miércoles, 22 de mayo de 2024

Intermezzo (Gregory Ratoff, 1939)

Volver a ver este discreto y no exento de elegancia melodrama pocos días después que Sonata de Otoño (1978) de Ingmar Bergman supone un pavoroso testimonio de la insidiosa y demoledora labor —erosiva y corruptora a la vez— del tiempo, y de la que no se salvan ni siquiera personas que se conservan tan bien como Ingrid Bergman. Resultan curiosas, además, ciertas coincidencias: como en el archiacadémico, previsible y exasperante convencional último film de Ingmar —que parece perpetrado por un infatuado «fan» de Gritos y susurros—, Ingrid hizo, en su primera película americana, de una pianista que, siguiendo a su amante (también músico: violín con Ratoff, cello con Ingmar), desciende de Suecia a Italia.

Intermezzo tiene la rara virtud de no estirar una anécdota que no da más de sí; pese a ello, y a durar tan sólo 66 minutos, le sobran los diez o quince finales, de una sensiblería conformista y «bien pensante» francamente molesta, que vienen a anular el elíptico y luminoso drama de amor imposible que los precede, de una claridad visual (Gregg Toland) y una desnudez narrativa que remiten a la genial An American Tragedy (1931) de Sternberg.

De un film cuyo metraje válido acaba con las palabras «Es posible que, con el tiempo, su imagen se borre de mi memoria, pero mi corazón estará siempre lleno de su belleza», pronunciadas con resignación por Leslie Howard tras la partida de Ingrid, destaquemos tres imágenes premonitorias: 1) la primera tentativa de separación de los amantes muestra su reflejo en el escaparate de una tienda de antigüedades e insiste en el hueco que deja ella en el cristal, al irse repentina y silenciosamente; 2) poco antes de que, tras el idílico «intermedio de amor» en Italia, Ingrid se decida a sacrificar su amor por Howard, éste exclama «¡Anita! con esa luz pareces tan irreal...» y, en el contraplano, ella desaparece del marco de la ventana; 3) el rostro de Ingrid visto a través de la ventanilla del tren que la llevará a París, un instante antes de que una nube de vapor lo borre definitivamente de la película.

En Dirigido por nº 63 (abril de 1979)

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