la vida intentándolo". Pues bien, lo grave de esta confesión (pues este personaje es un portavoz de Nunes: ha intentado escribir una novela que se llamaría Biotaxia, y que sería —como dice un rótulo antes de los títulos de crédito— un "intento de un análisis para clasificar a un ser viviente", "personaje creado en una noche de borrachera") es que Nunes no ha logrado todavía resolver el dilema, y da importancia a cosas sin interés y no la da a otras que sí lo tienen. De ahí que junto a una Nuria Espert muy sobria, casi impasible, haya un Pablo Busoms desdibujado, inexistente, y que, en el papel, debía tener tanto peso como el personaje femenino; que junto a escenas muy divertidas (como la de Joaquín Jordá, que supera al del telegrama de Noche de vino tinto), o interesantes (como la de Nuria Espert quitándose la peluca y dirigiéndose a los espectadores —hace de una actriz famosa y "progresista", y en algún momento parece que se interpreta a sí misma—, o la de la conversación telefónica) haya otras estúpidas e insoportables, y que a veces la película se reduzca a un lamentable "quiero y no puedo", mientras que en otras ocasiones resulta un experimento muy curioso.

En Nuestro Cine nº 86 (junio de 1969)

miércoles, 15 de enero de 2025

Guncrazy (Tamra Davis, 1992)

Conocía el Guncrazy de Tamra Davis a través de un vídeo en V.O., y no lograba comprender por qué demonios no se estrenaba uno de los pocos remakes recientes que, sin llegar a la altura del original —el visionario y magistral Gun Crazy o Deadly Is the Female (El demonio de las armas) que rodó en 1949 Joseph H. Lewis, uno de los grandes autores agazapados en la serie B—, vale la pena ver.

Lo primero que hace la realizadora de esta nueva versión, quizá provocada por el título alternativo del original, es dar otro punto de vista, más centrado en la protagonista que fascinado por ella; que ambos resulten tan ingenuos, torpes y en el fondo inocentes procede quizá de una actitud más pro-juvenil, ya adoptada en 1947 por Nicholas Ray en su genial primer film, el argumentalmente bastante parecido They Live By Night.

Lo segundo que hace Tamra Davis es actualizar la historia, con lo que evita el efecto "retro" y el servilismo (generalmente de boquilla) al modelo clásico, al tiempo que demuestra el carácter anticipador y moderno de la película de Joseph H. Lewis (en esto diverge de lo que hizo Robert Altman al rehacer They Live By Night con el título de la novela de Edward Anderson en que se inspiró Ray, Thieves Like Us).


La tercera operación que da sentido a este remake es la elección de actores, sobre todo de la inquietante Drew Barrymore para el papel femenino principal, aunque también da muestras de buen ojo en la elección de secundarios como el warholiano-morriseyano Joe Dallessandro y Michael Ironside.

Para colmo, la película está realizada con precisión, seguridad y energía —y eso que debe ser la primera de Tamra Davis, sólo sé de una posterior, CB4 (1993)—, y no comete ni las torpezas que se toleran a los novatos ni las bobadas que hoy está de moda hacer —como en cada momento— para pasar por "brillantes" y al día e impresionar no se sabe si a los críticos, a los distribuidores o al público. Lástima que Tamra Davis fuese despedida a las tres semanas de empezar el rodaje de Cuatro mujeres y un destino (Bad Girls, 1994) y sustituida por Jonathan Kaplan, porque eso puede dificultar una carrera que prometía ser digna de seguir.

En “Todos los estrenos. 1994”. Madrid : Ediciones JC, diciembre de 1994.

lunes, 13 de enero de 2025

Sternberg deformado en TVE

El sábado 24 de mayo, y como sesión final del desordenado pero apasionante —por incompleto que fuera— Ciclo Josef von Sternberg que ha ofrecido TVE en su espacio "Cine Club", se proyectó Fatalidad (Dishonored, 1931), delirante drama de amor y espionaje, interpretado por Marlene Dietrich y Victor McLaglen.

Dejando aparte el imperfecto estado de la copia, y el espantoso doblaje —aún peor que el del resto del ciclo, ya que, sin duda, databa de su reposición en España—, conviene llamar la atención sobre ciertas manipulaciones que —hace unos años y ahora— ha sufrido la película, y que deforman inadmisiblemente su sentido.

Ante todo, hay un importante cambio de diálogo cuando, en la penúltima escena, Marlene Dietrich pide al confesor que, antes de ser ejecutada, le traigan su vestuario, para elegir cualquiera de los trajes que llevó cuando era "simplemente una mujer, y no una espía", ya que en la versión original, vista en la Cinemateca Francesa, Marlene decía textualmente "any cloth I wore when I served my countrymen instead of my country", es decir, "cualquier ropa que llevé cuando servía a mis compatriotas en lugar de a mi patria", refiriéndose a la época en que empieza la película, cuando era una prostituta (de hecho, se pone el traje que llevaba en las primeras escenas), y aludiendo explícitamente a que servía a los hombres de su país ("countrymen").

En segundo lugar, y poco después, cuando el oficial que manda el pelotón de ejecución se niega a fusilarla, y antes de que sea sustituido por otro de corazón más duro, Marlene se retoca la pintura de labios y, en la versión original, se arreglaba las ligas.


