Aunque, personalmente, desconfíe del género, hay que reconocer que, en el campo minado y de cada vez más dudosa reputación de las biografías de cineastas, pocas de las relativamente recientes han dado pruebas de tan larga y laboriosa entrega como la dedicada por Bernard Eisenschitz a Nicholas Ray, que no es, evidentemente, una obra de explotación sensacionalista, como parece que hoy suelen exigir muchos editores, sino de admiración, unida a una tentativa, quizá sólo en parte lograda, de esclarecimiento e iluminación, si no fundamentalmente de la obra —Eisenschitz no ha querido, al menos en esta ocasión, ejercer como crítico—, sí de la personalidad y la trayectoria del gran director americano, hoy quizá insuficientemente recordado, pero que es, sin duda, uno de los eslabones esenciales del cine de la última postguerra mundial, cuyos efectos siguen, a falta de relevo, plenamente vigentes, aunque no estén de moda y, en consecuencia, no se lleven estas últimas temporadas.
Hay en la mirada de Bernard Eisenschitz, junto a una admiración totalmente exenta de idolatría y poco predispuesta a la mitificación, curiosidad no malsana y afán de comprender. Por eso, su enorme y apasionante libro es la crónica no sólo de una biografía dramática y singular, sino, al mismo tiempo, la de una labor de investigación, casi de detección, digna de cualquier ojo privado de una novela negra, género al que, junto con los relatos-río de aliento épico, esas voluminosas novelas de iniciación, triunfo, gloria efímera y fracaso o decadencia que escribía el gran y poco conocido u olvidado Thomas Wolfe, acaba por saber el libro de Eisenschitz, que no en vano se presenta bajo el doble título Novela americana : Las vidas de Nicholas Ray, dando ya a entender que la peripecia que nos narra es en sí misma novelesca, y que como ese tipo de ficción debe leerse, y advirtiéndonos al mismo tiempo, ya de antemano, acerca de la naturaleza múltiple, zigzagueante y hasta en muchos aspectos contradictoria de la existencia, ciertamente más atormentada y febril que feliz y reposada, de su protagonista, que no sólo fue el típico intelectual más o menos inconformista y rebelde de su generación, sino que, algo tardíamente, se introdujo en el mundo del cine, en el que halló el instrumento de precisión —el microscopio— que buscaba y, por tanto, el medio de expresión idóneo para llevar a buen puerto sus ambiciosos, quizá desmedidos, propósitos, un medio que en muy poco tiempo —demasiado poco, como decía premonitoriamente la canción de 55 días en Pekín— hizo Ray progresar desde el clasicismo hacia la modernidad en una medida que aún está por calibrar correctamente y que hoy dista de reconocérsele.
A lo largo de una carrera relativamente breve, pero meteórica, prematuramente truncada, casi abortada tras un sinnúmero de dificultades, obstáculos y contratiempos, a veces insuperables, otros milagrosamente sorteados o incluso utilizados en su propio provecho, como estímulos o trampolines para dar nuevos saltos hacia adelante, en pos de la conquista de una concepción del cine extremadamente original y personal, a la vez épica y lírica, introspectiva y refulgente como pocas desde un punto de vista plástico, que es uno de los senderos confluyentes —con Renoir, Rossellini y Rouch— que conducen directamente a la Nueva Ola, y muy particularmente a Godard.
Como en toda pesquisa, hay partes de la historia recompuesta por Eisenschitz en las que nuestro detective cinematográfico ha logrado calar más hondo, aproximarse más a la verdad, o una de sus múltiples facetas, mientras que en otras etapas del itinerario de este americano eternamente inquieto y errante no consigue captar, tal vez por contar con menos fuentes de información, o ser los testimonios recogidos de los supervivientes menos fiables o más exasperantemente contradictorios entre sí de lo habitual, o por existir una documentación menos fehaciente que permitiera desentrañar lo sucedido. Pienso, por ejemplo, que hay lagunas, agujeros, omisiones, ambigüedades y contradicciones importantes en la desdichada aventura española de Ray, que yo no conozco de primera mano —por entonces no estaba en activo como cinéfilo—, pero en la que, por lo que me han contado, echo a faltar cosas importantes, quizá interesadamente ocultadas o doradas por sus confidentes, o que Eisenschitz no se ha atrevido a incluir por temor a adentrarse en terrenos peligrosos sin contar con pruebas suficientes para defenderse de posibles querellas. Es lástima, porque todo hace pensar que la decepcionante historia con Bronston —sobre todo, durante el rodaje de la que ha quedado como su última película terminada— dio al traste con las penúltimas esperanzas de estabilidad de Ray, y precipitó la caótica fase final de su carrera, sin duda la menos productiva de todas, y eso que lo poco que llegó a realizar —por inconcluso que esté, por vacilante y esbozado que resulte, por pobre que sea— constituye una postdata tan amarga como iluminadora del resto de su filmografía, y quizá el anuncio de una nueva búsqueda que nunca llevó a poner en marcha, pero que bullía en su cabeza, como testimonian sus cursos y el testimonio de Susan Ray en Por primera o última vez.
La parte más conseguida del libro, sin duda la más y mejor documentada, a la vez que narrativamente la más exultante, caudalosa y llena de empuje, la más vigorosa y rápida, es la americana, tanto los años que van desde su nacimiento en Wisconsin hasta su traslado a Hollywood —pasando por Chicago y Nueva York, y varios recorridos por la América profunda, de norte a sur, de este a oeste— como su etapa de director en Hollywood y sus colonias entre 1947 y 1960. Y, dentro de ella, quizá lo más revelador sea el detallado análisis comparativo, que en muchas ocasiones lleva a cabo el autor, entre argumentos, guiones iniciales, notas de rodaje y películas terminadas, que permiten esclarecer cómo hacía suyas Ray las historias ajenas, cómo y en qué momento creaba el sentido.
El de Eisenschitz forma, junto con el de Víctor Erice y Jos Oliver publicado por la Filmoteca Española, el colectivo editado por la Cinemateca Portuguesa, y el ya citado recopilado por su viuda, el póker de ases de la bibliografía rayana, los libros de lectura obligada para cuantos se interesen por la vida y la obra, por la trayectoria real y soñada, por las ambiciones y las frustraciones de uno de los más grandes creadores del primer siglo de la Historia del Cine. Dos de ellos están disponibles, los otros dos todavía no se han traducido.
Roman Américain : les vies de Nicholas Ray de Bernard Eisenschitz, Christian Bourges Éditeur, Paris, 1990, 678 pp. (Nicholas Ray : An American Journey, traducción de Tom Milne, Faber and Faber, London/Boston, 1993).
En Nickel Odeon nº 14 (primavera de 1999).