Cada lector tiene de Don Alonso Quijano y Sancho Panza una idea visual concreta, no sé si generada por el texto cervantino o por la ilustración de diversas ediciones, sean ilustres (Doré) o no. Y es difícil que el cine o la televisión acierten a restituirnos nuestra imagen de estos seres de ficción, porque recrearán la de sus autores.
A fin de cuentas, el caballero de la triste figura y su compañero de peripecias no son sino criaturas imaginarias y cada cual ha de ser su propio «imaginero». Así, por mucho que admire a Fernando Rey, me cuesta verle en el papel de Don Quijote que Manuel Gutiérrez Aragón le ha asignado en una serie televisiva aún inédita (y no sé si truncada). En cambio, para mí, Fernando Fernán-Gómez puede unir la locura, la melancolía y el desgarbo que requiere el personaje, sin que por ello sea aceptable la película que, prematuramente, interpretó a las órdenes de Gavaldón. Quizá de haberla dirigido el propio Fernán-Gómez...
El problema es que El Quijote es un libro maravilloso, y que no hace falta ninguna versión cinematográfica. Cosa, además, harto difícil, pues es un relato muy largo, en el que lo grandioso no es el argumento al que tiende a reducirlo, condensándolo, cualquier guión, ni la supuesta moraleja, sino su tono narrativo, su estilo literario, su empleo de la lengua, —todo ello intrasladable al cine—, además, claro está, de sus personajes. Por este lado también ha fracasado los que han tenido la osadía de dejarse tentar por la obra de Cervantes: ni Pabst ni Rafael Gil —no digamos Arthur Hiller en su versión musical— dieron con los intérpretes adecuados. El muy digno y físicamente acertado Nicolai Cherkassov no pudo redimir la pesada y académica realización de Grigori Kozintsev. Alguien propuso a Gary Cooper, y al verle con las piernas más largas que la alzada del caballo en El hombre del Oeste, o «desfaciendo entuertos» con molinos de viento en las películas de Capra, puede pensarse que no era mala idea.
Por otra parte, siempre me intrigó que Howard Hawks pensase seriamente en Cary Grant como el Quijote y en Cantinflas como Sancho (y esto último lo llevó a la práctica, con resultados penosos, alguien que no era Howard Hawks).
Pero la dificultad no radica sólo en los actores, ni en la adaptación, sino en hallar un cineasta que tenga algo que ver con Miguel de Cervantes o, al menos, comprenda y admire El Quijote. Por eso la tentativa más prometedora fue la de Orson Welles, que desde 1956 hasta su muerte fue rodando planos sueltos de una versión muy personal, con Francisco Reiguera y Akim Tamiroff, que dan perfectamente el físico y la actitud de Don Alonso Quijano y Sancho Panza.
Por desgracia, Orson Welles no llegó a terminar la película, pero existe un importante metraje, en parte montado, que la Filmoteca Nacional está tratando de recopilar desde hace años.
Esperemos que estas gestiones den resultado y que algún día sea visible el trabajo de Orson Welles, el único con posibilidades, incluso estando inacabado, de acercarse a la esencia de El Quijote.
En Cambio16 (5 de agosto de 1991)
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