Por si fuera poco, el comentario final, escrito por Romualdo Molina, aparte de repetir una serie de tópicos muy manidos y muy falsos sobre Sternberg y su obra, contribuía a deformar el sentido de la película afirmando —de forma totalmente gratuita— que su título original, Dishonored, "Deshonrada", hacía alusión a la pérdida del honor que supone el que la heroína anteponga el amor a la patria. Dejando aparte lo aventurado que resulta dar un especial significado al título de una película americana de esa época, muchas veces impuesto por los productores, en contra de los deseos del director (por ejemplo, y sin salir de la Paramount y Sternberg con Marlene, es bien sabido que el autor de Dishonored quería titular "Capricho español" la película que se acabó llamando El diablo es una mujer, The Devil is a Woman, 1935), todo el film haría pensar, más bien, que si Marlene es deshonrada por alguien, lo es por el gobierno de su país, que la convierte en una espía. En efecto, todo en la película afirma exactamente lo contrario de lo que el señor Molina pretende hacer creer: nada más empezar, el viejo jefe del Servicio Secreto del Imperio Austríaco advierte a Marlene que la profesión de espía es la más vil, innoble y baja que puede desempeñarse (quedando muy claro que sabe que ella es una prostituta). Más tarde, Victor McLaglen reprocha a Marlene que utilice sus encantos (prostituyéndose, de hecho) para obtener información ("con su belleza lleva a los hombres a la muerte"). Además, cada detalle de la puesta en escena (iluminación, encuadres, dirección de actores, etcétera) expresa ciertas reservas sobre el comportamiento de Marlene como espía (dignidad y suicidio fuera de campo del general Hindau), y le da la razón, en cambio, cuando, dejando que el amor triunfe sobre el deber, permite que McLaglen escape. Y cuando es condenada a muerte, Marlene dice al capellán que es "una muerte perfecta para una vida imperfecta", y prefiere —así lo dice en versión original, y así lo hace— morir con "uniforme" de prostituta que con el traje que ha usado como espía. Poco después, el joven teniente que la condujo al despacho ministerial en que se convirtió en espía, conmovido por la belleza de Marlene, y encontrando una cobardía el fusilarla, se niega a dar la orden de ejecución, siendo inmediatamente arrestado. Por último, la sonrisa valerosa y desafiante de Marlene —todo un triunfo del amor y el atractivo femenino—, el que se pinte los labios y —en V. O.— se ajuste las ligas justo antes de morir, demuestra que Sternberg aprueba la conducta de su heroína con tanta simpatía y admiración como John Ford la de Anne Bancroft en Siete mujeres. Y como punto final, ahí está ese último plano de la película en que, ante el escudo imperial del águila de dos cabezas, el jefe del Servicio Secreto expresa su admiración por Marlene saludando militarmente su cadáver, muerta en acto de servicio al amor. Todo esto es, además, profundamente coherente con el sentido de toda la obra de Sternberg, que coloca el amor y el erotismo por encima de los demás valores.

Queda así puesta en evidencia la insidiosa forma en que cambio de diálogo, corte y comentario "explicativo" final se alían para deformar el significado de una obra de arte, en este caso una de las obras maestras de Josef von Sternberg.

En Nuestro Cine nº 86 (junio de 1969)

viernes, 10 de enero de 2025

Borau en la frontera

Pasa tanto tiempo - y suceden tantas cosas- entre las películas de José Luis Borau que cuesta saber a ciencia cierta, en cada momento, su paradero. Y en un mundillo en el que arriesga todo, o casi, quien no está en el candelero, es duro permanecer sin dar señales de vida. De Borau suelen llegar, de vez en cuando, noticias confusas, contradictorias, y no siempre buenas; sobre todo, desde que se dejó embarcar en una tentadora aventura americana que abortó, pero a la que pronto sucedió otra, finalmente culminada tras años de esfuerzos y dificultades. Sorprende que el autor de uno de los máximos éxitos de toda la historia del cine español dejase pasar cuatro años entre esa película y la siguiente, y que La Sabina no tratase de rentabilizar la resonancia conseguida por Furtivos; extraña también que, tras el relativo fracaso de La Sabina, Borau no tratara de resarcirse volviendo al terreno de su éxito precedente, sino que se instalase en los alrededores de Hollywood, dispuesto a volver de allí con una película americana, pese a ser consciente de que los tiempos no eran propicios para la empresa. Pero más raro sería, creo yo, que Borau dejase algún día de sorprendernos.

De hecho, su trayectoria es, si se piensa un poco, una de las más extrañas del "cine español", entidad quimérica en la que, lógicamente, no escasean las carreras sinuosas o erráticas, en la que abundan los casos "raros", en la que todo lo que tiene algún valor duradero pertenece más a la excepción que a la regla. La inexistencia de una industria digna de tal nombre y la estrechez evidente del mercado interior -sumada a la escasísima capacidad de penetración en el exterior de nuestros productos- explican, además de la carencia de auténticos géneros cinematográficos en los últimos cincuenta años, que cada cineasta haya tenido que crear su obra en condiciones precarias y variables, a menudo recurriendo a la picaresca o tratando de localizar algún resquicio financiero en las disposiciones legales vigentes en cada momento. Como -hasta no hace mucho- han sido contados los directores españoles con ambición y personalidad suficientes para aspirar al título de "autor", su posición era todavía más incómoda y excepcional, si cabe, que la de los funcionarios o manufactureros de turno, y mayores aun los obstáculos que debían superar cada vez que intentaban rodar una película. No es raro que muchas vocaciones se hayan visto frustradas o abandonadas, que prometedoras carreras se hayan truncado o, por lo menos, desviado a la confección más o menos hábil de productos de encargo que oscilaban entre lo rutinariamente considerado "comercial" y lo sencillamente bochornoso. Lo extraño es que un cineasta sea lo bastante testarudo y resistente como para, a pesar de las dificultades y las temporadas de paro forzoso, conseguir poco a poco edificar una obra que pueda considerar suya, de la que no necesite avergonzarse. Sobre todo, es casi suicida que se empeñe en no repetirse, en no agarrarse al éxito, aunque sólo sea por tratar de asegurar una cierta continuidad a su futura carrera.

Pero no se trata de encontrar encomiable, desde un punto de vista ético, esa fuerza de voluntad, ni de pedir en su nombre que se disculpen errores o deficiencias. Por muchos sacrificios que puedan suponer, por mucho esfuerzo económico, psíquico y hasta físico que hayan requerido, las malas películas -a veces cargadas de buenas intenciones- no se convertirán nunca en obras conseguidas. Con independencia de la ejemplar integridad artística que supone, en tales condiciones, llevar a puerto una película determinada, aun a costa de esperar la ocasión durante años o soportar todo género de estrecheces, tal tenacidad tiene unas consecuencias estéticas - y específicamente cinematográficas- decisivas, que distinguen al "cineasta empeñado" de la gran mayoría de sus compañeros de profesión.

