martes, 2 de diciembre de 2025

The Grifters (Stephen Frears, 1990)

A los que admiran al director inglés Stephen Frears por Las amistades peligrosas, o por el tríptico Mi hermosa lavandería, Ábrete de orejas y Sammy y Rosie se lo montan quizá les haya sorprendido la incursión en el nuevo "cine negro" que supone su primera película americana, Los timadores. Sin embargo, en ese género empezó su carrera, con la muy notable Detective sin licencia, en 1971, y volvió a él en la inédita The Hit (1984), todavía más ignorada, si cabe, que su excelente obra televisiva, que incluye largometrajes como Going Gently (1980) y Saigon-Year of the Cat (1983), a mi entender mucho más prometedores y convincentes que los que le han catapultado a la fama a partir de 1985.

Parece, además, que la sorpresa ha estado teñida de decepción, y que sus más entusiastas seguidores no reconocen en The Grifters al cineasta "moderno" y provocativo o sutilmente perverso que tan de moda se ha puesto últimamente. A mí me sucede lo contrario, y por fin reencuentro al sobrio y vigoroso retratista, más que narrador, de sus películas inmediatamente anteriores, más atento a la dirección de actores que a los pronunciamientos retóricos, propenso al laconismo más que al enfatismo, y con un estilo modestamente eficaz, sin barroquismos ni subrayados refinamientos. Aunque casi todas las películas exhibidas en sala hayan sido producidas por y para la televisión, lo cierto es que sólo las cuatro penúltimas me parecen contaminadas por el lenguaje y los usos televisivos, de los que se libera de nuevo completamente en The Grifters.


Quizá por no ser un ferviente seguidor de Jim Thompson, tengo la novela que ha adaptado Donald E. Westlake para Frears por la mejor de las suyas que conozco, probablemente porque es la más generosa y menos despectiva para con los personajes, como de costumbre en ese escritor objetivamente miserables y poco o nada simpáticos. Ahora bien, cuando me enteré de que Martin Scorsese había decido producir su versión cinematográfica, me pregunté cómo se las arreglaría, porque narra como mínimo tres complicadas y largas historias, entrelazadas mediante constantes movimientos de retroceso al pasado, procedimiento que en cine conduce a una fatigosa fragmentación, a menudo confusa: no cabe sino elogiar la economía con que Westlake se ha servido de este recurso, reducido a lo imprescindible gracias precisamente a la vocación de retratista, más que narrador, recobrada por Frears, que le permite observar desde fuera, un poco como si fuesen animales, las idas y venidas de sus tres personajes principales y un puñado de secundarios (Henry Jones y Pat Hingle, sobre todo) en un plazo muy breve de tiempo, logrando una película policiaca casi "sin argumento" y en la que, pese a suceder muy pocas cosas, la ominosa sensación de que algo es inminente, de que está a punto de ocurrir algo terrible, es constante, con lo cual la hora y tres cuartos que dura la película, y que en otras manos y con otra construcción se hubiesen estirado agotadoramente, se pasan como un soplo de aire, que nos entrega, como quien no quiere la cosa, el retrato de un ambiente y de los que viven en él, perfectamente encarnados por John Cusack y, sobre todo, por Annette Benning y Anjelica Huston, a los que, realmente, vale la pena ver moverse, porque es un espectáculo: lo dicen todo con sus gestos, con sus manos, con su manera de andar.

En “Todos los estrenos. 1991”. Madrid : Ediciones JC, diciembre de 1991.

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