sábado, 25 de marzo de 2023

Nevada Smith (Henry Hathaway, 1965)

Henry Hathaway es un veterano. Nació en 1898 y desde los treinta y cuatro años ha dirigido 56 películas. Siempre ha sido un honesto artesano, alternando lo mediocre con lo interesante. Curiosamente, se mantiene joven y activo; sus mejores películas son las más recientes: Del infierno a Texas, Alaska, tierra de oro, La conquista del Oeste (tres episodios), El fabuloso mundo del circo, Los cuatro hijos de Katie Elder, y sobre todo Nevada Smith (1965), que, sin ser una obra maestra, merece más atención que la que se le ha prestado.

Su origen literario (Los insaciablesThe Carpetbaggers, de Harold Robbins), un trailer que intentaba presentar a Nevada Smith como un “Tom Jones del Oeste” y el ser su “productor ejecutivo” Joseph E. Levine (experto en remuneradores y escabrosos temas: Una casa no es un hogarHarlowEl Oscar) me hicieron temer un derroche de mal gusto. Unas recientes declaraciones de Hathaway (“Yo nunca he hecho películas pornográficas y no tengo intención de empezar ahora”) y Aldrich (“Un hombre como Hathaway tiene sin duda muchas debilidades, pero no puede decirse que sea un yes-man… hará lo que se le meta en la cabeza”) y el que esté producida por Hathaway (sólo lo hace cuando le interesa mucho la película: Arenas de muerteAlaska…) me devolvieron unas esperanzas que se han visto cumplidas, con creces, por el buen gusto, sensibilidad y sencilla elegancia con que Hathaway resuelve escenas tan difíciles como las dos (!) entradas de Suzanne Pleshette y las demás mujeres en la barraca de los presos, y las referentes a Janet Margolin (cf. sobre todo la planificación de la primera entrada de Suzanne y su encuentro con Steve McQueen, y la naturalidad con que están resueltas la primera y última escenas en que sale Janet).

Por otra parte, como Hathaway nunca ha sido un gran director de actores, pese a los notables resultados obtenidos de Diane Varsi y Don Murray (From Hell to Texas, 1958), Capucine (North to Alaska, 1960) y Carroll Baker (How the West Was Won, 1962), no tiene seguridad y necesita construir las secuencias a base de numerosos planos cortos, y esto lo hace de un modo rutinario y disgregador. En el mejor de los casos, Hathaway es un vigoroso narrador, con buen sentido del ritmo y de la composición en Cinemascope (pero sólo a nivel de plano). Su planificación destruye con frecuencia el tiempo, el espacio y la interpretación, y por eso sus películas suelen decepcionar en una segunda visión: siempre sobran unos doscientos cambios de plano, insertos innecesarios, etc. Pues bien, parece como si en Nevada Smith hubiera descendido sobre él esa serenidad de puesta en escena tan patente en los últimos films de los grandes viejos directores: Ford, Lang, Preminger, Hawks, Mizoguchi, Dreyer, Renoir, Walsh, Hitchcock, etcétera. En efecto, la planificación es medida y sosegada; en algunos casos (el final) extraordinaria, en otros, mediocre (cuando S. McQueen quema su casa). La mirada del cineasta se ha hecho serena, y contempla sin subrayar, con la mayor tranquilidad, bajo una música suave o en silencio, los actos más brutales (el cuchillo que rasga, corta la espalda de la madre de “Nevada”, la muerte de Arthur Kennedy). Y en un final de antología, Hathaway abandona (como “Nevada”) a Karl Malden, que tiñe el río con su sangre mientras pide una muerte rápida, que Steve McQueen le niega, como Hathaway le niega un contraplano. Por otra parte, la interpretación de Nevada Smith es excelente, sobre todo por parte de Margolin, Pleshette, Kennedy, Brian Keith y, dado lo difícil que es, Karl Malden. Así, con mayor dominio sobre la puesta en escena, y huyendo de cualquier efectismo, Hathaway ha logrado su mejor obra.



No hay que olvidar un notable y muy original guión de John Michael Hayes, que aúna satisfactoriamente temas clásicos del western (el hombre de experiencia, Brian Keith, que enseña al joven novato) con otros inéditos, sobre todo el de Janet Margolin y el de Suzanne Pleshette, dos de las más interesantes actrices jóvenes del cine americano.

Janet Margolin es una chica india que conoce en un saloon a Steve McQueen y al que cuida en el poblado, dando lugar a varias de las escenas más notables del film, como las que se desarrollan en el campamento indio, sobre todo la última, llena de sensibilidad, cuando Janet sopla la vela.

La idea motriz del film es la venganza, y ésta lleva a McQueen a hacerse internar en un campo de trabajos forzados de Mississippi. El campo, la huida a través de los pantanos, en piragua, con Suzanne enferma y con A. Kennedy; el paisaje, los guardianes y su violencia, las brumas y la extraña personalidad de Suzanne hacen pensar inmediatamente en Faulkner, sobre todo en dos de sus novelas menos conocidas, The Old Man y —un par de capítulos— Mosquitoes. Concretamente, el campo de presos es casi exacto, así como parte de la huida por el pantano y el final del episodio, al principio de The Old Man; pero hay que resaltar que no sólo argumentalmente, sino por su ambiente, su representación visual y hasta su espíritu. Por eso, junto con las enseñanzas de Keith y el amor de Janet Margolin, resulta que lo mejor de Nevada Smith son las personas que le ayudan, y que él abandona para proseguir su venganza, sobre la que Hathaway, afortunadamente, no se permite sermonear: es asunto de “Nevada”, y se limita a contarlo, sin juzgar.

Al final de la película, Nevada Smith se aleja. Ya no le queda nada que hacer.

Publicado en El Noticiero Universal (29 de noviembre de 1966)

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