Por lo pronto, revela una necesidad -o, mejor, un deseo- de hacer esa película -y no una cualquiera- que contrasta escandalosamente con la mecánica eficiencia y la impersonalidad -en el mejor de los casos- que parecen caracterizar el grueso del cine actual de cualquier país, dominado por películas que no se justifican ni explican, que nadie parece demandar -salvo el dudoso resultado de alguna encuesta de "marketing"- hechas por cineastas a los que ni les va ni les viene lo que cuentan, y que cumplen el trabajo encomendado sin pasión ni interés, a menudo con una desgana y una incuria que ni el derroche de medios materiales logra encubrir por completo. En cambio, el cineasta que lucha por hacer su película -aunque parta de una historia inicialmente ajena-, que se deja la piel en el intento, que se juega años de vida, suele tener, por lo menos, algo qué decir o qué contar, y una idea bastante definida y personal de cómo hacerlo. Si, para colmo, no consigue ponerse manos a la obra tan pronto como querría, sino que se ve obligado a contener su impaciencia, a veces durante años, es fácil imaginar que dará mil vueltas a cada escena, a cada frase, a cada plano, que someterá a una autocrítica implacable sus ideas, que reflexionará sobre los planteamientos iniciales; le asaltarán dudas e incertidumbres, irá modificando o poniendo a prueba su visión de las cosas con el paso del tiempo, dejando así que madure el proyecto, que se despoje por sí mismo de "ocurrencias" y efectos brillantes. El carácter económico de los obstáculos que suelen interponerse entre la idea y su realización inducirá a simplificar, a prescindir de lo que no sea indispensable, a renunciar a todo lujo. Existe el peligro, claro está, de que la ilusión se desvanezca, la energía creadora se malgaste en gestiones y trámites, y hasta de que la idea, de tanto manosearla, de tanto darle vueltas en la cabeza, se pudra o se haga confusa... pero el resultado final, cuando lo hay, suele probar que valía la pena la espera, que el esfuerzo no fue vano, que el autor de la película sabía, en efecto, cómo tenía que expresar lo que quería, y que realmente necesitaba hacerla.

Este proceso, si puede resultar -a pesar de todo- positivo para los más fuertes y seguros de sí mismos, no es en modo alguno deseable: las víctimas se cuentan por centenares. Cineastas que se queman, obras que llegan a su público demasiado tarde, carreras que pudieron ser más ricas. Nunca sabremos si Vigo, Dreyer o Bresson no serían aún mayores cineastas de haber podido realizar un número de películas parecido al que hicieron Raoul Walsh o John Ford, y en tal caso, ¿no sería enorme la pérdida? ¿Era precisa la prematura muerte de Vigo, o podía haber hecho veinte películas comparables a L'Atalante? ¿No ha derrochado el cine la madurez de Keaton o Stroheim, la fuerza juvenil de Buñuel, diez años de Víctor Erice? ¿Puede permitirse el "cine español" el silencio de Antonio Drove, las dificultades de Gonzalo Suárez, la espera o la ausencia de Borau, por citar sólo tres cineastas que podrían dar más de sí, o más a menudo? Ahora parece que todas las puertas se abren ante Mario Camus, pero ¿quién se ha acordado de él durante años, salvo para echarle en cara sus vehículos de Raphael? ¿Quién le ha ofrecido dinero para que rodara uno de los muchos proyectos que, hace quince años, tenía? Todo el mundo lamenta el decenio que separa El sur de El espíritu de la colmena, pero ¿quién va a producir, cuándo, y en qué condiciones, el próximo Erice?

La obra de Borau comprende, hasta la fecha, un corto -práctica de fin de carrera- titulado En el río (1960) y los largometrajes Brandy, el sheriff de Losatumba (1964), Crimen de doble filo (1964), Hay que matar a B. (1973), Furtivos (1975), La Sabina (1979) y Río abajo (1984), aparte de otro, rodado para TVE en 1967 y reducido a un corto por la censura (Miau). Menos de diez horas de proyección en 24 años no es, realmente, mucho, aunque también es cierto que la mayor parte de ese tiempo aparentemente "libre" ha estado muy ocupado para Borau: sus películas más personales han supuesto años de trabajo y preparativos; varios proyectos, minuciosamente elaborados, no han llegado a ver luz por falta de financiación; además, Borau ha tenido que ganarse la vida, que fundar una productora, que conseguir fondos haciendo publicidad, y ha colaborado en la financiación y en los guiones de varias películas de otros directores, en general más jóvenes y casi siempre "debutantes". En conjunto, la inversión de tiempo, trabajo, ilusión y esfuerzos varios que ha requerido cada plano rodado por Borau es inverosímil, y puede que explique, al menos en parte, su valor: cuando algo sale tan caro, no se hace a la ligera, ni de cualquier manera, ni por capricho.

Tanto la breve práctica de fin de estudios -muy superior al promedio de lo que conseguían los titulados de la E.O.C. de la época- como el primer largo, del que puede uno darse por satisfecho con que no sea vergonzoso, son obras de aprendizaje, que no tienen demasiado que ver con las posteriores y de las que se puede prescindir: su desconocimiento no supone impedimento alguno para la comprensión del cine de Borau, y su visión aporta poco. No cabe decir lo mismo, en cambio, de una película en la que, aunque su nombre sólo figure a título de productor y coguionista, Borau tuvo una intervención decisiva, hasta tal punto que no debe ignorarse si se quiere estudiar su carrera cinematográfica con un poco de amplitud. Se trata, por supuesto, de Mi querida señorita (1971), realizada por Jaime de Armiñán pero inexplicable si no se tiene en cuenta la activa participación de Borau en todas las fases de su elaboración. No se trata de privar a Armiñán de la que es, con mucho, la mejor de las películas que ha firmado, sino de dar al César lo que es del César y no amputar a la cuantitativamente reducida filmografía de Borau de una de sus piezas fundamentales, sin duda la más insólita e intrigante con la que ha tenido, de cerca o de lejos, algo que ver. Las restantes películas -cortas o largas- producidas por Borau, casi siempre con su aportación como guionista, en ocasiones como "supervisor" no son necesarias para entender su trayectoria cinematográfica, incluso si tienen tanto interés como Un dos tres... al escondite inglés (1969) de Iván Zulueta (escrita por Jaime Chávarri, y firmada por imperativos sindicales por Borau), Camada negra (1977) de Manolo Gutiérrez Aragón o El monosabio (1977) de Ray Rivas, que guardan poca o ninguna relación con el resto de su obra, salvo Camada negra, que tiene puntos de contacto con Furtivos, sin duda debidos a la intervención de Gutiérrez Aragón como coguionista con Borau de ambas.

