miércoles, 10 de diciembre de 2025

El extraño caso del Doctor Fausto (Gonzalo Suárez, 1969)

Fausto (a Mefistófeles): «Ahora conozco las dignas funciones que ejerces:
no puedes destruir el todo y procuras aniquilar la parte».
Fausto (a Elena): «...Vivir, aunque sea por un solo instante, es el deber y
la misión más alta que podemos cumplir».
                                                                                       (Goethe)

Destrozando no ya el naturalismo sino, incluso, la ontología de la imagen cinematográfica, el "ojo de pez" a través del cual Gonzalo Suárez contempla la realidad y la ficción —sin señalar las fronteras entre una y otra— le permite no transmitir con su película la ideología dominante en nuestra sociedad. De esta forma, sin pretender hacer un cine político en primer grado, ni en segundo, que sería cómplice de la situación, ni limitarse a reproducir pasivamente —es decir, sin lucha— las apariencias más externas de la circunstancia española, Suárez ha conseguido crear un film libre y original que, de forma indirecta pero precisa, aborda los problemas que nos preocupan a todos a la vez que nos narra una historia fantástica.

En los últimos años se puede observar en el cine el crecimiento de dos tendencias dispares que están confluyendo cada vez con más frecuencia: el cine político y el cine fantástico, unidos con frecuencia bajo el ropaje de la parábola. El extraño caso del Doctor Fausto, como The Big Mouth o EI profesor chiflado, de Jerry Lewis, como El ángel exterminador o La Voie lactée, de Buñuel, como Partner, de Bertolucci o Las margaritas, de Chytilová, es uno de los más altos exponentes de esta tendencia. En mayor o menor medida, cada uno de estos films se niega a someterse a una realidad contra la que está librando una batalla. A esa postura política le responde una postura estética: la destrucción o deformación de la imagen o de la narración, la caricatura, el borrar la línea que separa —en teoría— lo real de lo imaginario. En suma, se penetra en el campo del cine "fantástico", que engloba, a su vez, al cine de terror, al de ciencia ficción, al de la locura. En España, siempre en retraso y retrasada incluso por los que pretenden avanzar pero que para dar el primer paso esperan la llegada del Mesías y no tener que esforzarse para emprender la marcha, este camino, especialmente adecuado a nuestras dificultades para enfrentarnos directamente con la realidad, ha permanecido intransitado hasta que Gonzalo Suárez y Pere Portabella realizaron sus primeros largometrajes, Ditirambo y Nocturno 29, respectivamente. Y Suárez da ahora, con El extraño caso del Doctor Fausto, primera de las "Diez películas de hierro" que está realizando, un paso adelante de dimensiones gigantescas; tan decisivo es este paso que su primer film, hace unos meses revolucionario en nuestro contexto, queda ahora convertido casi en una obra "academicista", relativamente "tradicional".


Porque el Fausto de Suárez no transmite su "mensaje" (llamémosle así, a falta de mejor palabra), a través de la narración más o menos lineal y sutil de Ditirambo, sino, además, a través de las formas visuales y de su impacto sensorial sobre el espectador. De esta forma, como Persona o El ángel exterminador, Suárez se coloca en las fronteras del cine moderno, y se revela como uno de los más audaces y rigurosos exploradores con que cuenta hoy día el cine. Destruida la narración "verosímil" en una serie de episodios oníricos, la película nos presenta la transformación de Fausto en Mefistófeles y de éste en un hombre verdadero a través de la aparición de varios personajes misteriosos, como la Esfinge, el Homúnculo, Perceptrón, Euforión, Helena de Troya, y Margarita, con tal poder de fascinación que la película bordea el cine de terror, pero un terror que no sabemos de dónde procede y que, por tanto, resulta aún más terrorífico. La deformación de las imágenes que produce el empleo del gran angular, el admirable empleo del color, el talento de Suárez para crear escenarios alucinantes con medios económicos muy limitados, el uso de la música, la riqueza imaginativa de todo el film, representan tal avance desde Ditirambo que podría creerse que Suárez ha realizado diez o doce films entre uno y otro. El Fausto representa, evidentemente, una nueva etapa de su carrera vertiginosa, y algo nos dice que cada nuevo film de Suárez representará algo totalmente nuevo y original, que abrirá y cerrará una nueva fase de su desarrollo como cineasta. Sin embargo, si reducimos a su esqueleto esta película, nos encontramos con que el tema es el mismo que latía en Ditirambo: un hombre, aquí el narrador, comenta unos sucesos desde el exterior, pero se le encomienda una misión y durante su cumplimiento se da cuenta de que aquello que en apariencia no iba con él, en realidad le afecta, y va en ello su vida. Es entonces cuando el narrador, convertido en Mefistófeles, renuncia a sus poderes mágicos y sobrenaturales y se convierte en un hombre, seducido por Margarita a lo largo de una delirante partida de ping-pong. El que este personaje esté interpretado por el propio Suárez resulta especialmente significativo si se considera el carácter autobiográfico que cobra el film en sus últimas imágenes.

El extraño caso del Doctor Fausto es un film que, por su novedad, necesita ser abordado sin prejuicios, sin esquemas mentales rígidos. Por eso serían los niños, probablemente, quienes mejor lo comprenderían, pues se dejarían maravillar por sus deslumbrante e inéditas imágenes, sin buscar explicaciones elementales ante todo aquello que ocurre en la pantalla. Si Suárez se ha atrevido a hacer esta película, es necesario que el espectador no se quede atrás, y que tenga la suficiente valentía como para atreverse a verla, y de esta forma emprender un fantástico viaje a lo desconocido. Como dijo una vez Godard, "el que salta al vacío no tiene que rendir cuentas a nadie". Esto es lo que ha hecho Suárez, y lo que piensa seguir haciendo en el futuro, porque para él lo importante es vivir, actuar, crear, pese a los peligros que le acechan y de los que es consciente: en la película, Euforión salta y se mata, porque quiere volar. Pero no olvidemos que si la tierra se hace inhabitable, el que no intente volar morirá seguro.

En El Noticiero Universal (8 de diciembre de 1969)

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