Aunque no sea comparable a Chen Kaige, ni a otros miembros aún más interesantes de la llamada "Quinta Generación" del cine chino —como Huang Jianxin o Yan Yueshu—, el fotógrafo y actor Zhang Yimou se está ganando una merecida reputación como director; en España, se ha beneficiado de la pasajera (y algo tardía) moda impuesta por los que han decidido creer que el cine chino empieza después de la Revolución Cultural, e ignoran hasta qué punto Zhang Yimou no es un renovador, sino que entronca directamente con toda una tradición del melodrama que procede del mudo y que tuvo momentos de esplendor en todas las décadas salvo, claro está, entre 1966 y 1977. Tanto Hong gaoliang (Sorgo rojo, 1988) como Semilla de crisantemo son melodramas de ambiente rural en condiciones casi feudales, con una buena dosis de estilización plástica —rojo y amarillo parecen dominar la pantalla permanentemente— y con la excelente actriz Gong Li como protagonista. No es la novedad — más bien superficial — lo que les confiere el indudable valor que tienen ambas películas, sino más bien la intensidad dramática de las tremendas historias que narran, con la suficiente dosis de exotismo como para hacerse perdonar lo que tengan de "folletinescas" y con cierta afectación — más bien occidentalizante— en el montaje y el empleo de objetivos que ayuda a que pasen por "modernas".
Personalmente, encuentro que el estilo de Zhang Yimou es todavía incipiente, tributario del primer Chen Kaige —que desde Huang tudi (Tierra amarilla, 1984) se ha serenado y refinado mucho —y con excesivas huellas de que antes que director ha sido fotógrafo —lo cual nunca es buena señal—, por lo que espero que no se le suban a la cabeza los premios y los elogios que se le prodigan, para que no se quede ahí. En cambio, su experiencia como intérprete le acerca a los actores, con los que demuestra entenderse muy bien, y saber guiarlos por los complicados personajes cuyas desdichadas vidas elige contarnos. De ahí que, pese a ciertas reservas formales —rigidez de encuadres y composiciones, tendencia a montaje efectista, elipsis más llamativas que acertadas, irregularidades de ritmo—, sus películas acaben por impresionar y, más allá de su impacto superficial y de su ostentoso esplendor visual, consigan emocionar a los espectadores de cualquier país, salvo quizá el suyo, donde tienden a ser prohibidas.
En “Todos los estrenos. 1991”. Madrid : Ediciones JC, diciembre de 1991.
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