Es difícil analizar el estilo de un cineasta que aspira a la "invisibilidad" de la cámara y que, además, pasa años sin hacer películas, de modo que no deja huellas filmadas de su evolución. Es evidente que entre Crimen de doble filo y La Sabina hay una gran distancia, pero no muy superior a la existente entre ésta y la inmediatamente -cuatro años- anterior, Furtivos, o entre ésta y la temporalmente menos distante -dos años- Hay que matar a B. A pesar de esos "saltos" estilísticos, en parte consecuencia del tiempo transcurrido entre una y otra película, en parte debidos a la propia concepción del cine que propugna Borau, toda su obra tiene una base común, un planteamiento que, en su flexibilidad, ha permanecido inmutable, y que ha dado lugar a no pocos malentendidos, entre los que destaca su pretendido carácter "americano", etiqueta que, más allá de la mala intención ideológica con que se lanzó hace casi diez años, ha servido para tratar a este director de "discípulo" -aunque sea aventajado- de los grandes maestros clásicos americanos, y que descansa en una idea muy superficial de lo que constituye la esencia de ese cine americano, con el que Borau, en el fondo, tiene muy poco que ver, aunque lo conozca, comprenda y admire. Esperemos que su película "americana" -rodada en Texas y con actores de Hollywood- Río abajo/On the Line ponga de manifiesto, con toda evidencia, lo mucho que separa a Borau de los narradores americanos; y no por expresa voluntad del cineasta español, sino porque, como sus últimas películas son real y plenamente suyas, y él no es americano, tampoco éstas lo son. Es una cuestión que va más allá del "estilo", puesto que lo determina: es una diferencia de personalidad, de carácter, incluso, si se quiere, de pudor, ya que mucho de lo que separa a Borau del cine americano -incluso del pasado-, y más todavía del cine actual de cualquier procedencia, se debe a que siente auténtica vergüenza ajena al ver ciertas cosas y es totalmente incapaz de hacerlas, a sabiendas del riesgo que supone rehuir las convenciones establecidas, vigentes y ampliamente aceptadas por distribuidores y público.

Porque nada tiene de oscuro, raro, complicado o barroco el estilo de Borau, un estilo que ni siquiera se presenta como tal, que no quiere atraer la atención. Por el contrario, una de las virtudes de Borau consiste en hacer películas muy raras que parecen muy normales, en contar historias enormemente complejas con tal claridad que al espectador se le antojan simples y lineales, en conseguir que las películas sean accesibles para cualquiera, sin que ello suponga condescendencia alguna por su parte, sino un tremendo esfuerzo de síntesis y precisión que les confiere una apariencia de sencillez. Borau es todo lo contrario de esos directores que, de salida o con el tiempo, se "fabrican" un estilo, y que luego buscan o traman historias que permitan aplicar ese método; en su caso, cada historia exige un tratamiento, y si entre sus películas hay un parentesco subterráneo innegable se debe a que los personajes y las situaciones en que se encuentran son producto de su imaginación.

Porque Borau sigue fiel a un principio básico del cine narrativo hoy un tanto olvidado; no le importa tanto qué pueda suceder -por espectacular y dramático que sea- en una escena, sino a quién le ocurre. Es un creador de personajes, de cuyo comportamiento inteligible se hace responsable: es decir, que no serán nunca -por opacos y misteriosos que puedan parecer a primera vista- meros títeres de una intriga, ni peones de una batalla, ni algo así como el "máximo común denominador" de cualquier colectivo, sino encarnaciones verosímiles -en contacto con la realidad aunque no sometidas a ella- de seres de ficción, que cobrarán, como bien sabían Unamuno y Baroja, una especie de "vida propia", una relativa autonomía -la que exige su coherencia interna- que no permite que sean manipulados ni siquiera por su propio creador (al servicio del relato o, menos aún, de imperativos oportunistas comerciales o ideológicos). Se tiene la sensación, por eso, al contemplar sus vicisitudes en la pantalla, de que son libres, de que pueden en cualquier momento sorprendernos con un cambio de actitud o atreviéndose a hacer algo que hasta entonces no habían osado. Además, todo hace pensar que a Borau le fascina tanto esa posibilidad de cambio como le aburren los autómatas teledirigidos o como le repugnaría violentar la conducta de los personajes para conseguir una película más normal o cómoda; de hecho, apostaría que hace películas precisamente porque quiere mostrar este tipo de personajes y contar sus historias, sin importarle cómo sean las películas, siempre que el carácter de ésta responda al de los protagonistas y sea consecuencia de sus actos. Parece, pues, como si, una vez concebidos, y lanzados al mundo -materializados en la pantalla, con unos rostros y unos cuerpos determinados- fuesen ellos quienes, viviéndola, escribiesen su historia, y obligasen, hasta cierto punto, al guionista a dejarles comportarse de un modo y no de otro, y al director a mirarles de una cierta manera, con ese respeto que es una de las características esenciales y más distintas de la forma de ver el mundo de Borau.

Por eso, no es de extrañar que la piedra angular del cine de Borau sea el elemento más inasible, más difícil de comentar y explicar, de toda "puesta en escena" digna de tal nombre: la dirección de actores. Dirección que empieza en el momento mismo de su elección, pues influye en el guión y en el modo de estar -si no de ser- de los personajes, y que termina, a menudo, mucho después de concluir el rodaje, en la soledad de una sala de doblaje. Esta circunstancia hace particularmente arriesgadas las películas de Borau, ya que, por muy trabajado que esté el guión, por meditado que esté cada suceso, por mucho que haya tratado de eliminar explicaciones innecesarias y de comprimir en cada imagen ese tipo de datos que, aunque decisivos, deben quedar discretamente implícitos, el éxito de la empresa depende, en una medida superior a la media, del rodaje, del acierto en la elección de los intérpretes y de la capacidad de Borau para comunicarse con ellos y canalizar sus energías teniendo en cuenta lo que la captación de esa escena por la cámara dará como resultado en pantalla.

