lunes, 13 de enero de 2025

Sternberg deformado en TVE

El sábado 24 de mayo, y como sesión final del desordenado pero apasionante —por incompleto que fuera— Ciclo Josef von Sternberg que ha ofrecido TVE en su espacio "Cine Club", se proyectó Fatalidad (Dishonored, 1931), delirante drama de amor y espionaje, interpretado por Marlene Dietrich y Victor McLaglen.

Dejando aparte el imperfecto estado de la copia, y el espantoso doblaje —aún peor que el del resto del ciclo, ya que, sin duda, databa de su reposición en España—, conviene llamar la atención sobre ciertas manipulaciones que —hace unos años y ahora— ha sufrido la película, y que deforman inadmisiblemente su sentido.

Ante todo, hay un importante cambio de diálogo cuando, en la penúltima escena, Marlene Dietrich pide al confesor que, antes de ser ejecutada, le traigan su vestuario, para elegir cualquiera de los trajes que llevó cuando era "simplemente una mujer, y no una espía", ya que en la versión original, vista en la Cinemateca Francesa, Marlene decía textualmente "any cloth I wore when I served my countrymen instead of my country", es decir, "cualquier ropa que llevé cuando servía a mis compatriotas en lugar de a mi patria", refiriéndose a la época en que empieza la película, cuando era una prostituta (de hecho, se pone el traje que llevaba en las primeras escenas), y aludiendo explícitamente a que servía a los hombres de su país ("countrymen").

En segundo lugar, y poco después, cuando el oficial que manda el pelotón de ejecución se niega a fusilarla, y antes de que sea sustituido por otro de corazón más duro, Marlene se retoca la pintura de labios y, en la versión original, se arreglaba las ligas.


Por si fuera poco, el comentario final, escrito por Romualdo Molina, aparte de repetir una serie de tópicos muy manidos y muy falsos sobre Sternberg y su obra, contribuía a deformar el sentido de la película afirmando —de forma totalmente gratuita— que su título original, Dishonored, "Deshonrada", hacía alusión a la pérdida del honor que supone el que la heroína anteponga el amor a la patria. Dejando aparte lo aventurado que resulta dar un especial significado al título de una película americana de esa época, muchas veces impuesto por los productores, en contra de los deseos del director (por ejemplo, y sin salir de la Paramount y Sternberg con Marlene, es bien sabido que el autor de Dishonored quería titular "Capricho español" la película que se acabó llamando El diablo es una mujer, The Devil is a Woman, 1935), todo el film haría pensar, más bien, que si Marlene es deshonrada por alguien, lo es por el gobierno de su país, que la convierte en una espía. En efecto, todo en la película afirma exactamente lo contrario de lo que el señor Molina pretende hacer creer: nada más empezar, el viejo jefe del Servicio Secreto del Imperio Austríaco advierte a Marlene que la profesión de espía es la más vil, innoble y baja que puede desempeñarse (quedando muy claro que sabe que ella es una prostituta). Más tarde, Victor McLaglen reprocha a Marlene que utilice sus encantos (prostituyéndose, de hecho) para obtener información ("con su belleza lleva a los hombres a la muerte"). Además, cada detalle de la puesta en escena (iluminación, encuadres, dirección de actores, etcétera) expresa ciertas reservas sobre el comportamiento de Marlene como espía (dignidad y suicidio fuera de campo del general Hindau), y le da la razón, en cambio, cuando, dejando que el amor triunfe sobre el deber, permite que McLaglen escape. Y cuando es condenada a muerte, Marlene dice al capellán que es "una muerte perfecta para una vida imperfecta", y prefiere —así lo dice en versión original, y así lo hace— morir con "uniforme" de prostituta que con el traje que ha usado como espía. Poco después, el joven teniente que la condujo al despacho ministerial en que se convirtió en espía, conmovido por la belleza de Marlene, y encontrando una cobardía el fusilarla, se niega a dar la orden de ejecución, siendo inmediatamente arrestado. Por último, la sonrisa valerosa y desafiante de Marlene —todo un triunfo del amor y el atractivo femenino—, el que se pinte los labios y —en V. O.— se ajuste las ligas justo antes de morir, demuestra que Sternberg aprueba la conducta de su heroína con tanta simpatía y admiración como John Ford la de Anne Bancroft en Siete mujeres. Y como punto final, ahí está ese último plano de la película en que, ante el escudo imperial del águila de dos cabezas, el jefe del Servicio Secreto expresa su admiración por Marlene saludando militarmente su cadáver, muerta en acto de servicio al amor. Todo esto es, además, profundamente coherente con el sentido de toda la obra de Sternberg, que coloca el amor y el erotismo por encima de los demás valores.

Queda así puesta en evidencia la insidiosa forma en que cambio de diálogo, corte y comentario "explicativo" final se alían para deformar el significado de una obra de arte, en este caso una de las obras maestras de Josef von Sternberg.

En Nuestro Cine nº 86 (junio de 1969)

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