De ahí otro de los rasgos más decisivos y menos perceptibles del estilo de este cineasta: la precisión. Pocos quedan ya tan conscientes como él de la importancia que tiene -aunque el espectador no se dé cuenta y sea inconsciente del origen de las sensaciones que experimenta- el tamaño correlativo de cada plano, el encuadre y el ángulo de toma, la exclusión o inclusión en campo de una parte del decorado y de otros personajes. Pero hay que advertir que esta obsesión por el encuadre no tiene nada de esteticismo; lo que cuenta no es su belleza, sino su exactitud, su sentido, su funcionalidad. Por eso se trata de una precisión extraña y progresivamente aliada a la flexibilidad. En La Sabina y Río abajo no queda el menor vestigio de la leve rigidez detectable en Hay que matar a B., posiblemente porque Borau se siente cada vez más seguro de sí mismo y de su intuición, por lo que se atreve a apartarse, si viene al caso, del esquema trazado -a menudo con dibujos de cada plano- para rodar la escena. Ni qué decir tiene que esta mayor adaptabilidad a los hallazgos del momento y a los azares de la interpretación ha permitido reforzar la sensación de libertad de los personajes, a través de una mayor naturalidad de los actores, que cada vez parecen más relajados y menos dedicados a representar su papel y más identificados, en cambio, con los seres a los que se han encargado de dar vida. Claro que esa flexibilidad hace el estilo de Borau más difícil de identificar, todavía menos llamativo: es relativamente fácil advertir la precisión casi matemática de la planificación de Hay que matar a B. , o el vigor expresivo de las composiciones de Furtivos, mientras que cuesta mucho calibrar la adecuación perfecta de los movimientos de cámara y la longitud de los planos de La Sabina a la progresión de cada escena, o la sintonía entre la seca dureza de las imágenes de Río abajo y la historia que se nos está contando.

Historias, todas las de Borau, en definitiva de amor. Aunque no lo parezca, ni sea ese el aspecto que más llame la atención de los espectadores, ni tampoco el que la publicidad suela destacar -con razones comprensibles, dicho sea de paso-, el núcleo de todas sus películas es una difícil y marginal relación amorosa, establecida siempre entre un hombre -joven o no- menos maduro y realista que la mujer de la que se enamora, inmediatamente y sin darse cuenta de hasta qué punto; mujer que suele ser, además, fuerte y resistente, más dura y flexible y mucho más libre, aunque él suela creer lo contrario. Estas relaciones acaban mejor o peor, según las circunstancias y el carácter de los personajes, e influyen decisivamente en cuanto hacen, aun cuando sea esto otro lo que ocupe el primer término de la narración o un mayor metraje de la película. Y no es casual, tampoco, que lo principal de las películas de Borau se mantenga siempre al fondo o en los bordes de la historia que cuentan: no sólo por su aversión al enfatismo y a la explicitud, ni por esa especie de timidez o pudor que reflejan siempre hacia la intimidad de los personajes -una muestra más de respeto hacia ellos y hacia el público-, sino porque tampoco el corazón se ve a simple vista, porque lo más profundo no debe estar en la superficie y porque la marginalidad, como la frontera, son dos conceptos básicos de todo su cine, con lo que suponen de exclusión, de exilio, de soledad, de persecución, de furtividad. Casi todos sus personajes están o se ponen al margen de la ley, o actúan fuera de ella; hasta en su propio país, se sienten exiliados, sin rumbo o sin raíces; están siempre al borde de una decisión que supondrá un cambio drástico en sus vidas, de una elección que ya han hecho pero que temen poner en práctica; la presión social o familiar hace que siempre tengan que actuar a escondidas, con disimulo o en secreto, lo que introduce en su comportamiento un elemento de angustia e inquietud, de inseguridad, muy acusado. Viven en precario, pendientes de un hilo... lo que sucede es que Borau no explota dramática ni sentimentalmente esa situación, no la subraya siquiera, por lo que a veces se le ha atribuido una frialdad de tratamiento que no responde a la realidad, sino, una vez más, a ese afán de no abusar de la confianza de los espectadores y de no aprovecharse de los personajes que tanto le separan del grueso de los cineastas actuales.

Porque la marginación de los personajes de Borau, solidariamente asumida por sus películas, amenaza al propio cineasta. No es normal, en efecto, que a los 54 años un director "consagrado" -con cierto renombre y varias películas importantes en su haber- se encuentre en la misma situación que un debutante cualquiera en el momento de presentar Río abajo, su cuarta obra totalmente personal. En el fondo, Borau se ha convertido en un eterno debutante: cada película supone tal riesgo, un empezar desde cero -o desde bajo cero- económicamente, que parece como si cada cuatro o cinco años hiciese su "opera prima". En ese hacer cada película como si fuese la primera, y, al mismo tiempo, como si pudiera ser la última, radica, tal vez, la fuerza y la necesidad, la exigencia y el rigor del cine de José Luis Borau.

En “Cine español 1975-1984 : 1ª Semana de Cine Español : Murcia 1984”. Murcia : Aula de Cine, Universidad, febrero de 1984.

martes, 7 de enero de 2025

Dúos noctámbulos

Le notti bianche (Luchino Visconti, 1957)

Confieso que me produce cierto desconcierto que de la filmografía del reputado realizador “realista” Luchino Visconti (considerado uno de los fundadores del “neorrealismo italiano” de la segunda postguerra mundial) hace ya bastantes años prefiera la osadamente y descaradamente irrealista (que yo diría influyó notablemente en Los paraguas de Cherburgo de Jacques Demy, entre otras de la “Nouvelle Vague” francesa) Le notti bianche, para colmo basada en un relato de Fiodor Dostoievskií que, como argumento, cabría calificar de inverosímil y hasta delirante, y que, desde un punto de vista fríamente lógico, no sería exagerado considerar absurdo, o por lo menos paradójico, en la medida en que construye una historia para de inmediato borrarla y anularla.

Plásticamente, es una película muy notable, con una fotografía en blanco y negro de Giuseppe Rotunno que recrea en estudio romano de Cinecittà lo que algunos identifican como rincones no conocidos ni apenas reconocibles de la Venecia contemporánea (es decir, de 1957) y, según otros, parece ser algo semejante a Livorno en invierno. Tanto da, y el film no identifica de qué ciudad se trata, sólo sabemos que Mario (Marcello Mastroianni) acaba de trasladarse a esa ciudad por razones laborales y que Natalia (Maria Schell) es extranjera, más o menos eslava. Como sustituto del San Petersburgo del relato original, ese decorado onírico y parcialmente ruinoso vale, del mismo modo que en dos de las versiones posteriores de esta historia se ha localizado en París (hace falta un río o canales, y puentes, y una cierta compartimentación del espacio).

Visconti ha estructurado en tres actos, tres noches (la última incluye el alba), la historia de Dostoievskií. La primera, la más breve, no llega a los 20 minutos, mientras que la segunda dura el doble y la final unos cinco minutos más, tres cuartos de hora.

En ese primer acto se nos presenta al personaje de Mario, que advierte junto a un puente a una joven que llora. Ya su primer diálogo, más narrativo que de presentación, con pausas tras la música de Nino Rota, tiene un carácter soterradamente operístico (algo constante en Visconti), sugiere un dúo, como en otros momentos hace pensar en un aria, a veces a capella, hasta tal punto que casi decepciona que no se pongan a cantar. Y eso que, de haberlo hecho, hubiera extrañado más o menos lo mismo que, en general, el comportamiento infantil y excesivamente tímido de Maria Schell, cuya risa constante (salvo que llore) cada una de las noches sucesivas sugiere una preocupante facilidad para moverse entre la exaltación y el desmoronamiento, la depresión y el éxtasis, la alegría y la tristeza, casi instantáneamente y hasta sin necesidad de motivos serios o reales.

Su extraña dependencia de su abuela, su muy poco justificado enamoramiento – según su propio relato – de un inquilino pétreo (Jean Marais en estatua de Jean Cocteau), que parte para una ausencia misteriosa con la promesa de reencontrarse al paso de un año que acaba de cumplirse, la retratan al trasluz como una ingenua ilusa, fantasiosa y sin la mínima experiencia ni siquiera vicaria (pese a ser ávida lectora), pero además muy fácilmente influenciable casi por cualquier cosa, desde el carácter tranquilo y atento de Mario al impenetrable silencio del inquilino, o la música, tal como se revela en una larga escena de baile, típicamente viscontiana, aunque aquí no sea al son de polkas o un vals de Verdi, como en Il Gattopardo, sino con el rock-and-roll de Bill Haley and His Comets, Scusami o Mulher rendeira (de O Cangaçeiro), escena extraordinaria en varios aspectos, probablemente la más capital de la película.

Natalia dice no saber bailar, pero parece fascinada por el baile de unos jóvenes (entre ellos, el coreógrafo Dirk Sanders), y al final cede a la insistencia de Mario, para acabar descubriendo en sí misma un inimaginable sentido del ritmo y una desinhibición corporal, sobre todo cuando, en un cambio de parejas, le toca bailar con otro. Por no ser menos, Mario se lanza a una exhibición de estilo propio, que combina algún gesto torero, ademanes flamencos y saltos chaplinianos. Es quizá el momento más feliz tanto para Mario como para Natalia, en el que cabe hacernos la ilusión de que ella despierte a la realidad que Mario representa y se olvide del vago sueño quimérico de su indiferente inquilino. Que pronto se quiebra. Suenan las diez en los campanarios y Natalia sale histérica a la calle, sin abrigo, por no faltar a la prometida cita del pasivo amado, sin que Mario le haya confesado aún que no le entregó al inquilino la carta-recordatorio.

Tiempo después, tras una penosa escena con una pobre prostituta sin clientes (Clara Calamai) que se siente atraída por Mario y una pelea de éste con varios mozos belicosos, Mario ve reaparecer a Natalia. Ella le cuenta, decepcionada, desilusionada, que su amado no acudió, y Mario confiesa que no le dio la carta, así que puede seguir teniendo esperanza. Parece que, con la repentina nevada que les cae, se reconcilian cuando de pronto, a lo lejos, Natalia ve al ansiado inquilino y corre hacia él, definitivamente prisionera de su espejismo amoroso, quien parece meramente – de momento – dispuesto a dejarse querer. Como en casi todas las películas de Visconti, el protagonista termina llorando y solo, aquí alejándose al lado de un perro desconocido, mientras suenan acordes de finale de ópera, exactamente como el príncipe Fabrizio de Salina (Burt Lancaster) en el plano final de El Gatopardo (1963).

Inédito (escrito hacia abril de 2022)

viernes, 3 de enero de 2025

A Countess from Hong Kong (Charles Chaplin, 1966)

"Qué grande es el cine" (15/05/2000)



El inesperado retorno de Chaplin a la actividad como director y autor cinematográfico, en 1966, tras 9 años de retiro (con Un rey en Nueva York, 1957), aparte de revelar que tenía, pese a su avanzada edad - había nacido en Londres el 16 de abril de 1889, moriría en Vevey el 25 de diciembre de 1977 -, ansia de dirigir de nuevo, y quizá satisfacerle de ese deseo, no sirvió, por desgracia, ni para facilitarle nuevas tentaciones ni para reverdecer el interés por su obra, ni siquiera para llamar la atención - ahora que, por primera vez desde 1923 y A Woman of Paris, no salía como actor - sobre una faceta esencial de su trabajo de la que nunca se habla, que ha permanecido durante décadas sin un análisis que supere el par de tópicos despectivos que suelen repetirse hasta la saciedad y sin explicaciones medianamente convincentes, según los cuales no tenía estilo, o era tosco y primitivo y para colmo no varió un ápice, insensible a las modas y las innovaciones, no ya durante un decenio de postración, sino que ni siquiera registró el cambio del mudo al sonoro, al que tardíamente, a regañadientes y en forma parcial, no tuvo más remedio que resignarse. Ya es notable que uno de los más unánimemente considerados genios del cine, que desde 1914 se dirigió exclusivamente a sí mismo, además de actuar, producir, escribir el guión y componer la música, no sea ni respetado como director; es más asombroso aún si se calcula el número de libros y estudios de todos los tamaños que se le han dedicado, y que hasta hace un par de años, sólo André Bazin, Jean Douchet y Éric Rohmer parecieran haberle valorado como merece, a la altura de los más grandes.

En 1966 A Countess from Hong Kong no gustó nada a la crítica; una suerte de piadoso silencio ante un desafortunado capricho senil, un ridículo anacronismo, rubricó el consenso general, e hizo de su última película la más ignorada de todas las suyas, y una de las menos recordadas y mencionadas, ya que ni siquiera suscitó polémicas. Fue, si se quiere, un acontecimiento social, pretexto para homenajes generalistas a una figura histórica que debía quedarse quieta en su glorioso y adornado nicho en el cementerio de los elefantes de los clásicos en vida, que poco se diferencia del Mausoleo de Hombres Ilustres de un cementerio, y no mucho de una sala monográfica del Museo de Cera de Mme. Tussaud. El muy ingrato, en lugar de quedarse en paz y quietecito, venía cual nocturno vampiro desvelado que sale de su tumba al caer la noche, a turbar la no menos sepulcral paz del Olimpo y dar la lata poniendo en un aprieto a una crítica que, evidentemente, no pensaba nada ni tenía nada que decir acerca de una comedia intrascendente, sentimental, casi fronteriza con el melodrama y ya en 1966 pasada de moda.

Es seguro que algunos estuvieron a punto de burlarse, con el agravante de verse obligados a no desahogarse siquiera, por respeto al has been por antonomasia. Se contaban las vicisitudes y peculiaridades del excepcional rodaje, se discutía el discutible casting elegido, se echaba en falta "química" entre Sophia Loren - nunca muy altamente valorada - y Marlon Brando, por entonces casi olvidado y poco activo, pues aún no había asombrado con sus antitéticas apariciones en El padrino y en El último tango en París -, pero de la película, tan sencilla y elemental que sólo descuidos y errores, arritmias y pérdidas del control y de la orientación llaman algo, e inoportunamente, la atención, nadie habló, o apenas cuatro locos repartidos por el mundo lo hicimos y con gran entusiasmo, no es preciso aclarar que tan malentendidos como la propia película.

Texto preparatorio para la intervención en ¡Qué grande es el cine! (15 de mayo del 2000)

miércoles, 1 de enero de 2025

My Top 2024

Great recent (since 2020)


Et la fête continue!(Robert Guédiguian, 2023)

Kachkyn(Dastan Zhapar Ryskeldi, 2023)

Three of Us(Avinash Arun, 2022/3)

Hanami(Denise Fernandes, 2024)

Juror #2(Clint Eastwood, 2024)

The Fire Within.Requiem for Katia and Maurice Krafft(Werner Herzog, 2022)

Le Grand Chariot(Philippe Garrel, 2022/3)

A Quiet Place:Day One(Michael Sarnoski, 2024)



Great older (made before 2020)


Kiri no oto(Shimizu Hiroshi, 1956)

La Femme rêvée(Jean Durand, 1929)

Naze kanojora wa sô natta ka(Shimizu Hiroshi, 1956)

Relentless(George Sherman, 1947/8)

Judaspengar(Viktor Sjöström, 1915)

A Flash of Green(Victor Nunez, 1984)

It Happened on Fifth Avenue(Roy Del Ruth, 1947)

Chijo(Yoshimura Kôzaburô, 1957)

The Girl on the Bridge(Hugo Haas, 1951)

Tell It To The Judge(Norman Foster, 1949)

The Valley of the Giants(James Cruze, 1919)

Aijô no kessan(Saburi Shin, 1956)

Hold Back Tomorrow(Hugo Haas, 1955)

Mei Li zai chang ge(Lin Cheng-sheng, 1997)

Playing by Heart(Willard Carroll, 1998)

Bona(Lino Brocka, 1980)

The Sign of the Ram(John Sturges, 1948)

Nishijin no Shimai(Yoshimura Kôzaburô, 1952)


Very good recent



Zinzindurrunkarratz(Oskar Alegria, 2023)

Le Règne Animal(Thomas Cailley, 2023)

Sleeping Dogs(Adam Cooper, 2023/4)

El Affaire Miu Miu(Laura Citarella, 2024)

Feng liu yi dai(Caught by the Tides)(Jia Zhang-ke, 2024)

As noites ainda cheiram a pólvora(Inadelso Cossa, 2023/4)

Across the River and Into the Trees/Al otro lado del río y entre los árboles(Paula Ortiz, 2021/2)

Era oculta(Hidden Era)(Carlos Vargas, 2024)

Aâjoor(Aaryan Chandra Prakash, 2024)

Génesis(Marta Ramos & José Oliveira, 2024)

Vlny(Waves)(Jírí Mádl, 2024)

Dane-ye anjir-e malabed(Mohammad Rasoulof, 2024)

Eureka(Lisandro Alonso, 2023)

God Is a Bullet(Nick Cassavetes, 2023)

A House in Jerusalem(Muayad Alayan, 2022/3)


Celluloid Underground(Ehsan Khoshbakht, 1998-2023)

La Chimera(Alice Rohrwacher, 2023)

Rebel Ridge(Jeremy Saulnier, 2024)

De humane corporis fabrica(Lucien Castaing-Taylor & Véréna Paravel, 2022)

Bên trong vo kén vâng(Pham Thiên Ân, 2023)

Qingchun:Ku(Youth:Hard Times)(Wang Bing, 2024)

Haunted Heart/Isla perdida(Fernando Trueba, 2023/4)

La Montagne(Thomas Salvador, 2022)

Querer(Alauda Ruiz de Azúa, 2024)

Ju wai ren(Stranger)(Yang Zhengfan, 2024)

Soy Nevenka(Iciar Bollain, 2024)

The Dead Don’t Hurt(Viggo Mortensen, 2023)

Swaha(In the Name of Fire)(Abhilash Sharma, 2024)

Adiós al amigo(Iván David Gaona, 2024)

Fogo do Vento(Marta Mateus, 2024)

Corsini interpreta a Blomberg y Maciel(Mariano Llinás, 2022)

The Boys in the Boat(George Clooney, 2023)

Santosh(Sandhya Suri, 2024)

What Happens Later(Meg Ryan, 2023)



Very good older


Ingmarservet(Gustaf Mlander, 1925)

The Blue Veil(Curtis Bernhardt, 1951)

Strange Fascination(Hugo Haas, 1951/2)

Bokutô kidan(Toyoda Shirô, 1960)

Itsowarero seisô(Yoshimura Kôzaburô, 1951)

The Secret Fury(Mel Ferrer, 1950)

The Second Face(Jack Bernhard, 1950)

Night of the Quarter Moon(Hugo Haas, 1959)

High Tide(John Reinhardt, 1947)

Les Combattants(Thomas Cailley, 2014)

Crown Vic(Joel Souza, 2019)

Padlocked(Allan Dwan, 1926)

Employees’ Entrance(Roy Del Ruth, 1932/3)

Il cielo è rosso(Claudio Gora, 1950)

Flight from Destiny(Vincent Sherman, 1941)

Blue Ruin(Jeremy Saulnier, 2013)



Remarkable recent


American Fiction(Cord Jefferson, 2023)

Megalopolis(Francis Ford Coppola, 2024)

Zhao yun mu yu(Strangers When We Meet)(Zhang Guoli, 2023)

Padre no hay más que uno 4-Campanas de Boda(Santiago Segura, 2024)

Cu Li không bao giò khóc(Culi Never Cries)(Pham Ngoc Lân, 2024)

Las tierras del cielo(Pablo García Canga, 2022/3)

Conclave(Edward Berger, 2024)

The Room Next Door(La habitación de al lado)(Pedro Almodóvar, 2024)

Puan(María Alché & Benjamín Naishtat, 2023)

Coma(Bertrand Bonello, 2022)

Magam Soli(Stigma)(Chaminda Ilukmela, 2024)

Saben aquell(David Trueba, 2023)

Here, Children Do Not Play Together(Mohsen Makhmalbaf, 2024)

Knock at the Cabin(M.Night Shyamalan, 2023)

Eres Tú(Alauda Ruiz de Azúa, 2023)

Green Room(Jeremy Saulnier, 2015)

La Bête dans la Jungle(Patric Chiha, 2023)

Mistress Dispeller(Elizabeth Lo, 2024)

Le Deuxième Acte(Quentin Dupieux, 2024)

Sur l’Adamant(En el Adamant)(Nicolas Philibert, 2022/3)

The Bikeriders(Bikeriders.La ley del asfalto)(Jeff Nichols, 2023)

Clorindo Testa(Mariano Llinàs, 2021)

En la alcoba del sultán(Javier Rebollo, 2024)

La estrella azul(Javier Macipe, 2023)

+Lady Gaga in Joker:Folie à Deux(Todd Phillips, 2024)


Remarkable older



Beauty and the Boss(Roy Del Ruth, 1932)

El Hombre sin Rostro(Juan Bustillo Oro, 1950)

Gunsmoke In Tucson(Thomas Carr, 1958)

Count The Hours(Don Siegel, 1953)

Mister Radio(Nunzio Malasomma, 1924)

Thamp(Govindan Aravindan, 1978)

Footsteps in the Dark(Lloyd Bacon, 1941)

Vincent n’a pas d’écailles(Thomas Salvador, 2014/5)

It Had To Be You((Don Hartman & Rudolph Maté, 1957)

Geheimnisvolle Tiefe(Georg Wilhelm Pabst, 1949)

Suburbicon(George Clooney, 2017)

Gaby(Curtis Bernhardt, 1956)

The Mugger(William Berke, 1958)

Spendthrift(Raoul Walsh, 1936)

Nie wieder Liebe!(Anatole Litvak, 1931)

Wyoming(Joe Kane, 1947)

February(Osgood ‘Oz’ Perkins, 2015)

Gojuman-nin no isan(Legacy of 500.000)(Mifune Toshirô, 1963)

Ithaca(Meg Ryan, 2015)

Personal Number(Roy Del Ruth, 1936)

Blonde Crazy(Roy Del Ruth, 1931)

Die Frau am Weg(Eduard von Borsody, 1948)

It’s Always Sunday(Allan Dwan, 1955)

Quartretonoeta(Pol Rodríguez, 2016)

Guitarra de Palo(Andrea Zapata, 2013)


Great on revision



Some Came Running(Vincente Minnelli, 1958)

The Shanghai Gesture(Josef von Sternberg, 1941)

A History of Violence(David Cronenberg, 2005)

The Cake Eaters(Mary Stuart Masterson, 2007/8)

The Mother and the Law (D.W. Griffith, 1916//9)

His Girl Friday(Howard Hawks, 1939/40)

The Honey Pot(Joseph L. Mankiewicz, 1967

Odoriko(Shimizu Hiroshi, 1957)

Napoléon vu par Abel Gance(A.G., 1927;rest.Cfr 2015-22/4)

M. Butterfly(David Cronenberg, 1993)

Cross of Iron(Sam Peckinpah, 1977)

The Mystic(Tod Browning, 1925)

Air Force(Howard Hawks, 1942/3)

Nobody Lives Forever(Jean Negulesco, 1946)

Les Parapluies de Cherbourg(Jacques Demy, 1963/4)

Blow Out(Brian De Palma, 1981)

The Hunchback of Notre Dame(William Dieterle, 1939)



Very good on revision


Snow White and the Seven Dwarfs(David Hand,William Cottreii & Wilfred Jackson;p.Walt Disney, 1937)

Kiss The Blood Off My Hands(Norman Foster, 1948)

Finding Forrester(Gus Van Sant, 2000)

Men, Women and Sin(Monta Bell, 1927)

Stella Maris(Marshall A. Neilan, 1917/8)

Banjo On My Knee(John Cromwell, 1936)

Salón México(Emilio Fernández, 1948)

Zona Roja(Emilio Fernández, 1976)

Sully(Clint Eastwood, 2016)

Que le diable nous emporte(Jean-Claude Brisseau, 2016//8)

Always Goodbye(Sidney Lanfield, 1938)

Lady Killer(Roy Del Ruth, 1933)

Born to Dance(Roy Del Ruth, 1936)

A Stolen Life(Curt Reinhardt, 1946)

Merrily We Go to Hell(Dorothy Arzner, 1932)

Tough Enough(Richard Fleischer, 1982/3)

Pay or Die(Richard Wilson, 1960)

Journey Into Fear(Norman Foster,?Orson Welles, 1943)

Beautiful Girls(Ted Demme, 1996)

Ithaca(Meg Ryan, 2015)

The Company You Keep(Robert Redford, 2012)

Red Light(Roy Del Ruth, 1949)

Marooned(John Sturges, 1969)

13 Rue Madeleine(Henry Hathaway, 1947)

Hamnstad(Ingmar Bergman, 1948)

Cattle Empire(Charles Marquis Warren, 1958)


Miguel Marías, 31-12-2024